🍒Parte 3

60 20 1
                                    

Esperanza le agradeció al hombre por habérselo sacado de encima y volvió a sentarse para continuar aburriéndose, y Margarita vio la oportunidad justa para ver si su amiga cambiaba de opinión con respecto a un club nocturno y sus pecados en forma de hombre.

—¿Por qué no vas a hacerle compañía? Sé que es un poco difícil, pero no quiero que se aburra en un lugar que no se siente cómoda.

—De acuerdo —le respondió a pesar de no estar del todo convencido.

La música chill-out continuaba sonando, las chicas intentaban bailar con él, pero el dueño, aunque bailaba con ellas, tenía un objetivo claro, acercarse a la chica vestida de verde.

Esperanza lo miró con atención frente a ella, solo una baranda los separaba, y cuando se dio cuenta que caminaba para subir al sector vip arrastró su culo a la punta del sillón por inercia y nervios.

—Qué corno hace persiguiéndome —habló en voz baja solo para ella.

La intimidaba y ni siquiera la había tocado, la atraía como un imán sabiendo que no estaba nada bien lo que sentía porque sabía que solo era el poco alcohol que tenía encima y ese efecto de la atmósfera en pensar pelotudeces que solo su mente se creaba.

La voz de un hombre del otro lado la sacó de sus propios pensamientos y dejó que prestar atención a quien había conocido.

—¿Puedo sacarte una foto? Soy el fotógrafo del club y suelo subirlas en la página.

—B-bueno —respondió con titubeos.

En el momento en que se quedó quieta para la foto, sintió que el asiento se hundía y se percató de la presencia del hombre porque el perfume le llegó a su nariz. El fotógrafo aprovechó en sacarles tres fotos más juntos y una de estas fue el dueño mirándola.

—Gracias, disfruta la noche —le dijo con una sonrisa.

—Te lo agradezco.

El hombre se fue y ella quedó en silencio. Sinclair percibía que no estaba cómoda con él y que no iba a tener una conversación, pero se le ocurrió lo que posiblemente pudiera distenderla. Se puso de pie y la miró para extenderle la mano.

—Quiero bailar contigo, caramelo.

Caramelo, la palabra en su boca era suave y con ternura.

—Podés sacar a bailar a cualquier mujer y todas te aceptarían un baile y más, ¿por qué me perseguís?

—Porque no veo siempre un caramelo como tú.

—¿Te burlas de mí? —Frunció un poco el ceño.

—No, caramelo, es la verdad lo que te digo, quiero bailar contigo porque en el club no aparecen casi nunca chicas como tú —declaró y Esperanza creyó que se lo estaba diciendo por su defecto.

—¿Tengo que sentirme halagada?

—Eso espero.

La argentina entrecerró los ojos y apretó la boca, no estaba pasándose de la raya y no la estaba tocando indebidamente, pero le molestaba un poco que quisiera bailar solo porque le había llamado la atención el estrabismo que tenía.

La joven puso la mano sobre la de él y caminaron para bajar a la pista. Sinclair aprovechó la canción lenta para pasar sus manos por la cintura y ella se mantuvo rígida y nerviosa.

—Si me abrazas no te morderé —acotó con una sonrisa y Espi pasó los brazos por el cuello.

En la misma pista de baile, pero a varias parejas de distancia, sus amigas los estaban mirando.

—¿Por qué no le dijiste cuando íbamos para los sillones quién era él? —cuestionó Ximena a Margarita.

—¿Y arruinar la sorpresa? Nah, quiero verle la cara cuando se dé cuenta con quien pasó la noche.

—¿Y si nos termina odiando?

—Puede que se enoje, pero se le va a pasar. Esperanza necesita aventuras y emociones en su vida, y creo que tanto vos como yo sabemos que tiene que alejarse de su padre y de ese trabajo que la están atormentando todos los días.

—Lo sé, Marga, pero me parece que si se lo decías iba a ser diferente con él.

—Precisamente por eso no se lo dije, porque si se lo decía iba a encerrarse y no dejar que nadie le hablara o se acercara.

—Bueno, en eso tenés razón. Necesita vivir.

Las dos miraron a ambos y continuaron bailando, esta vez entre ellas.

Sinclair le dio una vuelta y Esperanza se mareó.

—Espera —frenó de repente—, estoy mareada y con ganas de vomitar.

Las luces parpadeantes y lo poco de alcohol que había tomado, la estaban descomponiendo y el hombre la sujetó de la cintura para sacarla de allí.

—¿Adónde van? —le preguntó Marga saliendo de la pista junto con Xime.

—Se está sintiendo mal, necesita un lugar tranquilo.

—Pero si se tomó un solo trago —comentó la pelinegra.

—Si no está acostumbrada, puede caerle mal —admitió el hombre—. Sin contar con que las luces tienen ese efecto de fotosensibilidad.

—No puedo caminar con normalidad. Perdón por cagarles la salida —se apenó.

—No te preocupes, es mejor que te sientas bien, pero no podés ir a tu casa así —le dijo Marga.

—¿Han llegado en un coche? —preguntó Sinclair.

—Sí, pero teníamos pensado volver juntas —respondió Ximena.

—Yo estoy hospedándome cerca de aquí, podría llevarla para que descanse.

—No quiero irme con vos, no te conozco —dijo tajante.

—Tus amigas tienen mi tarjeta y si pasa algo, van a llamar a la policía.

Esperanza se carcajeó y le vinieron arcadas.

—Espi, podés ir tranquila a descansar, mi amigo es amigo de él, así que, no hay ningún problema, es de confianza.

—¿Me van a dejar sola con él? ¿Y si me hace algo?

—No te va a hacer nada, Esperanza, dejate de quejar —le gritó con algo de enojo en su voz—, no todos son tipos de mierda, vinimos porque el boliche es seguro y el dueño es de confianza también —se lo largó, pero la chica no pudo procesar la respuesta.

Quiso hablar, pero la arcada que tuvo fue tan fuerte que terminó vomitando el piso.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Un Dios llamado Pecado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora