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Faltaban cuatro días para nuestro cumpleaños. Esa mañana nos despertamos a las ocho, como siempre. Nos preparamos y fuimos directos al comedor para desayunar. Un sándwich de queso y un vaso de leche era lo que nos sirvieron aquel día. A las nueve empezaron las clases. Primero física, después lengua, historia y educación física. A la una del mediodía volvimos al comedor para comer.

Después de comer, nos dejaron una hora libre para descansar. Yo solía aprovechar esa hora para ver a Noa. Noa es mi hermana pequeña de once años, y solo la podía ver en esa hora de descanso que tenía entre la comida y las clases de la tarde. Me daba apuro dejarla sola en el laboratorio cuando a mi me dejaran salir, pero sabía que ahí estaría a salvo.

A las dos y media del mediodía volvimos a las clases: biología, matemáticas e inglés. Al acabar las clases, nos empezaron a llamar para nuestras revisiones. Todos tenemos un código asignado, y nos llamaban a todos por ese código. Depende de tu código, en el laboratorio tienes una sala de pruebas asignada u otra. Por ejemplo, mi sala de pruebas era E5, y mi código E572. Cuando me llamaron por megafonía, me dirigí a mi sala. Allí me encontré a Maria, mi doctora. Ella era agradable y cariñosa, no como los demás supervisores. Nunca me atreví a preguntarle la edad, pero a primera vista, diría que tiene veintiocho años. Tenía un pelo precioso, largo y pelirrojo. Era blanquita como la nieve, lo que me extrañaba con ese clima. Tenía pecas en la cara, alrededor de la nariz y las mejillas, y unos ojos azules más claros que el cielo. Siempre me pareció una mujer preciosa y encantadora, era de esas chicas a las que de pequeña miraba y decía "de mayor quiero ser como ella".

—Buenas tardes Amelia. ¿Qué tal estás? —me dio la bienvenida, un día mas.

—Pues como siempre, muriéndome de ganas de salir de aquí.

—Ya falta poco, ten paciencia.

—Yo tengo toda la paciencia del mundo...

Una vez acabadas todas las pruebas volví a la habitación, donde estaban los otros cuatro chicos de mi grupo: Nico, Adam, Daniel y Cameron. Como siempre, estaban jugando a uno de sus videojuegos en los que lo único que hacían era matar a gente. A veces me daba por sentarme con ellos y divertirme un rato, otras veces solo tenía ganas de salir a tomar aire fresco, y desconectar de la vida por unos minutos. Solo parar, quedarme quieta y no hacer nada más. Cerré los ojos e intenté sentir el poco viento que hacía, intenté no pensar en nada, intenté olvidar que estaba en este sitio encerrada. Sabía que lo hacían por mi bien y por el bien de todo el mundo, pero lo único que quería era que pasaran esos cuatro días eternos y poder salir de este infierno, salir de la rutina, cambiar. Quería que mis días empezarán de manera diferente cada día, y que al acabar, tuviera mil experiencias y momentos que procesar en la cama, mirando al techo, antes de irme a dormir para poder empezar un día totalmente diferente. Faltaban solo cuatro días para poder salir de allí. 

Countdown To The EndDonde viven las historias. Descúbrelo ahora