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Capítulo 9: Animales salvajes

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15 de diciembre de 2013

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15 de diciembre de 2013.

Pasé con Jarodes la mayoría de horas libres que tuve a lo largo de toda la semana. Fueron unos días tranquilos que me permitieron asimilar todo este asunto, y prepararme para lo que vendría a continuación. Desconocía qué peligros se ocultaban tras este nuevo mundo que siempre fui incapaz de ver. Sentía que algo me había guiado hasta encontrarme en este punto. Parecía que todas mis decisiones formaban una elaborada espiral que terminaba en este límite, situado entre mi propia realidad y la auténtica.

Continué leyendo La Divina Comedia para evadir mi mente antes de dormir. Estaba tumbada sobre mi cama, y proseguí la lectura dispuesta a terminar las últimas páginas. Entonces, una gélida corriente de aire se esparció por mi habitación, y Jarodes apareció frente a mí pocos instantes después.

—Y estas son las ventajas de tener poderes sobrenaturales. Podría entrar a desvalijar toda tu casa, y ni te enterarías —bromeó.

—Podrías tirar piedrecitas del jardín a mi ventana para que te abra, o algo parecido. Cualquier día me vas a dar un susto de muerte como sigas así.

—¿Sigues leyendo La Divina Comedia?

—Sí, me quedan unas páginas para acabarlo.

—No existe mayor dolor que recordar la felicidad en tiempos de miseria. —Jarodes citó a Dante.

—Bonita referencia —contesté, y él se sentó a mi lado—. Por cierto, ¿qué haces aquí? Si hace solo unas horas que nos vimos.

—He venido a hacerte una visita. Creo que eso no rompe ninguna ley divina.

—Yo diría que solo mantener una conversación contigo rompe unas cuantas leyes de tu mundo y del mío.

—Pues entonces nos gusta bastante el riesgo. —Jarodes esbozó una sonrisa ladina para continuar la broma—. También venía a ver si estabas bien. Tengo que vigilarte lo más cerca posible, ya lo sabes. Pero es mejor que te deje descansar. ¡Nos veremos mañana!

Jarodes se levantó con la intención de marcharse. Interrumpí que se fuera, y agarré una esquina de su chaqueta.

—Nunca se sabe si algún demonio se puede colar por esa ventana. Creo que te toca montar guardia en mi habitación esta noche. Así que... ¿te quedas? —Intenté convencerle.

—Déjame pensar... —Él se quedó en silencio durante un momento—. Acabo de recordar que hay una ley que me prohíbe dormir con humanos. Es una lástima...

—¿Te lo acabas de inventar?

—Sí, pero no me extrañaría que existiera —mencionó, y soltó varias carcajadas.

—Bueno, creo que no pasará nada si quebrantamos otra norma más.

—Eso espero —concluyó Jarodes en un tono de burla—. Voy a quedarme hasta que te duermas, ¿de acuerdo?

El último solsticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora