Pansy
Joder. ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué cada vez que hablaba con Grager le acababa gritando? Siempre había tenido un carácter fuerte y siempre me había enorgullecido de ello, pero ahora lo maldecía. Maldecía también no ser capaz de bajar la guardia cerca de Grager, de sentir que en cualquier momento la leona dejaría de reírse de mis chistes y empezaría a insultarme, a culparme por todas las cosas que eran verdaderamente culpa mía, a acusarme una vez más de arruinar su vida... Aunque sabía que la gryffindor nunca haría algo así, no podía parar de pensar en ello, no podía parar de pensar que me lo merecía. Parte de mí también creía que lo enfadada que estaba siempre con Grager tenía algo que ver con como mis comentarios se entorpecían a su alrededor, o como mi cara se ponía roja y no de ira. Pero era una parte muy pequeña de mí, a la que no quería escuchar, poque tenía demasiado miedo como para hacerlo.
La sala común de Slytherin estaba vacía, a escepció de un chaval durmiendo en el sofá. La atravesé en dirección a las escaleras. En mi habitación todo el mundo parecía estar durmiendo. Avancé hasta el fondo del dormitorio y me dirigí a la cama Daphne, la necesitaba. Abrí su cortina lentamente.
– Daphne. – La llamé, mientras la movía ligeramente para despertarla. Encendí la luz de su pared.
Cuando se despertó tardó unos segundos en adaptarse a la luz.
–¿Pansy? ¿Qué pasa? – Dijo confundida. Cuando me miro a la cara su expresión se llenó de preocupación. Rápidamente se movió a un lado para hacerme hueco en la cama. Yo me quité los zapatos y me tumbe a su lado, cerrando la cortina tras de mí. – ¿Estas bien? – Me preguntó. Yo negué con la cabeza y hundí la cara en su hombro. Poco después las lágrimas empezaron a caer por mis mejillas. Daphne me abrazó.
...
Esa mañana no fui a desayunar. Me quedé en mi cama abrazando mi almohada y conteniendo las lágrimas. Álex apareció por el marco de la puerta.
– Hola. – Dijo sin su confianza característica. Realmente él y yo no habíamos tenido la oportunidad de hablar en condiciones, por lo tanto, no habíamos conectado tanto como lo había hecho con el resto del grupo. – Te traje algo de desayuno, Daphne me dijo que no te encontrabas bien, pero deberías comer algo. – Entró por la puerta sujetando lo que parecían dos napolitanas envueltas en una servilleta. Se me hizo la boca agua.
Le sonreí y me senté en la cama.
– Gracias, Álex. – Me sonrió de vuelta, ahora ya un poco más animado, como si antes fuera con cuidado, tanteando el terreno. Me dio la comida y se quedo de pie a mi lado.
– Oye, no sé muy bien que ha pasado, pero sea lo que sea estamos aquí. Ya no te digo yo, porque sé que no tenemos tanta confianza, pero a Daphne y Draco se lo puedes contar. Están muy preocupados. – Lo sabía. Sabía que tenía que contarles a mis amigos lo que pasaba, pero no sabía cómo explicarlo, porque no sabía como explicarmelo a mi misma.
– Lo sé, no te preocupes, se lo contaré. – Él sonrió y asintió. Me empezaba a fiar más de él. Sobretodo cuando me había traído napolitanas para desayunar.
– Me dijo Draco que está noche íbamos a hacer una especie de fiesta de pijama todos. – Dijo él cambiando de tema. Yo asentí.
– Sí, es tradición. Lo hacemos cada vez que alguien se siente mal, y muchas veces sin que nadie se sienta mal, solo para divertinos un rato en época de exámenes y eso.
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Como la odio
RomanceHay una enorme frontera entre el odio y la amistad; pero, entre el amor y el odio, esa frontera se reduce a una estrecha línea marcada en la arena con un palo. Y que, cuando sube la marea puede desaparecer por completo. Pansy desarrolla una especie...