Capítulo Cuatro

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Dexter

Odiaba las fiestas de sociedad donde la anfitriona era tratada como una vaca que vendían al mejor postor. Todos los hombres rodeaban la escalera esperando obtenerla, sin importar que estuvieran casados.

Me producía asco ver que mi padre era uno de esos, pero era un maldito, ¿qué podía esperar de él?

No conocía a la cumpleañera, pero sabía que era hija adoptiva de Rogers, algo así me había mencionado Gianna. Qué desafortunada la niña al haber sido adoptada por estos imbéciles.

Acomodé mi traje y me deslicé por los pasillos, robándome la mirada de todos. Unas eran de miedo y otras de anhelo, pero todas posadas en mí. Me daba igual, solo venía a recuperar mi memoria.

Tomé un gran trago de la copa, se la dejé en la bandeja al mesero que las repartía y volví a tomar otra. Llegué a donde estaba mi padre; él hablaba con Michael Rogers como si fueran viejos amigos.

—Qué bueno que llegas —dijo, poniendo una mano en mi hombro—. Él es mi hijo Dexter, y este es el señor Rogers, un viejo amigo de años.

Dibujé una sonrisa que cualquiera que me conociera sabría que es falsa, y estreché su mano, apretándola más de lo debido.

—Un gusto —dije con tanta tranquilidad que llegó a dar miedo.

Tragó saliva intentando parecer seguro, pero mi apretón casi le rompía la mano.

—El gusto es mío.

Las luces se apagaron y el reflector se encendió. Solté su mano sin borrar mi sonrisa cínica y él se giró con un gesto de dolor.

Una morena apareció en las escaleras, con un vestido de tirantes largo, lleno de brillos y con una abertura en la pierna. Sus ojos verdes resaltaban. Definitivamente era del tipo de mujer que llamaba la atención al entrar a cualquier parte. En este momento tenía toda mi atención, y eso no era fácil de conseguir.

—Definitivamente, Olivia Rogers es muy linda; me atrevería a decir que hasta más que su propia madre —susurró mi padre, solo para nosotros.

—Tiene lo suyo.

No podía despejar la mirada de su belleza; era como una bruja que te hechizaba con el movimiento de sus caderas. Elevé la vista para ver sus ojos, un verde jade que te obligaba a mirarla y obedecer en todo lo que te pidiera. Una maldita tentación, la viva imagen del deseo, la diosa de la perfección, capaz de arrastrarte al abismo con una sola sonrisa.

De pronto todo se borró de mi cabeza y solo existía ella. Mis labios entreabiertos sentían la boca seca; quería besar sus labios carnosos que estaban pintados con un gloss que apenas se notaba. Quería deslizar la lengua por ella y probarla.

Todos estaban igual que yo, admirando lo bella que era, deseando ser el único para ella. Arrugué la expresión sintiendo un nudo en el estómago; no me agradaba la idea de no ser el único que la mira.

—Es de buena familia, criada a la antigua y apenas tiene 21 —dice mi padre rompiendo el hechizo de la mujer—. Es perfecta para ser tu futura esposa.

Giré los ojos apretando la mirada de ella.

—No me interesa el matrimonio.

—Tienes 26, es hora de empezar a buscar una esposa.

No tenía tiempo para esas estupideces. Para entonces la chica ya había llegado abajo, tomó la mano de un tipo que le triplicaba la edad, y unas ganas de doblarle la mano a ese imbécil me invadieron.

—No tengo tiempo para eso.

La mayoría de las personas empezaron a acercarse a ella para tomar su mano y felicitarla, incluyendo a mi padre. Fue mi oportunidad perfecta para salir del salón en el que se llevaba a cabo la fiesta y entrar a la casa.

Sedúceme (1 Trilogía Infierno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora