LA ECUACIÓN DEL AMOR

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La ecuación del amor





_____ Lane cree que las matemáticas son lo único que funciona en el universo. Utiliza algoritmos para predecir compras, un trabajo que le ha proporcionado más dinero del que sabe gastar y menos experiencia en el apartado de las citas que la media de cualquier treintañera. No le ayuda tener Asperger y que besar le recuerde a un pez piloto limpiando los dientes de un tiburón. Por eso contrata al despampanante gigoló Harry Styles. Mitad sueco, mitad vietnamita, Harry no puede rechazar la oferta de _____ y accede a ayudarla y rellenar todas las casillas de su plan de lecciones amorosas, desde el juego previo hasta más allá de la postura del misionero... _____ no solo aprende a apreciar los besos de Harry sino a anhelar el resto de sensaciones que le provoca. Pronto su asociación sin sentido empieza a cobrarlo y el patrón que _____ descubre la convence de que el amor es la mejor clase de lógica.

 

Capítulo 1

—Sé que detestas las sorpresas, _____. Con el fin de expresar nuestras expectativas y de proporcionarte un tiempo razonable, deberías saber que estamos preparados para tener nietos.

La mirada de _____ Lane abandonó de golpe su desayuno para clavarse en el rostro de su madre, que envejecía con mucha elegancia. Un suave maquillaje resaltaba esos ojos de color castaño oscuro que la miraban con un brillo acerado. Eso no auguraba nada bueno para _____. Cuando a su madre se le metía algo en la cabeza, era como un tejón melero con ansias de venganza: beligerante y tenaz, pero sin gruñidos ni pelaje.

—Lo tendré en cuenta —replicó _____.

La sorpresa dio paso a una miríada de pensamientos aterrados. Los nietos significaban «bebés». Y pañales. Montones de pañales. Pañales tóxicos. Y los bebés lloraban, con aullidos propios de una banshee que ni los mejores tapones antirruidos podían bloquear. ¿Cómo podían llorar tanto y tan fuerte siendo tan pequeños? Además, los bebés significaban maridos. Los maridos significaban novios. Los novios significaban citas. Las citas significaban... sexo. Se estremeció.

—Tienes treinta años, _____. Nos preocupa que sigas soltera. ¿Has probado Tinder?

Cogió el vaso de agua y bebió un buen sorbo, tragándose sin querer un cubito de hielo. Tras carraspear, dijo:

—No, no lo he probado.

Solo con pensar en Tinder, y en la correspondiente cita que el servicio prometía conseguirle, se puso a sudar. Detestaba todo lo relacionado con las citas: la desviación de su cómoda rutina, la conversación tonta y a veces desconcertante y, cómo no, el sexo ...

—Me han ofrecido un ascenso —le dijo a su madre, con la esperanza de distraerla.

—¿Otro? —le preguntó su padre, que bajó el ejemplar de The Wall Street Journal de modo que se veían sus gafas de montura metálica—. Te ascendieron hace menos de dos trimestres. Es fenomenal.

_____ se animó y se sentó en el filo de la silla.

—Un nuevo cliente, un vendedor online muy importante del que no puedo decir el nombre, nos proporcionó unos conjuntos de datos increíbles y me

pasé el día entretenida con ellos. Diseñé un algoritmo para ayudar en algunas de sus sugerencias de compra. Al parecer, está funcionando mejor de lo esperado.

—¿Cuándo se hará efectivo el ascenso? —le preguntó su padre.

—La verdad... —La salsa holandesa y la yema de huevo de su pastel de cangrejo se habían mezclado, de modo que intentó separar los líquidos amarillos con el tenedor—. No he aceptado el ascenso. Era un puesto de directora de departamento con cinco personas bajo mi mando y que requería mucha más interacción con los clientes. Solo quiero trabajar con los datos.

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