Capítulo Nueve

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Olivia

Era una noche sin estrellas, el cielo completamente negro. Por más que trataba de buscar una luz, todo era oscuro. Las calles estaban vacías por la lluvia; los locales de alrededor, afortunadamente, estaban abiertos.

Juro que mi corazón se saldría de mi cuerpo en cualquier momento. Miraba a todos lados, jugaba con las mangas de mi suéter aterrada, sintiendo cómo mi respiración se aceleraba.

«No estaba pensando con claridad cuando decidí hacer esto»

En esos momentos, me arrepentía de todas mis decisiones de esta noche. Ni siquiera conocía al hombre de aquella llamada. Tenía una sospecha de quién era, ya que en estos momentos lo estaba mirando, pero no estaba del todo segura.

«Maldición, Olivia, deberías pensar más las cosas».

Un Skyline negro se estacionó en el local de enfrente. No le di importancia y continué mirando al hombre. No creo que pasara de los 50 años. Mantenía una expresión arrugada al mismo tiempo que miraba a todos lados. No me daba alguna pista de ser él.

¿Cómo se supone que debería verse?

No quería acercarme a él; no tenía nada para defenderme, y aunque por fuera me mostraba de lo más tranquila, por dentro estaba gritando de miedo. Quería correr a esconderme bajo las sábanas como una niña pequeña. Lo cierto es que ni siquiera cuando era una niña lo hice.

Mamá me dijo que siempre caminara con la frente en alto. No importaba que ellos tuvieran más poder; yo tenía que mostrarme fuerte. Caminé hacia él, segura de mí, formando una sonrisa coqueta. Nunca me negaban nada así.

—Soy Olivia Rogers, mi padre me envió —llevo una mano a la cadera—. Vamos, no quiero hacerlo esperar.

Sus ojos azules me repasaron de arriba abajo, dudando de mis palabras. Metió la mano al bolsillo, haciendo una mueca.

—Mira, niña, este es un asunto de mayores —hizo una cara de asco—. No te metas en asuntos que no comprendes.

—Ya te lo dije —me mantuve firme—. Mi padre me ha enviado, así que no lo hagamos esperar.

Estiré la mano, manteniendo mi figura autoritaria para conseguir lo que quería, pero él no parecía creerme nada.

—Llamaré a su padre para que me lo confirme.

Mierda, esa no la vi venir.

—¿Qué es esto? ¿La escuela? —giré los ojos—. Ni cuando hacía travesuras en el jardín de niños llamaban a mis padres. Pero si usted cree que es necesario molestarlo cuando acaba de recibir un disparo en el brazo, adelante.

«Que no lo haga, que no lo haga».

Suplicaba en mi interior, aun mostrándome segura de mis palabras.

Me miró unos instantes y luego a la bolsa de su pantalón, donde estaba su mano. Para ser un artefacto tan valioso, no estaba muy bien protegido.

—Te la daré —sentí cómo el aire volvió a mí—. No quiero molestar a tu padre, pero espero que me recomiendes para un aumento.

—Lo consideraré.

Sacó el pequeño estuche negro, donde supuse que la guardaba. Me lo extendió, pero antes de dármelo, sonó su teléfono. Tragué saliva, intentando controlar el nerviosismo que recorría mi cuerpo.

Si se lo arrancaba de las manos, me vería muy sospechosa. Solo me pude mantener parada frente a él esperando que no respondiera.

—Responder una llamada mientras hablas con otra persona es descortés —espeté—. Lo es aún más cuando hablas con la hija de tu jefe.

Sedúceme (1 Trilogía Infierno)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora