Lealtades y Traiciones

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Jaime Lannister se hallaba fascinado. No era la primera vez que pisaba la imponente Fortaleza Roja, pero cada vez quedaba cautivado al observar cómo su hermana, Tyla, desempeñaba el papel de reina. Custodiar a ella y a la reina Rhaella era un deber que disfrutaba, deleitándose en la elegancia con la que su hermana mantenía el reino en equilibrio. Sus ojos se posaban en la reina Rhaella, quien jugaba con su hijo Viserys mientras compartía la mesa con Tyla y su pequeño sobrino.

Tyla había designado a Jaime como su guardia real, una responsabilidad que lo mantenía a su lado. Aquella jornada había descendido a la ciudad para distribuir dinero y alimentos en nombre de su hermana y del rey.

Mientras caminaban, Jaime se dio cuenta de que la gente adoraba a Tyla. A pesar de su avanzado estado de embarazo, los ciudadanos se apartaban respetuosamente para protegerla. Jaime permanecía alerta, decidido a no permitir que nada le hiciera daño.

El día se alargaba para Tyla. Tras su visita a la capital, se encontraba en los jardines de la Fortaleza Roja, sentada y observando a su pequeño correr y jugar en el césped.

— Majestad — interrumpió el maestre aquel momento idílico entre madre e hijo —, ha llegado una carta para usted.

— ¿Quién la envía? — preguntó la reina.

— Lleva el sello de la casa Targaryen, majestad. — Tyla tomó la carta en sus manos, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.

Al abrirla, encontró la letra impecable de Rhaegar.

“A Su Majestad,

Con el peso de mi corazón y la sinceridad de mi alma, me dirijo a ti en esta misiva. He hallado el amor, pero no en la compañía que se espera de un príncipe, sino en una dulce y hermosa dama. Estoy convencido de que su esencia te conquistaría, pues es un reflejo de lo que la nobleza debería ser.

En breve, uniré mi destino al de ella, y así daré vida a la tercera cabeza del dragón, uniendo nuestras casas en un lazo indisoluble.

Espero que, aunque nuestras sendas se separen, siempre habrá un lugar en mi corazón para ti.

Nos veremos pronto.

Con lealtad y afecto, 
Príncipe Rhaegar Targaryen, Heredero al Trono de Hierro.”

Tyla se encontraba atónita ante la declaración del príncipe. Era un riesgo temerario que Rhaegar desestimara a su esposa; los Martell eran aliados necesarios.

Si el rey se enteraba de esto, ni Rhaegar ni su misteriosa amante estarían a salvo.

Con la carta aún en la mano, reflexionó sobre sus opciones.

— Sé que no debes preocuparte por el embarazo — la voz de Jaime la sacó de sus pensamientos.

— Yo me he dicho lo mismo — replicó Tyla —, pero estoy rodeada de gente estúpida que pone en peligro la seguridad del reino y la de nuestra familia.

— Sé que Lord Connington te ayuda a tomar decisiones.

— Lord Connington no es apto para reinar. Necesita la ayuda de una reina. — Tyla se levantó con dificultad, y Jaime la asistió.

— Tienes que proteger a tus hijos, Tyla.

— Y lo hago. ¿Por qué crees que sigo aquí? Protejo a mi familia.

Jaime vislumbró el terror en los ojos de su hermana, una preocupación latente.

— Mi amor, es hora de la siesta. — Tyla llamó a su pequeño hijo, tomándolo en brazos.

Juntos, caminaron con paso pausado hacia su habitación.

— ¿Por qué no vas a Roca Dragón junto a la princesa Elia? — exclamó Jaime.

— Mi familia está aquí, Jaime — respondió Tyla al llegar a su habitación —. Y ahora que tú también estás aquí, eres parte de mi familia, de la de mis hijos. Más te vale lealtad a esta casa.

Tyla sabía que su lealtad residía en sus hijos, en su hogar, y que debía protegerlos sin importar que ese no fuera su verdadero hogar.

— Tus hijos también son Lannister.

— Mis hijos son dragones, traídos a este mundo para volar tan alto como sus antepasados.

Jaime se sintió fuera de lugar ante esa afirmación. Comprendía el amor de su hermana por su hijo, pero no podía imaginar que abandonara su apellido por ellos.

Tyla sonrió a su hermano antes de entrar en su habitación, donde se recostaría junto a su hijo para disfrutar de una merecida siesta.

Mientras tanto, en la imponente fortaleza de Harrenhal, se había cometido la más grave de las ofensas contra las casas Baratheon y Martell. El príncipe Rhaegar Targaryen, en un acto de audaz desprecio, había otorgado la corona del Amor y la Belleza a Lyanna Stark, la doncella del Norte, en lugar de a su legítima esposa, la reina Elia Martell. Aquello fue visto por todos los presentes como una afrenta no solo hacia la reina, sino también hacia el prometido de Lyanna, el poderoso Robert Baratheon.

La noticia de este desaire llegó rápidamente a oídos de la reina Tyla, quien se encontraba atónita y horrorizada ante lo sucedido.

Tyla, consciente de las repercusiones que tal acto podía desencadenar, reflexionó sobre la naturaleza del príncipe Rhaegar. Había sido él quien le había enseñado la importancia de su papel en la historia, un papel que podría perderse en un susurro por un capricho amoroso.

¿Por qué arriesgaba tanto? Tyla se preguntó si las antiguas lealtades podían resistir las llamas de una nueva rivalidad, mientras el eco de la traición resonaba en cada rincón de Harrenhal.

The Lion's Promise||Juego de Tronos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora