Capítulo VIII

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Esa noche, tras la cena, Daemon llevó a Rhaenyra de regreso a la habitación que había dispuesto para ella, alejada de la fría celda en la que había estado antes. El lujo del espacio no le ofrecía consuelo, pero al menos no era la oscuridad implacable de la prisión. Cuando las puertas se cerraron tras ella, la princesa se dejó caer en la cama, agotada por la tensión de la cena y los crueles intercambios con su tío.

Las horas pasaron lentamente, y la soledad de la noche le pesaba como una carga. No podía dormir. Cada pensamiento la llevaba a sus propias decisiones, a las preguntas que la atormentaban: ¿De verdad su padre la había abandonado? ¿Había alguna esperanza de salvarse de la vida que Daemon y su corte le imponían? Su mente era un torbellino de emociones, atrapada entre la furia y la desesperación.

Cuando las doncellas le llevaron la comida del día, Rhaenyra apenas reaccionó, aunque algo en la atmósfera le parecía extraño. Una de las mujeres, una joven de aspecto tímido y nervioso, mantuvo la cabeza baja mientras servía. Rhaenyra la observó con una cautela instintiva. Cuando finalmente estuvieron solas, la doncella, temblando, se arrodilló apresuradamente frente a ella, sin atreverse a levantar la vista.

—Princesa... —susurró la mujer, con una voz cargada de urgencia—. No puedo quedarme mucho tiempo, pero debes saber la verdad.

Rhaenyra frunció el ceño, observando con detenimiento a la joven. Su corazón latía con fuerza ante lo inesperado.

—¿Qué verdad? ¿Quién eres?

—Soy leal a la reina Aemma, mi señora —dijo la doncella, con el miedo claro en sus ojos—. La reina ha logrado escapar de la habitación donde el rey Viserys la mantenía encerrada, pero ahora la persigue. El rey Viserys teme que Daemon pueda atraparla también... y usarla en su contra.

Rhaenyra escuchó cada palabra de la doncella con una mezcla de confusión y angustia. 

¿Su padre había encerrado a su madre porque ella había intentado ir a rescatarla? ¿Su padre se atrevió a encerrar a su madre? 

La joven le hablaba rápido, como si el tiempo fuera escaso y las palabras pesaran en el aire.

—La reina Aemma... está en peligro, mi princesa —repitió la doncella, su voz temblorosa—. Ha estado escondiéndose entre posadas y lugares donde cualquiera podría delatarla. Su vida está en constante riesgo. Su Majestad no confía en nadie, y no sabemos cuánto más podrá seguir escapando.

Rhaenyra se quedó helada al escuchar esto. La imagen de su madre, una reina orgullosa y fuerte, reducida a una fugitiva que huía de la furia de su esposo, era un golpe devastador. ¿Cómo había llegado a esto? Su mente se negaba a aceptar que Viserys, su propio padre, la hubiera tratado con tal crueldad.

—¿Y por qué vienes a mí? —preguntó con voz temblorosa, aunque trataba de mostrarse firme—. ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde puede estar a salvo?

La doncella, desesperada por hacerla entender, se inclinó aún más hacia ella, con los ojos llenos de súplica.

—Mi señora, sé que su tío, el rey Daemon, ha sido cruel con usted. Pero quizás... tal vez él no olvide lo que su madre hizo por él. Fue la única que abogó por el príncipe Daemon cuando quería divorciarse de Rhea Royce. Tal vez... en Rocadragón, donde él reina ahora, la reina Aemma estaría más segura que huyendo de posada en posada, donde cualquiera podría venderla o matarla.

Rhaenyra la miró fijamente, incapaz de responder al principio. El recuerdo de las palabras de su madre, siempre llena de amor y lealtad hacia los suyos, contrastaba con la brutal realidad que ahora enfrentaban. Aemma había sido el único miembro de la familia que había apoyado a Daemon cuando nadie más lo hizo, cuando todos lo despreciaban. ¿Podría Daemon aún sentir algo de gratitud hacia ella, a pesar de todo?

La Jaula del Dragón (Dark Daemyra)Where stories live. Discover now