21 de diciembre de 2013.
Aquella noche apenas pude dormir. La víspera de mi cumpleaños empezó de una forma más amarga de lo que pensaba. Parecía que había empezado a vivir una vida diferente desde que empezó este mes.
El insomnio me invitó a levantarme de la cama, y me senté frente a mi escritorio. Observé la foto de mi madre con la cabeza revuelta de errores y reflexiones. Pensé que las elecciones eran más peligrosas de lo que pensábamos porque podían cambiarlo todo, pero no me arrepentía de ninguna de ellas. Mis decisiones me llevaron, quizá, al mismo punto donde se encontró mi madre en el pasado. Tenía la oportunidad de averiguar su historia y la de aquellas personas que me precedieron. Sabía que había tanto por contar y tantos antepasados por conocer que debía defender mi posición. Pero ¿qué lado podría escoger para hacerlo? Los ángeles simbolizaban la opción fácil porque Jarodes les presidía, pero no me creía capaz de alinearme en las filas de los asesinos de mi propia sangre, y los demonios...
—Feliz cumpleaños.
Reconocí la voz de Mefis detrás de mí. Iba a gritar, pero me cubrió la boca con la palma de su mano en una fracción de segundo.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
—Solo quería ser el primero en felicitarte. Además, lo hago en nombre de Su Majestad. Recuerda que debo velar por ti cuando tus amigos del Concilio Celestial no lo hacen.
—Aún no he visto a ningún monstruo bajo mi cama. Será mejor que te marches. Nadie va a raptarme.
—Los monstruos no duermen bajo la cama, sino dentro de tu cabeza —susurró con los brazos cruzados sobre el pecho—. ¿Por qué crees que los humanos no dormís cuando os hablan de historias de miedo? Teméis que estemos bajo vuestra cama, cuando en realidad, estamos en vuestras mentes. Eso es más aterrador.
—Pues aún no he visto a Slenderman, así que puedes irte. ¿No tienes ninguna quinceañera a la que asustar esta noche mientras juega a la ouija?
—No entiendo a los humanos, ¿por qué os da miedo ese Slenderman? Si solo parece un maniquí estirado.
—A mí no me da miedo.
—Ya, claro. No intentes hacerte la dura conmigo —discutió.
Mefis clavó sus ojos rojos en la foto de mi madre, y su semblante se cubrió con una expresión indescifrable.
—Te pareces a ella —murmuró de forma suave—. Aún la recuerdo.
—¿A qué viene tanto interés por mi madre?
—Te estás comportando de un modo muy grosero.
—Tienes razón, pero eso de colarse en la habitación de una desconocida a las tantas de la madrugada no es de tener buena educación precisamente —repliqué.
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El último solsticio
FantasyElia morirá durante el solsticio de invierno, pero antes debe descubrir quién es en realidad. ** Todo cambia para Elia desde que conoce a Jarodes Atwood. Empiezan a sucederle cosas sin explicación hasta...
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