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Capítulo 14: La Marca Piramidal

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Jarodes vino a visitarme poco después de las cinco para llevarme a su casa

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Jarodes vino a visitarme poco después de las cinco para llevarme a su casa. Neros también se unió al encuentro, y me prepararon un pequeño regalo de cumpleaños. Ambos se encargaron de forjar un arma para mí, que llevaría además del purificador. Era una alabarda delgada con adornos de oro y un grabado azul en la hoja.

—Vi que usabas la naginata en tus clases de Ninjutsu. La alabarda es bastante parecida. Neros y yo hemos pensado que te manejarás bien con ella —explicó Jarodes.

—Os agradezco mucho el regalo, pero no puedo aparecer en mi casa con esto. Espero que le hagáis un hueco en vuestro arsenal —murmuré con una sonrisa tímida.

—Descuida —continuó Neros—. Además, el regalo no ha sido la única razón para traerte aquí hoy.

—¿Y cuál es la otra?

—Acompáñanos y lo verás —agregó Jarodes.

Seguí a Neros y Jarodes hasta el exterior de la casa. Había una trampilla de metal oxidado oculta entre unos arbustos. Jarodes utilizó un anticuado juego de llaves para abrir la cerradura. La puerta chirrió de forma desagradable, y eché un vistazo rápido a las escaleras de madera que descendían desde la entrada. Las sombras opacas del fondo no me permitían distinguir qué había abajo.

—Tranquila, Elia, ni que Narnia estuviera al otro lado —ironizó Neros mientras bajaba al sótano.

—Ahora no es tiempo de bromas —interrumpió Jarodes.

—Vamos, Jarodes, que hoy es su cumpleaños. Un chiste de vez en cuando no viene mal —sugirió Neros.

Traté de reprimir una risa por respeto a Jarodes. Parecía bastante tenso, y no me transmitía mucha tranquilidad conocer de qué iba todo esto. Él me ayudó a descender, e iluminó la pequeña estancia con un candil. Apenas cabíamos en el reducido habitáculo, y observé que era otro escondite de armas. Había purificadores, espadas, lanzas y ballestas. Neros me invitó a guardar mi nueva alabarda en el escondite.

—Deberías ponerle un nombre a tu alabarda —dijo Neros mientras la colgaba en la pared.

—Ya pensaré en alguno cuando sepa a quién debo atacar para estrenarla.

Antes de preguntar qué hacíamos en aquel estrecho espacio, vi que Jarodes abrió una puerta camuflada en la madera de un empujón. Unos peldaños con polvo y varias telarañas dibujaban un camino hasta una habitación contigua.

—Joder, Atwood. Te has olvidado de pasar el plumero, ¿verdad? —bromeó Neros cuando reparó en la suciedad—. Esto da asco, parece un antro donde se celebran misas negras. ¿Seguro que no voy a encontrar a nadie descuartizado ahí?

El ambiente estaba demasiado cargado para seguir con las bromas, pero Neros me hizo reír a carcajadas.

—¿Queréis entrar de una maldita vez? —Jarodes se enfureció.

El último solsticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora