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Capítulo 2: El ataque

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3 de diciembre de 2013

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3 de diciembre de 2013.

Odiaba dar vueltas en la cama si estaba segura de que no podría seguir durmiendo, y decidí levantarme antes de las siete. Bajé las escaleras hasta el salón. Recordé que recorrí ese mismo camino anoche sin ser consciente, y aunque no era la primera vez que me había levantado sonámbula, me parecía un mayor drama no achacar la importancia suficiente a las cosas que me habían ocurrido el día anterior mientras estaba lúcida.

Siempre había sido bastante incrédula de lo paranormal. No creía que existiera nada más allá de la muerte, y por supuesto, tampoco creía en los fantasmas. Resultaba contradictorio que me mantuviera en esa misma postura a pesar de haber visto algo parecido a un espíritu ayer. Debía reconocer que el miedo estaba bien agarrado a mis cinco sentidos desde entonces... y justo eso era lo que podría hacerme dudar.

Miré por la ventana del salón. Atlanta llevaba cubierta por una manta gris desde la semana pasada. Las leves gotas de lluvia chocaban contra el cristal produciendo un sonido que me pareció relajante. Un trozo de cielo estaba despejado entre las nubes, y aquel tono azulado me recordó a los ojos de Jarodes Atwood. Tenía el presentimiento de que volvería a verle, y me daba lástima pensar si no coincidíamos. Prefería convencerme de que se repetiría el encuentro, aunque eso solo significara contemplarle mientras leía sus libros.

Escuché los pasos de William detrás de mí.

—Te has levantado temprano.

—Sí... No me apetecía seguir en la cama.

—Elia, ¿estás bien? —Su mirada se ensombreció.

—No, papá. —Fui sincera—. Ayer fue un día raro.

—¿Solo el día? Te has olvidado de la noche. Llamaré al cerrajero para que ponga dos pestillos más a la entrada de casa si hace falta. Tuviste suerte de que me levantara de madrugada al escuchar el chirrido de la puerta. A saber qué habría pasado si no me hubiera enterado...

—De pequeña también andaba sonámbula, papá. ¿Es que no recuerdas cuando Susan me encontró en el columpio del jardín?

Intenté quitar hierro al asunto, pero vi que el semblante de William se endureció hasta tener el aspecto de un busto de piedra. No fue buena idea aportar recuerdos de Susan y la antigua casa de Nashville a la conversación.

—Creo que Susan se acuerda de eso tanto como yo. Tengo derecho a preocuparme por mi cuenta ahora que vives conmigo —dijo en un tono de reprimenda.

—Perdona si te ha molestado eso, papá. Pero no te lo he dicho a las malas como crees.

—No, Elia, perdóname tú. No eres la única que vive con malos recuerdos. Este asunto me pone algo tenso. —Mi padre cogió aire para soltarlo después en un suspiro—. Verás... Heliana, tu madre... También sufría algo parecido. Solía levantarse en sueños, y algunas veces incluso hablaba.

El último solsticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora