El Nacimiento de Dragones

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En el vasto y sombrío reino de Poniente, el rey se encontraba sentado en su trono de hierro, la paranoia apoderándose de su alma desde aquel tormentoso torneo en Harrenhal. El miedo a perder su preciado trono lo consumía, haciéndolo más desconfiado que nunca.

Mientras tanto, en el interior de la fortaleza, Jaime Lannister se hallaba al lado de su hermana, Tyla, quien yacía en su lecho, sudorosa y angustiada bajo la fina tela de su camisón. Los gritos ensordecedores resonaban por los pasillos, anunciando el nacimiento del segundo hijo del rey con su segunda esposa.

Jaime observaba el dolor en el rostro de Tyla y anhelaba que su sufrimiento llegara a su fin.

— ¡Puje, majestad! —instó el maestre, mientras las piernas de Tyla se abrían con dificultad.

— ¡No puedo más! —exclamó Tyla entre lágrimas—. ¡Sáquenme a este niño, YA!

— Eso sería muy peligroso, majestad. Ya falta poco, solo puje una vez más.

Desesperada, Tyla obedeció, pujando con todas sus fuerzas. Al escuchar el llanto del recién nacido, rompió en llanto, aliviada por haber traído al mundo a su segundo hijo.

— ¡Felicidades, majestad! Es un hermoso niño —dijo el maestre, colocando al pequeño en sus brazos.

Jaime sintió una oleada de amor al ver la felicidad en el rostro de su hermana, pero su alegría se vio interrumpida por un grito desgarrador de Tyla.

— ¿Qué sucede? —preguntó Jaime, alarmado, mientras el maestre se apresuraba a examinar a la reina.

— Otro bebé viene en camino, majestad —anunció el maestre.

Tyla se quedó paralizada, jamás imaginó que traería al mundo dos hijos al mismo tiempo. Una de sus damas tomó al recién nacido mientras el maestre le ordenaba que pujase nuevamente. Aquello era una tortura; el alivio fugaz que había sentido se desvaneció, reemplazado por el temor de un segundo parto.

Las horas pasaron, y el llanto de un segundo bebé resonó en la habitación.

— ¡Felicidades, majestad! Es una hermosa niña —anunció el maestre.

Al escuchar esto, Tyla rompió en llanto. Ahora, junto a sus dos varones, sostenía a su pequeña hija, una imagen viva de la Casa Targaryen, con cabellos tan blancos como la nieve.

— Avisen al rey —ordenó Tyla, con voz cansada—. Dile que han nacido dos hermosos niños de cabello blanco.

La dama colocó al recién nacido a su lado, mientras el maestre preguntaba por los nombres.

— Aegon y Rhaenyra.

Nombres que pesaban como el acero, resonando con la historia de los Targaryen.

— ¿Quieres cargarlos? —preguntó Tyla a su hermano, quien estaba embelesado por los pequeños.

Jaime tomó al pequeño Aegon con cuidado, admirando su hermoso rostro, una clara herencia de la casa Targaryen. Así como había jurado proteger a su hermana, también se comprometía a cuidar de sus sobrinos.

La puerta se abrió de repente, y Jahaerys, el hijo mayor de Tyla, corrió hacia su madre, pero la nodriza lo detuvo.

— ¡Espera, amor! Puedes lastimar a tu hermana.

La nodriza lo subió con delicadeza a la cama junto a su madre.

— Mira a tu hermana, Jahaerys —exclamó Tyla.

Ese momento de unión familiar llenaba a Tyla de alegría, recordándole a su propia madre. Con tres preciosos niños que proteger, el amor la envolvía. Jaime, aún sosteniendo al bebé, tomó asiento en la cama, presentándole a su otro hermanito.

— Este es tu hermano, pequeño príncipe.

Jahaerys miró a su tío, fascinado por la brillante armadura que reflejaba la luz, mientras se acercaba a conocer al pequeño.

Sin embargo, la paz se vio interrumpida cuando uno de los guardias del rey irrumpió en la habitación.

— El rey solicita que le sean presentados los nuevos príncipes, majestad.

Jaime se puso de pie, dejando al bebé junto a Tyla.

— La reina se encuentra indispuesta —respondió con firmeza.

— El rey ha dicho que su presencia se solicita con urgencia —replicó el guardia, y Tyla supo que no podía desobedecer al rey.

— Dile al rey que vamos enseguida —exclamó, con determinación.

Jaime acompañó a su hermana al salón del trono, con su sobrino en brazos y Tyla sosteniendo a su hija. Cada paso de Tyla reflejaba el dolor por el que había pasado. Al llegar, se acercó lentamente al trono.

— Querido esposo, permíteme presentarte a nuestros hijos —dijo Tyla.

— Nuestra casa se fortalece más que nunca, ahora tenemos dos dragones listos para servir —resonó la voz del rey, llenando a Jaime de desprecio. La imagen del rey que había visto en Harrenhal había cambiado; ahora se regocijaba ante su hermana y sus hijos.

Cuando Tyla colocó a la pequeña en brazos del rey, él la miró con intensidad.

— Ella se casará con nuestro Jahaerys —declaró el rey, su voz pesada y autoritaria—. ¿Me escuchaste? —gritó a su esposa.

— Sí, querido, ella se casará con nuestro bebé —respondió Tyla, sintiendo el peso de la situación.

El rey devolvió a la niña a su madre y exigió que Jaime le entregara al niño.

— No quiero que tus sucias manos toquen a mi hijo, sucio león —exclamó el rey.

Jaime le entregó al bebé, asqueado por el comportamiento del rey.

— Él es el protector de nuestros hijos, esposo. Necesita estar con ellos —dijo Tyla, pero el rey lanzó una mirada amenazante a su esposa.

— No te atrevas a desafiarme, mujer.

Tyla guardó silencio, sintiéndose vulnerable. Tras la presentación, tomó a su hijo mientras después de colocar a su hija en los brazos de su hermano y se retiró a su habitación, deseando descansar.

Los días transcurrieron, y Tyla se adaptó a su nueva vida con sus tres hijos. Una mañana, mientras sostenía a su pequeña en brazos, escuchó unos golpes en la puerta.

— Tyla —era Jaime.

— Jaime, ¿qué te trae tan temprano? —preguntó, notando la preocupación en su voz.

— La reina está embarazada —anunció, y el corazón de Tyla se aceleró.

— Entonces vayamos a felicitar a su majestad —dijo, levantándose con Rhaenyra en brazos.

— El rey la ha encerrado en su habitación. Nadie puede pasar a verla.

Tyla reflexionó sobre las palabras de su hermano. El rey estaba más paranoico que nunca, y no entendía el motivo del encierro de la reina Rhaella.

— Hablaré con él —declaró, acercándose a Jaime—. No tienes que preocuparte, la reina está a salvo.

— No, claro que no lo está —replicó Jaime, angustiado—. El rey le hace daño, Tyla, y no permitiré que te haga daño a ti o a los niños.

Tyla tomó el rostro de su hermano entre sus manos.

— No permitiré que toque a mis hijos, nunca. Pero debes mantener tu posición. Tengo un plan, y cuando se lleve a cabo, el rey no le hará daño a más nadie, nunca.

Esas palabras quedaron grabadas en el corazón de Jaime, resonando con la determinación de su hermana en un mundo lleno de intrigas y sombras.

The Lion's Promise||Juego de Tronos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora