Hanamaru sufre maltratos por parte de su esposa.
Yoshiko es una cantante famosa que regresa a su pueblo natal después de una gira.
Ambas se encuentran por casualidad en un bar, ¿acaso éste será el inicio de una aventura?
—Yoshiko, entiendo tu molestia, pero... ¿No crees que estás yendo demasiado lejos?, esto que planeas hacer va más allá de lo que alguna vez te creí capaz.
Dia veía a la peliazul con una preocupación palpable en su voz, la cantante la veía con una determinación oculta en sus ojos que la aterraba.
—Esa idiota merece una cucharada de su propia medicina, y yo me encargaré de dársela— cerró su portátil después de haber estado en ello hace casi dos horas.
—Lo entiendo, en verdad, ¿pero y si Kanan se entera de lo que hiciste?, de todo lo que has estado haciendo.
—No lo hará, no se daría cuenta a menos que se lo diga de frente— aunque esas fueron sus propias palabras, no podía asegurarse de ellas.
—¿Hanamaru sabe de esto?
—No tiene porqué saberlo.
—¿Y si le causa problemas a ella?
Y esa fue una de las consecuencias en las que Yoshiko no había pensado, pero ya no había marcha atrás por más que Dia intentara convencerla, todo estaba listo.
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Hanamaru iba caminando hacia la puerta al escuchar el pestillo de la perilla, con la mirada baja y sus manos juntas sobre su estómago.
—Bienvenida de vuel-...
Los orbes miel se abrieron con sorpresa mientras veía a su esposa quitarse el saco.
—Ni una palabra, ¿escuchaste? — la señaló, pasando a su costado mientras se tropezaba con sus propios pies.
Los pies de la castaña se anclaron al suelo. Seguía sin poder creer lo que había visto.
Sacudió la cabeza, ignorando el hecho de haber visto a su esposa llegar con el rostro golpeado y un par de gotas carmesí esparcidas por sus prendas, además de hilos de sangre seca por toda su cara.
Mientras alistaba todo para servir la cena, solo podía pensar en lo difícil que será quitar esas manchas en la ropa blanca.
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—Fuiste tú, ¿cierto?
Un escalofrío recorrió la espalda de la cantante con ferocidad.
—¿Y si fue una casualidad?, nada indica que tuve algo que ver con que la golpearan— desvió la mirada, aunque la castaña no la estuviera viendo antes.