Capítulo IV

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En otro lugar, muy lejos del palacio, la lluvia golpeaba suavemente las ventanas de la pequeña fortaleza donde estaba el rey Viserys escondido. 

Estaba sentado en el centro de una sala, rodeado de sus leales consejeros, al menos, los que habían sobrevivido o habían tenido el valor de seguirlo. 

 Las velas parpadeaban en las esquinas, proyectando sombras inquietas sobre los rostros de los presentes. Sin embargo, pese a la presencia de sus aliados, el rey parecía solo, abatido por la impotencia.

Con las manos atadas simbólicamente por la falta de recursos y fuerzas, Viserys se apoyó en la mesa de madera maciza, la cabeza gacha, sus pensamientos consumidos por la creciente amenaza de Daemon. Su hermano, ahora rey en su propio derecho, había reunido ejércitos y dragones que los pocos hombres fieles a Viserys no podrían igualar. Cada intento de resistencia había sido aplastado, y su reino parecía más pequeño cada día.

Aemma, su esposa, entró silenciosa a la sala. Observó a su esposo con una mezcla de preocupación y desconcierto. Desde que Daemon se había rebelado, había intentado entender qué había llevado a su cuñado a traicionar a su hermano tan brutalmente. Se acercó a él, sintiendo su dolor incluso antes de que hablara.

—No lo entiendo, Viserys —dijo Aemma en voz baja, rompiendo el silencio sofocante—. ¿En qué momento Daemon se volvió contra ti? Siempre fue temerario, pero nunca imaginé que llegaría a esto- dijo Aemma que no entendía nada desde que años atrás comenzó la guerra.

Siempre había preguntado, pero Viserys no le había explicado del todo. 

Ahora su hija era prisionera de Daemon, y ella necesitaba saber por qué. Por qué su primo había llegado a derrocar a Viserys y secuestrar a su hija.

Viserys levantó la mirada, sus ojos cansados y llenos de sombras. Respiró hondo, como si cada palabra que estaba por decir le costara un trozo de alma.

—No es solo ambición —murmuró, su voz rota—. No es solo porque quiere el trono- admitió Viserys con pesar.

Todo eso era su culpa, de él y de Otto Hightower. Ambos se habían equivocado, y habían provocado toda esa guerra.

Aemma frunció el ceño, esperando que continuara. Viserys se enderezó en su asiento, sus manos temblando levemente al recordar lo que había sucedido.

—Otto... —comenzó a decir—. Otto Hightower me advirtió... Me dijo que Daemon era un peligro. Que mientras viviera, su hijo sería una amenaza para el reino, para mí- dijo Viserys recordando que su hermano le había enviado una carta hablando sobre su primogénito.

Un niñito nacido con cabellos blancos, aunque fuera hijo de una prostituta.

La alegría de Daemon estaba en esa carta, era padre, y solicitaba a su hermano el divorcio de Rhea Royce para poder casarse con su amante, aquella prostituta llamada Mysaria y que su hijo no fuera un bastardo. 

Daemon estaba feliz, nunca pensó que su hermano quisiera ser padre, pero Daemon estaba feliz con su hijo.

Viserys recordaba haber leído la carta con ira, no solo porque Daemon embarazó a una prostituta, sino porque él había logrado tener un hijo, y él no. 

Los dioses habían bendecido a Daemon con un varón, pero él y Aemma no lo lograban.

Aemma dio un paso atrás, como si las palabras de Viserys golpearan físicamente. Su expresión de desconcierto se convirtió en algo mucho más oscuro.

La Jaula del Dragón (Dark Daemyra)Where stories live. Discover now