Panadería La Esperanza
Varios días más tarde y a pesar del altercado que ambos tuvieron, a César no le importó nada lo que había pasado porque siguió insistiendo en invitarla a salir, pero Aurelio se mantuvo al margen de aquellas insistencias porque sospechaba que su hija iba a decirle algo para dejarlo callado como lo hizo cuatro días atrás. Aun así, no dejaba de decirle lo que pensaba sobre sus amigas, el mal camino que creía que estas la iban a llevar y un sinfín de cosas que solo un machista retrógrado podía decirle.
Todo parecía tranquilo, hasta ella creyó que a pesar de aguantarse al compañero de trabajo y a su padre era algo de todos los días y ya estaba acostumbrada, pero no estaba en sus planes lo que vendría mucho después.
Esperanza estaba terminando de acomodar una parte de la vidriera con las tartas dulces que ella preparaba, cuando se sentó un hombre en una de las mesitas para ser atendido. Ni siquiera se percató de que era alguien que ya conocía.
—Hay un cliente sentado, iré a atenderlo —avisó y se encaminó hacia él—. Hola, buenas tardes, ¿qué quisieras pedir? —le preguntó con una gran sonrisa y mirándolo.
—Hola, caramelo. Buenas tardes para ti también.
—¿Cómo diste con la panadería? —cuestionó sorprendida.
—Tu amiga, Marga, me lo dijo.
—¿Se lo preguntaste? —Frunció el ceño.
—Puede que sí —le sonrió.
—Creí que no iba a verte más —le respondió—, digo, la última vez no nos despedimos muy bien que digamos.
—¿No te agrada verme de nuevo? —le preguntó con una sonrisa y casi con un sutil modo de hacerse el seductor a plena luz del día.
—¿Qué querés pedir? —Le cortó el rostro enseguida.
—Es lindo el barrio, me dijo tu amiga que vives al lado del negocio.
—Marga te da datos que no tendrías que saber —se irritó un poco, pero el grito que había pegado su padre la asustó.
—¡Esperanza! ¡Vení acá ahora! —le gritó y ella tragó saliva con dificultad.
—Tengo que ir a ver qué pasó, perdón —le expresó con algo de incomodidad y agachó la cabeza de inmediato como si fuese una sumisa.
A Sinclair le molestó la actitud que había adquirido la chica cuando la persona le gritó.
—¿Quién es el que grita así? —Se levantó de la silla y se giró para intentar frenarla.
—Mi papá —le dijo con un pie en el escalón de la panadería.
El americano no se sentó otra vez, solo estaba expectante para saber sobre la situación y poder escuchar lo que estaban hablando.
Adentro del lugar, Aurelio le mostró una foto de ella en el celular de César. Era la foto que le había sacado el fotógrafo del club nocturno, lo único bueno era que el susodicho del dueño no aparecía con ella porque se le iría a armar tremenda bronca.
—¡¿Me podés explicar qué mierda es esta foto?! ¿Quién te la sacó y por qué estás vestida como una puta? —Su cara era la furia misma y la voz era de alguien muy enojado.
—Te lo puedo explicar, si bajas la voz.
—¡A mí no me vas a decir cómo quiero gritarte! —alzó más la voz.
—Vas a espantar a los clientes.
—Hay uno solo y si no le gusta, se puede ir —zanjó.
—César en vez de meter la nariz donde debe, la mete donde no lo llaman —respondió con molestia y lo miró enojada.
—César es un hombre decente, lo que te está faltando a vos por juntarte con esas dos amigas de porquería que tenés.
—Si fuera decente como vos decís, no estaría mirando fotos de clubes nocturnos, y sí, salí con ellas y la pasé bomba —declaró casi a los gritos estando ya podrida de todas las situaciones en las que siempre la ponía por ser mujer—, ¿estás conforme?
Aurelio tan furioso y desencajado que estaba que le dio un golpe en la cara que la hizo caer contra la vidriera y la barbilla rebotó contra el vidrio.
Sinclair vio lo que había pasado y entró enseguida para socorrerla.
—Se ha pasado de la raya, señor, no es manera para tratarla así, a nadie —le emitió con seriedad y tratando de ayudarla a levantarse.
—Eres una puta al igual que tu madre —apretó los dientes con bronca.
—¡Ya basta! —le gritó Sinclair—, ya deje de hablarle así, debería darle vergüenza en la manera en cómo le dice esas asquerosidades —habló con frialdad y frunciendo el ceño porque se estaba cabreando.
—Vos no te metas —le dijo César—, esto es entre él y ella.
—Me meto todo lo que quiero, acabo de ver todo —miró al joven—, ¿por qué no se mete con alguien de su tamaño si tan macho man se cree? —Le clavó la vista al padre de la chica.
Los dos se quedaron en su lugar cuando lo escucharon hablar.
—¿Qué pensás que estás haciendo con mi hija? Degenerado —hizo dos pasos acercándose a ambos.
—Ni se le ocurra dar un paso más, intento alejarla de ustedes dos, miserables —admitió y luego agachó la cabeza para mirar a la joven que se sostenía la barbilla con sangre—, ¿qué quieres hacer?
—Irme de acá —sollozó mientras miraba a su padre.
—Esperanza, ni siquiera pienses en irte, te lo prohíbo —declaró apretando los puños y con rabia en su voz.
—Me voy, hace rato que lo vengo pensando, no tengo plata, pero sé que Margarita me dará una mano. No quiero vivir más así, bajo tu techo y llena de humillaciones y golpes, lo siento, pero ya no puedo más —negó con la cabeza y se dio media vuelta para salir de la panadería.
Esperanza lo invitó a que entrara en la casa, un interior bastante sencillo y fuera de moda, no le importaba la verdad que él viera de la manera en cómo vivía, solo quiso hacer las cosas bastante rápido porque quería irse de ahí cuanto antes. Fue a su cuarto, metió varias prendas de ropa, algunos calzados y cosas personales. Bajó las escaleras, pero Aurelio se puso entre medio de la puerta y él para no dejarlos salir.
—No te vas a ninguna parte con este hombre, no sé quien mierda es, pero te aseguro que de acá no te vas —dijo con seriedad.
—Papá, si no me dejas salir, te voy a denunciar, no quiero hacerlo, pero si no salís de la puerta, lo voy a hacer porque no me dejas otra opción, la panadería tiene cámaras.
—Puedo pedirle a César que borre todo.
—César es un pelotudo que se cree vivo, él no sabe la contraseña para entrar al programa de las cámaras. Por favor, quiero irme, necesito que me curen la barbilla —sollozó de nuevo—, me está doliendo la cabeza y no quiero seguir discutiendo con vos.
Aurelio quedó sin ninguna posibilidad para retenerla y tuvo que hacerse a un lado a regañadientes. César intentó frenarlos también, pero con un par de gritos de Sinclair, el hombre había quedado quieto y cagado en las patas.
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Un Dios llamado Pecado ©
RomanceSinclair es el pecado encarnado. Esperanza es la inocencia encarnada. La noche en que se conocen, sus vidas trazan un hilo que nada ni nadie podrá romper. 🍸🍸🍸🍸🍸🍸🍸 Inicia: 01 de Octubre Finaliza: