Capítulo IX

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Daemon se movía con la frialdad y la determinación que siempre lo caracterizaban. Había cazado a la reina Aemma personalmente, atrapándola en una de esas posadas miserables donde había estado ocultándose. Cuando la exreina lo vio entrar, su reacción fue instantánea: con el rostro encendido por la ira, se lanzó hacia él, tratando de golpearlo, su voz temblando de furia.

—¡¿Qué has hecho con mi hija, Daemon?! —gritó Aemma, su rabia mezclada con un miedo profundo—. ¡Si le has hecho daño, te juro que te lo haré pagar!

Daemon la detuvo con facilidad, sosteniéndola por las muñecas mientras ella se debatía inútilmente. Sus ojos se encontraron, y por un momento, algo indescifrable pasó por la mirada del rey. Una chispa de respeto, quizás. Aemma había sido la única que alguna vez había hablado a su favor, la única que le ofreció su apoyo cuando todos los demás lo despreciaron. Pero él no era un hombre que se dejara llevar por la debilidad.

—Rhaenyra está perfectamente bien —dijo Daemon, su tono burlón, pero frío como el hielo—. Es más... diría que tu hija ha demostrado ser una criatura extremadamente noble.

Aemma dejó de forcejear, sus ojos llenos de dudas y desesperación.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con la voz temblorosa.

Daemon se inclinó hacia ella, su expresión transformándose en una sonrisa cruel.

—Rhaenyra, tu dulce hija, ha elegido condenarse a un infierno a mi lado —susurró, cada palabra cargada de burla—. Todo para salvarte. ¿No es adorable? Está dispuesta a ser mi esposa, a soportar todo lo que le haga, solo para que tú puedas seguir con vida. Deberías estar agradecida, Aemma. Has criado a una hija verdaderamente devota.

Aemma se quedó helada, el horror y la culpa inundando sus ojos. Su cuerpo se tensó mientras sus palabras se clavaban en su mente, sabiendo que Rhaenyra había hecho un sacrificio terrible. Pero, como si el golpe no fuera suficiente, Daemon continuó, regodeándose en su miseria.

O más bien intentando ocultar su respeto por Aemma. Aemma haría todo por su hija, así como él habría hecho todo por Baelon, pero su padre no hizo nada por él. Su padre dejó que lo obligaran a casarse, y dejó que lo llevaran lejos de casa. 

Respetaba a Aemma porque era una buena madre. Pero no se lo dejaría saber.

—Viserys... —prosiguió Daemon, riendo entre dientes—. Qué ironía, ¿no? El gran rey que te encerró, que te persiguió como una fugitiva.  ¿Él tenía miedo de que cayeras en mi poder y te encerró? ¿Quisiste ir por tú hija y él te encerró, no?  Y pensar que alguna vez te prometió protegerte. ¿Ahora te das cuenta de qué clase de monstruo es? Él fue el que empezó todo esto. Si no hubiera sido por él, tal vez no estarías huyendo como una criminal y tú hija no estaría en mis manos- dijo Daemon.

Aemma, enfurecida, lo miró con desprecio. No podía permitir que Daemon desvirtuara la realidad. A pesar de todo lo que Viserys había hecho, Daemon no era diferente.

—¡Tú no eres mejor que él! —le gritó con odio—. ¡Eres exactamente igual que Viserys! Ambos son monstruos, crueles y despiadados. Rhaenyra estará condenada si se queda a tu lado.

Daemon sonrió ante sus palabras, disfrutando de cada grito y cada acusación como si fueran alabanzas.

—Tal vez —respondió con indiferencia, soltando sus muñecas y dándole la espalda—. Pero tu hija ya ha tomado su decisión. Viviré para recordarte eso cada vez que la veas.

La Jaula del Dragón (Dark Daemyra)Where stories live. Discover now