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Capítulo 8: La vida de Jarodes

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Jarodes tomó aire antes de empezar, y se quedó mirando al fogón

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Jarodes tomó aire antes de empezar, y se quedó mirando al fogón. Las llamas se reflejaron en sus ojos azules. Sería una historia larga de contar.

—Llevé una vida normal cuando fui humano. Pasé mi infancia y parte de mi pubertad en Lancaster, mi ciudad natal. Mi padre trabajaba como policía, y le ofrecieron un empleo en Londres. Nos mudamos allí cuando tenía quince años. Vivíamos como cualquier familia humilde de la época. Mi hermano pequeño y yo estábamos decididos a seguir los pasos de mi padre. En cuanto tuve la edad suficiente, empecé a prepararme en la academia de policía. Comencé a trabajar tras graduarme, y por aquel entonces conocí a una señorita llamada Nancy Emerson. Era encantadora, cariñosa e inocente. Trabajaba como sirvienta en una casa de la élite londinense. Su padre me permitió pedir su mano, y fijamos nuestra boda para la primavera del año siguiente.

»Sin embargo, me alisté en el ejército durante el verano de 1898, unos meses previos a la ceremonia. Inglaterra pretendía reconquistar Sudán bajo el mando del general Kitchener, y nos enviaron para hacer frente a las tropas sudanesas en septiembre. Fallecí por una herida de bala durante la conocida Batalla de Omdurmán. Tenía veintiún años.

—Estás muerto... —interrumpí en un hilo de voz.

—La vida y la muerte son dos contraposiciones que forman parte de un proceso mecánico. Nuestro tiempo como humanos consta de tres actos: Nacimiento, vida y muerte. Pero tenemos la oportunidad de vivir un epílogo infinito tras la escena final. El hecho de disponer de esa posibilidad dependerá de las acciones y decisiones realizadas durante la vida.

»Si cumples la Palabra de Dios, tu destino será el Cielo.

»Si incumples la doctrina de Dios, deberás pagar por tus pecados en el Purgatorio. Una vez termine el castigo, podrás ir al Cielo.

»Si te niegas a obedecer y amar a Dios, y no te arrepientes de tus pecados, el destino será el Infierno.

»Yo fui al Cielo cuando fallecí, y el Concilio Celestial me incorporó a las filas de su ejército como soldado. La misión que me encomendaron fue proteger a los humanos de los demonios. Consistía en camuflarme como un hombre. Viviría en vuestro mundo como uno más, pero ejercería en secreto mi tarea junto al escuadrón que me asignaron.

—Espera, ¿qué es el Concilio Celestial? —pregunté.

—Es un consejo formado por los nueve ángeles más poderosos, y que representan las nueve jerarquías angelicales. Los Nueve se encargan de dirigir nuestro mundo, y también mantienen el equilibrio en el vuestro —explicó.

—Pero, esa tarea de dirigir... ¿no es cosa de Dios?

—Hay algo que no sabes aún... —dijo con un gesto que indicaba una riña—. Dios nunca se manifiesta, ni siquiera en el Cielo. Los Nueve jamás se han comunicado con Él.

—Es decir, que su existencia es incierta hasta para seres sobrenaturales como tú —hablé sin poder asimilarlo.

—Tanto ángeles como demonios tenemos fe en Él aunque no le hayamos visto ni oído. Tenemos que venir de algún sitio, ¿no? Él fue nuestro creador. La diferencia entre los dos bandos es que unos deciden servir y otros buscan desobedecer.

El último solsticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora