Argumento:
El agente del FBI Harry Styles compró un rancho en Jacobsville para intentar acabar con algunas rencillas familiares, y, a pesar de que no tenía ningún interés en enamorarse, sintió una inesperada atracción por su vecina, una joven tímida que quería que ciertos secretos permanecieran ocultos y que jamás había pensado en el amor.
_____ y Harry se convirtieron en aliados al tener que trabajar juntos en el caso más difícil de la carrera de Harry: localizar a un asesino en serie cuyas víctimas eran menores, y estaban muertas... excepto una. Ahora un duro hombre de la ley y una mujer con un trágico pasado se encontraban con una nueva oportunidad para ser felices. Sólo necesitaban un poco de suerte... ***
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Capítulo 1
La vieja propiedad de los Jacob estaba en bastante mal estado, porque el último propietario había sido muy descuidado. En el despacho había una gotera, y quedaba justo encima del condenado ordenador.
Harry Styles la contempló con exasperación desde la puerta. Llevaba un elegante traje gris, porque acababa de llegar a Jacobsville desde Washington D.C., donde había asistido a un curso de investigación de homicidios en Quantico. Era su nueva especialidad dentro del FBI. Trabajaba en la oficina de San Antonio, pero recientemente había dejado el apartamento en el que vivía allí y se había trasladado a aquel enorme rancho de Jacobsville.
Su hermano Cash era el jefe de policía de la población. Habían estado distanciados durante un tiempo, porque Cash había repudiado a su familia cuando su padre se había vuelto a casar días después de que su madre muriera a causa de un cáncer, pero la situación se había arreglado. Cash estaba felizmente casado con Tippy Moore, una modelo y actriz afamada a la que se conocía con el apodo de «la luciérnaga de Georgia», y acababan de tener una hija.
Para Cash, la pequeña era como las joyas de la corona, pero a Harry le parecía más una pequeña ciruela pasa enrojecida que no dejaba de mover los puños. Aunque la verdad era que con el paso de los días iba haciéndose más bonita. Le encantaban los niños, a pesar de que no lo parecía. Tenía un carácter directo y brusco, apenas sonreía, y solía mostrarse reservado y seco incluso con las mujeres... sobre todo con ellas. Se le había roto el corazón cuando el amor de su vida había muerto de cáncer, y estaba resignado a permanecer solo durante el resto de su vida. Era lo mejor, porque no tenía nada que ofrecerle a una mujer. Tenía treinta y seis años, y vivía por y para su trabajo. Aunque lo cierto era que le habría gustado tener hijos... sí, habría estado bien tener un crío, pero no estaba dispuesto a arriesgar el corazón.
La señorita Jane Turner, el ama de llaves a la que había contratado, entró en el despacho tras él y lo miró con resignación.
—No pueden venir a arreglar la gotera hasta la semana que viene, señor Harry —le dijo, con un marcado acento texano—. Será mejor que pongamos un cubo por ahora, si no quiere subir usted mismo al tejado con un martillo y unos clavos.
—No tengo por costumbre subir a tejados —le contestó, sin inflexión alguna en la voz.
Ella recorrió su elegante traje gris con la mirada, y murmuró:
—No me extraña —sin más, dio media vuelta para marcharse.
Harry la miró con sorpresa. Aquella mujer parecía pensar que siempre iba trajeado, pero se había criado en un rancho del oeste de Texas. Podía montar cualquier bicho con cuatro patas y en su adolescencia había ganado varios rodeos. Aunque en ese momento sabía más de armas y de investigaciones que de rodeos, era más que capaz de dirigir un rancho; de hecho, había empezado a criar ganado, Angus negros de pura raza, y pensaba ser un duro competidor para sus hermanos y ***