Capítulo 18

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Cinco días. Han pasado cinco días desde la última vez que vi a Lucas. Ni una llamada, ni un mensaje. Solo silencio. Ese mismo silencio que ahora llena el salón, mientras me siento en el sofá con el teléfono en las manos, luchando con la necesidad de hacer algo, de arreglar las cosas. Lucas y yo... no sé en qué punto estamos, pero lo que sí sé es que el vacío que siento por dentro se hace más grande con cada día que pasa.

Miro el teléfono una vez más, como si de alguna manera él fuera a aparecer en la pantalla, pero en lugar de eso, deslizo el contacto de Mateo y, antes de que mi mente pueda detenerme, presiono el botón para llamarlo.

— Podemos juntarnos hoy —digo, levantándome del sofá mientras la ansiedad comienza a apoderarse de mí. Siento el calor recorrerme la piel y la tensión en mis hombros aumenta—. Puede ser cerca de la escuela, en el parque donde solíamos descansar.

El silencio al otro lado del teléfono me pone más nerviosa. Finalmente, la voz de Mateo llega, calmada como siempre.

— Te veré a las cinco.

La llamada se corta y quedo sola, con el eco de nuestras despedidas rondando en mi cabeza. Respiro hondo, pero eso no alivia el nudo en mi pecho. ¿Qué acabo de hacer? Sin pensarlo, llamé a Mateo. ¿De verdad estoy lista para esto? Las palabras de Clara, cuando me aconsejó que hablara con él, siguen rebotando en mi mente. Ella siempre ha creído que aclarar las cosas con Mateo me ayudaría a avanzar, pero ahora... ahora solo siento una creciente ola de arrepentimiento. ¿Es esto lo correcto?

— ¿Qué hice? —susurro, paseando nerviosamente por la sala, buscando una excusa, cualquier cosa que pueda cambiar el rumbo de esta reunión. Mi mente corre en círculos, buscando otro tema para hablar, algo que no sea la confesión que pesa tanto en mí.

Miro mi teléfono otra vez. El reloj marca las 15:59. Pronto deberé salir así que comienzo a arreglarme. Mis manos están sudorosas, y aunque trato de respirar profundo, la ansiedad sigue ahí, apretando mi pecho. Clara me dijo que este paso era necesario, que hablar Mateo me ayudaría a encontrar respuestas. Aún así, el miedo me carcome por dentro. ¿Y si esto lo empeora todo?

Me subo al bus, y la familiaridad del recorrido me lleva de vuelta a los días de colegio. El traqueteo del transporte público, las calles que parecen no haber cambiado en todos estos años, y la vista de los uniformes escolares me hacen sonreír levemente. Todo parece igual, pero yo ya no soy la misma. Hace unos años, mi mayor preocupación era llegar a tiempo a clases o a algún examen importante. Ahora, mi vida está patas arriba, entre el embarazo, Lucas, y este encuentro que no deja de generarme ansiedad.

El viaje se siente interminable, aunque sé que solo es mi mente dándole vueltas a lo que está por venir. Me obligo a recordar momentos más ligeros.

Al llegar a la escuela, bajo del bus y respiro profundamente. El parque está cerca, y mientras camino hacia él, noto lo vacío que está. Quizás la hora no es la más concurrida, o tal vez ya no soy la adolescente que notaba la vida que se movía en este lugar. Solo algunas personas pertenecientes a clubes o actividades extracurriculares están por ahí. Todo está silencioso, casi como si el lugar me invitara a enfrentar lo que vengo a hacer.

Me siento en uno de los columpios, empujándolo suavemente con mis pies mientras miro alrededor. El chirrido del metal es lo único que rompe el silencio, y la nostalgia de tantas tardes pasadas aquí con Mateo me golpea. Lo que solía ser un refugio ahora se siente extraño, como si todo hubiese cambiado sin que yo me diera cuenta.

Minutos después, veo a Mateo acercarse. No lleva su brazo en cabestrillo, aunque aún está con el yeso. Me saluda con una tranquilidad que no comparto, y se sienta en el columpio libre junto a mí. Ambos guardamos silencio, la brisa ligera mece los columpios, pero ninguno de los dos sabe bien cómo empezar.

Planificando SentimientosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora