Wattpad Original
Te quedan 8 partes más de forma gratuita

Capítulo 7: La ermita oculta

4.5K 374 107
                                    

Sentí que la lluvia y el frío estaban cortándome la piel

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Sentí que la lluvia y el frío estaban cortándome la piel. Agarré con fuerza el cuello de Jarodes. Permanecí con los ojos cerrados porque me negaba a ver el vacío que había bajo nuestros pies. Pedí que todo acabara lo antes posible pero tuve que hacerlo en silencio. La tierra quedaba demasiado lejos para que cualquier persona escuchara alguna señal de socorro por mi parte. Creí que iba a desmayarme por la fuerte presión que se me había concentrado en el estómago. La adrenalina me emborrachó los sentidos hasta que apenas fui consciente de todo lo que sucedía a mi alrededor. No me notaba las piernas, y tenía los músculos tan contraídos que parecían bloques de mármol. No podría soportarlo por más tiempo.

Percibí una trepidante bajada que me hizo clavar los dedos en la espalda de Jarodes. Aquel acto reflejo provocó que rozara la herida de su hombro, y escuché un diminuto quejido de dolor por su parte. Retiré la mano al instante, y levanté la cabeza para mirar abajo. Estábamos a poca distancia de la superficie, y me mareé al apreciar el duro choque contra el suelo.

—Elisabeth, ya hemos llegado —susurró con voz suave.

Jarodes me sostuvo hasta que fui capaz de soltarle para ponerme de pie. Estaba temblando, y eso provocó que cayera al suelo de rodillas. Una mezcla de frío y miedo se introdujo en mí como una nube densa dentro del pecho. Apoyé las manos heladas en el suelo, y palpé la hierba para intentar tranquilizarme. Estaba a punto de vomitar.

—¿Puedes andar? —Jarodes se agachó para estar a mi altura.

—No puedo ni pensar.

—Sé que te habrá parecido algo brusco y difícil de asimilar... pero no podemos quedarnos aquí. Tienes que levantarte y venir conmigo —mencionó de forma autoritaria, con la intención de agarrarme de nuevo.

—¡No me toques! —reaccioné.

Dirigí la vista al escenario que nos rodeaba. Un bosque se extendía hasta donde me alcanzaba la vista. El entorno verde, lleno de árboles gigantes repletos de verdín y con algunos trozos de escarcha que vestían la hierba me pareció precioso. La imagen me relajó hasta el punto de olvidar el frío. La pesada lluvia y el ajetreo propio de Atlanta se sustituyeron por este escenario medio nevado e inhóspito.

—¿Dónde estamos? —pregunté.

—En el bosque de Chattahootchee.

Recuperé el aliento, e intenté incorporarme con lentitud hasta levantarme. Chattahootchee era un bosque nacional del estado de Georgia que estaba a unas dos horas en coche de la ciudad de Atlanta. No me resultaba agradable estar tan lejos de casa, y pensar que la única manera de volver fuera el mismo medio de transporte en el que había venido.

—Estoy soñando. Esto no puede ser real. —Pensé en voz alta.

—Ya comprobarás lo real que ha sido cuando estés resfriada mañana. Estar con la ropa empapada en medio de un bosque casi helado no es una idea muy buena. Siento decirte que es uno de los inconvenientes de que seas humana.

El último solsticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora