Cap. 22

11 3 0
                                    

"Y no quiero reproches jovencita", palabras de mi padre al enterarse de que no quería casarme, que estaba en desacuerdo y que prefería irme a cualquier otro lugar menos con ese hombre. Pero estaba claro que eso no le importaba, esto pasó una semana después de aquella carta, carta que encontraron mis hermanitas y se la mostraron a mi padre pensando que era de Elisio, les expliqué a él y a mi madre que no creía que fuera de él pero siguieron insistiendo, de tema en tema, saltó una discusión la cual comenzó relajada y derivó a gritos. Mi padre, con un carácter bastante fuerte, quien también se enoja si las cosas no se hacen como el quiere, comenzó a gritarme y mil y un cosas solo por una opinión mía. 
Teodora tuvo que llevarse a las más pequeñas y Walther meterse para que mi padre no siguiera. 

Walther: Gloria mejor vete - Dijo tratando de calmar a nuestro padre 

Gloria: Claro que me iré, prefiero irme a que aguantarlo a él 

Me dirigí hacia la puerta principal para salir del castillo, cuando de repente mi padre dio la orden de que me llevaran a mi habitación y así lo hicieron, dos guardias me arrastraron y encerraron, una de las sirvientas cerró la puerta con una llave todo bajo las órdenes de mi padre. Me quedé en silencio para poder escuchar mejor lo que decían. 

Walther: Eso es demasiado extremista, ¿No crees? 

Padre: Claro que no, es necesario para que entienda 

Teodora: ¿Encerrarla en contra de su voluntad? 

Padre: Si no entiende de esa manera entenderá de la otra 

Walther: ¿Te estás volviendo loco o qué? 

Padre: No me hables de esa forma jovencito, mejor vete de mi vista antes de que termines como tu hermana 

Walther: Está bien, de todas formas no quería ver tu horrible rostro 

Padre: ¡¿Qué dijiste niño?!

Teodora: Padre mejor siga con sus cosas, no le de importancia 

Entre los tres teníamos un mismo sueño, el mismo deseo, largarnos de aquél lugar y aunque nos dolía por nuestra madre y nuestras hermanas pequeñas era algo que no podíamos evitar, querer irnos de ahí y en lo posible llevarnos a las más pequeñas, salvarlas de aquél lugar en el cuál, dentro de unos años, sentirían como si fuera el infierno. 

Me sentía extremadamente mal, no quería seguir encerrada y a la vez no tenía forma de salir, solo un pequeño balcón en mi habitación... Tenía la opción de salir por ahí pero estaba a cuatro pisos de altura. Si trataba de bajar probablemente me lastimaría, así que solo me quedaba sentarme y mirar el cielo, los árboles y flores en los campos lejanos. De un momento a otro me dormí, sentada en el balcón.

Desperté mucho rato después, el sol ya se estaba escondiendo, todavía no había almorzado y tenía algo de hambre pero sabía muy bien que por más que rogara no me abrirían la puerta. La ansiedad de seguir ahí aumentaba rápidamente, se me ocurrían varias formas de salir pero en casi todas salía herida, excepto una. La idea era atar todas las cosas de tela que tuviera, sabanas, cortinas, toallas, usaría unas cuerdas pero estaban todas en otras habitaciones. Até todo junto y luego lo até a la cama ya que esta pesaba demasiado, pasé la cuerda improvisada por los barandales del balcón. 
Antes de salir, me cambié el vestido incómodo por otro un poco más liviano, que no tenía tantas capas y no era tan largo. Bajé con mucho cuidado y al llegar al final tuve que dar un pequeño salto. 
Al fin estaba afuera, lejos de esas cuatro paredes. Se me ocurrió ir hacia el lugar secreto que Elena me había enseñado hacía ya un tiempo, un lugar repleto de flores bellísimas. 

☆𝒞ó𝓂𝑜 𝓁𝒶𝓈 𝒻𝓁𝑜𝓇𝑒𝓈, 𝒞ó𝓂𝑜 𝓉𝓊𝓈 𝒸𝒶𝓇𝓉𝒶𝓈...✿Donde viven las historias. Descúbrelo ahora