Capítulo 5

168 17 0
                                    

Olivia

«¿Cómo llegué a esto? ¿Cuándo perdí el control de mi vida?»

Eran las preguntas que rondaban en mi mente mientras estaba sentada en la sala tejiendo un regalo para papá. Mis piernas cruzadas mantenían una postura perfecta, la mirada clavada en el hilo, dejándome consumir por mis emociones.

Toda mi vida pensé que era especial, que había algo en mí, único, que hacía que la gente me amara. Eso hizo que mis padres me escogieran entre tantos niños. No hice nada para llamar su atención, solo sé que quedaron fascinados conmigo.

Pensé que era una vida de ensueño, con unos padres que me amaban, con hermanos y una bonita familia, como la que siempre quise. No pude estar más equivocada. Había cuerdas alrededor de mis manos; me manipulaban a su manera, hacían que hiciera lo que ellos querían. No había forma de liberarse.

Jamás me sentí como una marioneta, siempre pensé que lo que hacían era por mi bien, pero no era así; todo lo que hicieron fue para salvarse ellos. Estaba harta de no poder gritar todo lo que pensaba, me sentía ahogada, como si una venda cubriera mi boca, evitando que lo hiciera.

Este no era mi mundo, y cada sonrisa, cada gesto, me recordaba lo mucho que tenía que fingir para sobrevivir.

Lo único que podía hacer era acuchillar pasteles, imaginar que eran sus órganos lo que cortaba en vez de pedazos de pastel, y que el glaseado que salía de ellos era la sangre de mis padres. Sé que suena muy sádico, y eso me hace ser una pésima hija y, por supuesto, un ser muy desagradable que se merece todo lo malo. Pero es lo único que me hacía sentir liberada.

Había querido volver a la fiesta, pero no pude, fue como si hubieran atado mi parte razonable, la que me permitía pensar con claridad, y habían dejado a la estúpida. Esa vocecita tonta que te indica hacer cosas idiotas era la que tenía el control, la que me empujó a tomar uno de los licores de mi padre y beberlo hasta el fondo, la que me incitó a aceptar el trato de Di Bianco.

No sabía nada sobre él, solo que era el culpable de mi tragedia; de alguna u otra manera, él contribuyó a mi sufrimiento. Habían roto la poca estabilidad que tenía. Miraba a mis pies y podía ver los pedazos rotos.

«Era una estúpida por haber aceptado ese trato».

Mis movimientos se volvieron frenéticos mientras manejaba la aguja con desesperación, sintiendo mi pecho arder. La noche anterior se repetía en mi mente. Me habían vendido; había sellado un pacto con el diablo. Todo se había desmoronado.

El grito de mi hermana pequeña me sacó de mis pensamientos. Sus ojos, abiertos de par en par, miraban el hilo en mis manos. Solo entonces me di cuenta de la sangre que corría por mi dedo y de la aguja clavada en mi piel.

No sentía nada.

—Perforaste la piel —dijo, aterrorizada.

—No dramatices —respondí, intentando sonar despreocupada—. Solo es un poco de sangre.

Tomé un pañuelo y, sin mucho cuidado, saqué la aguja. La sangre fluyó aún más antes de que envolviera el pañuelo y presionara con fuerza.

Esto debería doler, pero no era capaz de sentirlo.

—Desde anoche estás rara —dijo, frunciendo el ceño.

—No pasa nada —murmuré con frialdad—. Solo es otro día más en esta mentira —solté una risa seca—. Soy una tonta.

—Oli...

No quise escuchar lo que tenía que decir, nada me podía hacer sentir mejor. Me habían utilizado, era una tonta que pensó que en verdad la amaban y solo era una moneda de cambio.

Sedúceme (1 Trilogía Infierno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora