Vingt-trois

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❝La cueva de Buscatrufas❞

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La cueva de Buscatrufas

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El sol en su punto, iluminaba el río que serpenteaba a través del valle. Y en un pequeño bote, dos telmarinos avanzaban en silencio, sus figuras eran sombrías recortándose contra el reflejo plateado del agua. Entre ellos, atado de pies y manos, yacía un enano de barba rubia y ojos fieros, cuya expresión desafiaba a sus captores a pesar de la cuerda que apretaba sus muñecas.

—¿Por qué sigue mirándome así? —gruñó uno de los telmarinos, un hombre alto y corpulento con una cicatriz que le cruzaba el rostro—. Me pone los pelos de punta.

El otro telmarino, más joven y delgado, miró al enano con desprecio.
—Ignóralo y ya.— dijo con una voz amarga.

El enano, con los ojos fijos en el telmarino de la cicatriz, no apartó la mirada ni un momento. Sus ojos azules brillaban en una mezcla de odio y valentía. Era claro que no iba a suplicar ni a mostrar miedo, y eso parecía incomodar aún más a sus captores.

—Deja de mirarme así, ¡maldito enano! —exclamó el telmarino de la cicatriz, su voz tensa—. ¿Qué quieres, eh? —y la mirada del enano cada vez tensionaba más al hombre.

El enano, sin poder hablar por la mordaza en su boca, levantó la cabeza con desafío y escupió un ruido ahogado de desprecio.
—¡Eso es todo! —rugió el telmarino. —Hay que dejarlo aquí. — le dijo a su compañero.

El enano forcejeó, pero con las manos y pies atados y una mordaza apretada, sus intentos por liberarse fueron inútiles. Lo levantaron entre los dos telmarinos, sintiendo su peso en sus brazos mientras lo inclinaban peligrosamente hacia el borde del bote.

Pero el agua del río, que antes era tranquila, comenzó a agitarse más de lo habitual. Las olas pequeñas chocaban contra el costado de la embarcación, haciendo que el bote se tambaleara con brusquedad.

—¿Qué está pasando? —preguntó el telmarino más joven, notando la creciente fuerza de las corrientes de agua—. Este río nunca es así de turbulento.

—¿Y qué importa? —gruñó el de la cicatriz, luchando por mantener el equilibrio mientras sujetaba al enano—. Solo tira a este miserable al agua y acabemos con esto.

Justo cuando se disponían a lanzarlo, un silbido agudo rompió el aire, seguido de un sonido seco y contundente. Una flecha atravesó el aire caluroso y se clavó en el costado del bote.

A lo lejos, parada en la playa, vieron a una chica con un carcaj y un vestido morado, su silueta inconfundible para cualquiera que conociera la historia de Narnia. Pero los telmarinos no lo sabían; era la Reina Susan de antaño.

El enano, al ver la figura, comenzó a forcejear más violentamente en sus ataduras, emitiendo sonidos ahogados a través de la mordaza.

—¡¿Cómo que "libérenlo"? !—gritó el enano con desesperación, aunque no se le entendió nada por obvias razones.

The Last She |Peter Pevensie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora