Capítulo VI

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Alys Rivers permanecía en las sombras, su mirada fija en el rey Daemon mientras abandonaba la celda de Rhaenyra una vez más. El eco de sus pasos resonaba en los oscuros corredores, pero el silencio entre ellos era más atronador que cualquier palabra. Cada visita que hacía a la celda de Rhaenyra lo cambiaba. Había algo en él, un vacío, que Alys, con su habilidad para leer los corazones, podía notar. Daemon era cruel con todos, pero no con ella. No con Rhaenyra. Una debilidad que, si no se corregía pronto, lo destruiría.

Él la interrogaba, fingía ser cruel, pero había algo en esa dinámica, que no era normal.

No era el mismo hombre decidido que ella conocía, no estaba la crueldad que tenía con sus enemigos, él veía a esa chiquilla como algo refrescante, como si tuviera interés real en ella.

Rhaenyra estaba rota, pero no lo suficiente. Alys lo sentía en el aire, una resistencia latente, una chispa en el alma de la princesa que no había logrado apagar. Y Daemon, cegado por su propio orgullo, no veía lo que ella veía. La hechicera comprendía que la única forma de preservar el poder de Daemon, de asegurarse de que la unión con Rhaenyra consolidara su trono, era quebrar por completo a la princesa. Él no era lo suficientemente despiadado con ella. Pero Alys sí lo era.

No por nada él la había elegido como su más leal consejera luego de conocerla en Harrenhal, no por nada él la había sacado de las sombras y dado un motivo. 

Ella haría caer a Rhaenyra, si él no podía hacerlo. 

En su oscura cámara, con un caldero burbujeando a fuego lento, Alys comenzó su trabajo. Sus manos ágiles vertieron gotas de sangre en el líquido hirviente, mientras murmuraba en una lengua antigua y olvidada. No era una liberación lo que ofrecía, sino una oportunidad envenenada. Alys no pretendía salvar a Rhaenyra; solo deseaba ver hasta qué punto podía forzar a ambos. Lo que Daemon no había sido capaz de hacer, ella lo lograría.

Una sombra espesa comenzó a formarse dentro del caldero, tomando la forma de una pequeña criatura con ojos rojos brillantes. Alys sonrió para sí misma. "Que el juego comience", susurró, enviando la oscura sombra a través de los corredores hacia la celda de la princesa.

El eco de las gotas de agua cayendo desde las piedras húmedas de la celda de Rhaenyra fue reemplazado por el susurro de sombras que se movían, envolviéndola como un abrazo gélido. Durante días, había estado sumida en la desesperación, rota por el dolor, las traiciones y las torturas psicológicas de Alys Rivers. Las visiones que la atormentaban habían sido un constante recordatorio de su fragilidad. Pero aquella noche, algo diferente sucedió.

Una sensación, tenue al principio, comenzó a apoderarse de ella. Un susurro, casi imperceptible al principio, que lentamente se fue volviendo más claro. "Por aquí...", la voz era suave, más un sentimiento que un sonido real. Rhaenyra, al principio, pensó que era otra ilusión, otro truco de la bruja para quebrar lo poco que le quedaba de cordura. Pero a medida que las sombras en la celda se movían, una pequeña abertura, una rendija en el muro que antes no estaba allí, se reveló ante sus ojos.

El aire frío que fluía a través de la abertura era real. Lo sentía en su piel, en su cabello desgreñado. Era su primera señal de libertad.

Rhaenyra se arrastró, sus manos temblorosas tanteando el borde de la rendija. Era estrecha, demasiado pequeña para cualquiera que no estuviera dispuesta a luchar por cada centímetro de espacio. Pero Rhaenyra lo estaba. Su cuerpo ya no respondía como antes, magullado y débil tras los días de encarcelamiento, pero la chispa de supervivencia, esa llama que aún ardía en su interior, la empujó a moverse. Su respiración se tornó agitada mientras se deslizó entre las piedras, raspándose la piel, pero no se detuvo. La sensación de la libertad, aunque fuera solo una bocanada de aire, era embriagadora.

La Jaula del Dragón (Dark Daemyra)Where stories live. Discover now