Pansy
La cabaña de Hagrid era asquerosa: estaba llena de polvo y había un montón de cosas por todos lados. También me había parecido ver un trozo de pan mohoso tirado en una esquina de la habitación. No me extrañaría que el vaso de leche sobre la mesa llevara allí días.
– Os ofrecería galletas, pero tenemos que irnos. Lo que os voy a enseñar es muy importante que no se lo digáis a nadie. – Estaba segura de que las últimas palabras iban dirigidas hacia mí. El gigante se levantó, cogió un candil y empezó a caminar hacía la puerta de la cabaña. Los demás le seguimos.
– ¿A donde vamos? – Preguntó Potter.
– Al bosque prohibido. – Nadie más parecía alarmado por aquella respuesta. Miré a Potter y a Weasley, ambos seguían al gigante hacia el bosque como si lo hicieran todas las semanas. Luego miré a Granger; ahora, a la luz de la luna, podía verla mejor. Parecía cansada, era lógico que lo estuviera. Me fijé en sus rizos, que siempre estaban despeinados. Hoy había uno que caía sobre su cara, ella lo soplaba con la intención de apartarlo, visiblemente molesta. Antes de que fuera capaz a frenarme acerqué mi mano y yo misma aparté el mechón. Granger me miró extrañada, pero con una leve sonrisa en su rostro. Ladeó su cabeza, interrogándome con la mirada y se rió ligeramente. Noté el calor en mis mejillas y recé por que la luz de la luna no me alumbrara lo suficientemente para que se notara.
– Cállate. – Protesté mientras la empujaba a modo de juego.
– No he dicho nada. – Replicó ella riéndose.
– No ha hecho falta. – Volví a quejarme. Ella siguió riéndose. – Te estás riendo de mí. – La acusé. Al parecer Granger pensó que me estaba enfadando de verdad porque paró de reír.
– No es verdad. – Dijo. – Me estoy riendo de la situación. – Aclaró, como si lo que acababa de decir tuviera algún tipo de sentido.
– Te estás riendo de mí. – Aseguré.
– Te prometo que no.
– Quien diría que Hermione Granger acabaría riéndose de mí. Tengo que replantearme las decisiones que he tomado en mi vida. – La gryffindor abrió la boca, atónita.
– Oye. – Esta vez fui yo quien me reí, esta vez fue ella la que me empujó.
...
El bosque prohibido daba miedo. Estaba oscuro y había ruidos extraños provenientes de todos lados. Mientras íbamos caminando Hagrid se detuvo y ordenó silencio: había escuchado ruidos detrás de un arbusto cercano. Todos nos tensamos, a la espera de que algún tipo de criatura saliera de aquel arbusto y nos atacara. En el terror del momento Granger agarró mi mano, yo no la aparté.
El arbusto se sacudió. Todos dimos un paso hacia atrás. Apreté la mano de Granger y ella hizo lo mismo. Mi corazón latía con fuerza, puede que por el miedo, puede que por el contacto de nuestras manos, puede que por ambas. El arbusto volvió a sacudirse y algo salió de él. Pegué un chillido y me acerqué a Granger. Vi a un hermoso conejo blanco salir del arbusto. Me sentí avergonzada por mi chillido. Solté la mano de Granger. Nadie dijo nada. Seguimos caminando por el bosque, siguiendo a Hagrid.
Cada vez no adentrábamos más en el bosque. Seguimos caminando un rato. Los chicos estaban intentando que el gigante les contara a donde íbamos, pero él no soltaba prenda. Me extrañó, pues Hagrid tenía fama bocazas.
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Como la odio
RomanceHay una enorme frontera entre el odio y la amistad; pero, entre el amor y el odio, esa frontera se reduce a una estrecha línea marcada en la arena con un palo. Y que, cuando sube la marea puede desaparecer por completo. Pansy desarrolla una especie...