El Legado Targaryen

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El mismo año de su boda, Tyla había dado a luz a un niño de ojos púrpura y cabello plateado, digno de un Targaryen. El nacimiento de su primer hijo trajo una inesperada felicidad al reino, pues la tragedia de Refugio Estival había diezmado a la mayoría de su estirpe. El mismo Rey Aerys había expresado ante ella y la corte su deseo de ampliar la familia Targaryen, asegurando su linaje.

— Este niño, fuerte y saludable, será llamado Jahaerys — proclamó el rey con voz firme, haciendo honor al antiguo rey. Tyla, agotada tras un parto difícil, sintió un profundo alivio al ver que su sufrimiento había valido la pena.

El pequeño fue presentado ante la corte. Tyla, con su hijo en brazos, se sentó junto al rey en su trono, una imagen que traía consigo susurros de esperanza. Muchos nobles murmuraban que la locura del rey parecía estar controlada desde la llegada de su primer hijo con su segunda esposa.

— Tyla traerá un buen augurio a nuestra casa — afirmaba Aerys, como si su palabra fuera ley.

Pasadas las semanas, Tyla se encontraba en su alcoba, amamantando a su bebé y contemplando su inocente rostro, la viva imagen de los Targaryen de la antigua Valyria. Nunca imaginó que el destino la llevaría a ser esposa y madre, pero el despiadado juego del poder la había llevado a la cima, convirtiéndose en testigo del mayor jugador de este juego de tronos.

De repente, unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos.

— Mi lady, el rey solicita su presencia en la sala del trono — exclamó una de sus damas.

Tyla asintió, recordando el temor de Aerys por su seguridad y la de su hijo. Con el pequeño en brazos, se presentó en la sala del rey, donde la corte aguardaba, y el príncipe Rhaegar estaba allí, sosteniendo a su propia hija.

Al llegar, se posicionó junto al trono de hierro. A su izquierda, estaba la reina, con un hermoso vestido negro. A su derecha, el rey Aerys la miraba con una mezcla de orgullo y desconfianza.

— Les presento a mi hija, mi primogénita, la princesa Rhaeny — proclamó Rhaegar, su voz resonando en la sala.

Al ver a su hijo, Aerys sintió un instinto protector que lo dominó. Cuando Rhaegar se acercó con su bebé en brazos, la voz de Aerys lo detuvo abruptamente.

— No te acerques — dijo, y el ambiente se volvió tenso —. No soporto su olor a dorniense.

Tyla abrazó a su bebé con fuerza, deseando escapar de aquella incomodidad. Rhaegar retrocedió, dirigiéndose a su madre, quien recibió a su nieta con alegría.

— Es muy preciosa, Rhaegar — dijo la reina Rhaella, abrazando a la pequeña —. Felicidades a los dos por tan hermoso niño.

Cuando la pequeña fue devuelta a su padre, el rey se puso de pie, alarmando a todos los presentes. Rhaegar permaneció inmóvil, tratando de adivinar el siguiente movimiento del rey.

— Dámelo — exigió Aerys, acercándose a Tyla, demandando que le entregara a su bebé —. No permitiré que mi hijo se acerque a la dorniense.

Sin más opción, Tyla entregó cuidadosamente a su hijo al rey, quien se sentó de nuevo en su trono, sosteniendo al pequeño en sus brazos.

— Majestad, puede tomarla en brazos — dijo Rhaegar, acercándose a Tyla con su hija. Ella dudó, temerosa de la reacción del rey.

Sin embargo, Tyla tomó a la hermosa niña, sintiendo un instinto maternal que nunca supo que existía en ella. Aquella conexión fue instantánea, y no pudo evitar sentirse cautivada por la pequeña.

— ¡Suficiente! — la voz imponente de Aerys resonó en la sala, alarmando tanto a Tyla como a Rhaegar. Al devolver a la niña a su padre, Tyla tomó nuevamente a su hijo, quien lloraba en los brazos del rey.

— Aquí se presenció cómo la dinastía crece y se fortalece — exclamó Aerys —. La representación de poder de nuestra casa.

Los aplausos resonaron en la sala, mientras la corte aclamaba a los recién nacidos.

Con el paso de los meses, su pequeño Jahaerys crecía rápidamente, mostrando cada vez más sus acentuados rasgos Targaryen. El rey, sumido en su locura, era un enigma para el reino, pero Tyla deseaba que él conviviera con su hijo, demostrando que le sería leal en el futuro.

Con su bebé en brazos, Tyla se dirigió al palco del rey. Era de noche, y sabía que Aerys se encontraría allí. Al entrar, lo halló recostado en su lecho, murmurando palabras ininteligibles.

— Majestad — dijo Tyla, alarmando al rey, quien levantó la mirada.

— Tyla — musitó Aerys, con un tono súplicante.

— Nuestro hijo quería despedirse de usted antes de dormir, majestad — explicó Tyla, consciente de la frágil cordura de su esposo.

— Tráelo ante mí — ordenó Aerys. Tyla acercó a su hijo, quien al ver a su padre sonrió, reconociéndolo. Aerys lo tomó en brazos y el pequeño soltó una risa.

— Él te ama, Aerys — dijo Tyla con suavidad —. Crecerá a tu lado y te será leal.

— Me respetará como no lo hizo Rhaegar — respondió Aerys, mirando a su hijo con admiración.

— Así es, majestad — afirmó Tyla, sentándose a su lado —. Él protegerá su casa y te hará sentir muy orgulloso.

Aerys observó a Tyla, su belleza era un bálsamo para su alma atormentada.

— Este no será nuestro único hijo — exclamó el rey con fervor —. Tendremos muchos hijos que me respetarán y defenderán a su rey.

— Así es, majestad — dijo Tyla, tomando a su hijo en brazos —. Es hora de dormir, majestad.

Al levantarse, la voz del rey resonó en la habitación.

— Esta noche dormirás aquí.

Tyla, que no se había separado de su hijo desde su nacimiento, sintió un temblor en su interior, pero no podía negarse. Sabía que el juego apenas comenzaba, y que en cada movimiento se jugaba el destino de su familia.

The Lion's Promise||Juego de Tronos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora