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❝La Navaja de Plata❞

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La Navaja de Plata

ꨄ︎

' Año 1944, North Finchley

ఌ︎. Aldara Lennox

Mi padre siempre decía que yo tenía un poder especial, esa habilidad de poder dirigir o influir en la conducta de otros o un curso de eventos determinados; justo como él tenía sobre mí. Él, el gran general Mattew Lennox, del ejercito británico; siempre había tenido el poder sobre mi vida, sobre mis acciones o hasta pensamientos; lo odiaba.

Todo el tiempo he pensado que el poder que uno tiene no debe ser abusado solo porque tienes acceso a el, y era justamente lo que mi padre hacía. Utilizaba su poder para dirigir mi vida, hacia un destino que yo ya tenía marcado; o eso es lo que me decía cada vez que cuestionaba sus métodos de crianza. Yo no era dueña ni de mi propio destino.

¿Mi madre? Él jamás a querido a hablar de ello; pero sé que está  lejos, en un paraíso donde ella regía su propio poder. Mi padre le escribía cartas, cartas que pude encontrar en su recamara y son contadas, cuatro. Cuatro cartas dirigidas a mi madre, donde expresaba su más profundo rencor y odio, o tal vez simplemente arrepentimiento. Entenderlo era complicado para mí.

En ocasiones podía ver a mi madre en sueños. Jamás la había visto, pero yo sabía que era más pálida que la misma nieve que caía en Navidad; y más fría, que el propio corazón de mi padre.

Los sueños, sueños que se repetían cada noche y me querían decir algo. Soñaba con mi madre, aunque nunca la haya visto; soñaba con mi padre, aunque lo único que quería era ya no verlo más. Soñaba con leones, castores y lobos, y aunque sí, amaba los animales, jamás había tenido mascota alguna. No tenía sentido alguno con lo que soñaba. Y constantemente lo soñaba a él, aquel chico que tenía una belleza tan hermosa como el atardecer; pelo como el sol, y ojos como el océano; nunca lo había visto antes en mi vida; pero persistía en salir en mis sueños; no me gustaba.

—¡Aldara!— escuché como Clementine, el ama de llaves de nuestra casa, gritaba. A lo lejos escucha los bombardeos que en época de guerra, eran muy comunes. —¡Ahora, al refugio!— Yo ya tenía bien claro lo que tenía que hacer, acatar ordenes.

Nuestra casa se encontraba algo apartada de la ciudad, Fincheley, para nuestro resguardo y a petición de mi padre. Sin embargo el bombardeo también nos afectaba, al igual que a todas las personas, comunes y corrientes. Un detalle tan pequeño nos puede demostrar que no puedes tener el control sobre todo.

—¡Clementine! ¡¿Y mi padre?!— Y aunque yo repudiara su forma de controlarme, seguía siendo mi padre, mi única familia. Me preocupaba todo el tiempo por él—.

—¡No llegó a casa a dormir! ¡Dijo que algo grande se acercaba, se quedó en la oficina! ¡Algo me dice que no hablaba sobre esta guerra!— Ambas corríamos en dirección del refugio, donde toda la servidumbre de la casa, al igual que nosotras, querían protegerse de las bombas enemigas.

The Last She |Peter Pevensie|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora