Capítulo II

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Rhaenyra llevaba dos días en las sombras de su habitación en Rocadragón, cada día que pasaba sin sucumbir al miedo y a la desesperación era una victoria para ella, aunque sabía que su tío aún ni siquiera había comenzado con ella.

Esa mañana, el silencio que envolvía el palacio se rompió de manera abrupta cuando un grupo de guardias irrumpió en su cuarto.

- El rey Daemon te convoca- dijo uno de ellos con una voz que no dejaba espacio a dudas.

- ¿Rey? Solo reconozco a un rey, mi padre, mi tío Daemon no es más que un usurpador- dijo ella y el guardia la golpeó en el rostro.

Ella lo miró con desafío, pronto escaparía de ese palacio, pronto su padre vendría por ella, Rhaenyra estaba segura de eso.

Rhaenyra caminaba en silencio, sus pasos resonando en los pasillos oscuros de la fortaleza. Los muros de piedra parecían oprimirla mientras avanzaba, más fríos y pesados con cada paso que daba. 

Sabía que probablemente su tío la enviaba a llamar para hacerla pagar por su intento de escape la última vez, pero se negaba a tener miedo, él no la vería quebrarse, no lo haría.

Cuando llegó al salón principal, la escena frente a ella era aún más terrible de lo que había imaginado.

Había esperado que él la castigara a ella, pero no a personas inocentes.

 Una larga fila de hombres y mujeres, muchos de ellos conocidos por su lealtad a su padre, Viserys, se encontraba encadenada y arrodillada en el centro de la sala. Sus rostros mostraban una mezcla de resignación y desafío, pero todos sabían lo que les esperaba.

Daemon estaba en lo alto de su trono, imponente, con los ojos fijos en ella, observando cada uno de sus movimientos. 

Cargaba la corona de Aegon el conquistador y tenía en su cintura a Hermana Oscura, la espada que había sido otorgada a él por el rey Jaehaerys. 

- Sobrina, veo que por fin llegas- dijo él molesto por la tardanza- ¿Acaso no te lo advertí? Este, es el precio de la traición, y todos ellos me han traicionado- dijo Daemon apuntando a las personas encadenadas.

Rhaenyra sintió cómo el aire se volvía más denso a su alrededor. Sabía que aquellos prisioneros eran más que simples súbditos; muchos de ellos habían sido fieles consejeros y amigos de su padre, personas que la habían visto crecer.

Ella quería rogarle, quería pedirle que no lo hiciera, pero las miradas en los rostros de esas personas era clara, si ella suplicaba, él ganaba, y nadie quería verlo ganar.

- ¿Por qué me has traído aquí?- preguntó ella con voz baja, aunque él ya le había dado esa respuesta.

- Quiero que veas lo que sucede cuando alguien me desafía- respondió Daemon con una sonrisa cruel en los labios- Quiero que lo recuerdas, y quiero que pienses bien si seguirás oponiéndote a mi- dijo él simplemente.

Rhaenyra sintió una presión en el pecho, como si las palabras de Daemon fueran dagas invisibles. Sin embargo, no le daría el placer de mostrar miedo. Enderezó la espalda y sostuvo su mirada, aún cuando el primer prisionero fue arrastrado hacia el frente.

Aquel prisionero miró con desafío al rey, que ejecutó la sentencia de muerte sin piedad. Rhaenyra quiso apartar la mirada, pero la mantuvo, no le daría el gusto a su tío de verla llorar o suplicar.

Muchos prisioneros suplicaron al rey, intentaron dar información, pero no era información que el rey ya no tuviera. 

Uno por uno, los prisioneros cayeron y Rhaenyra sentía su determinación tambalear.

La Jaula del Dragón (Dark Daemyra)Where stories live. Discover now