Buenos Aires
Ramos Mejía
Esperanza entró con sigilo a la casa para que su padre no la escuchara, pero se llevó una sorpresa cuando él salió de la cocina para regañarla como siempre lo hacía.
—Al fin te acordás que vivís acá, no son horas de llegar, Esperanza —le alzó la voz con enojo.
—Perdón, me quedé a desayunar con Marga.
—Esa amiga que tenés te está llevando por el mal camino y lo sabés bien.
—Subiré para cambiarme de ropa.
—¿Dónde sacaste una ropa tan fina?
—Margarita me la prestó, la guardaré y me pondré otra —le mintió.
Enseguida subió las escaleras y entró al cuarto tratando de tranquilizarse un poco. Hizo tiempo dentro del dormitorio para no tener que escuchar sus quejas y regaños injustificados.
Para la una menos cuarto de la tarde, salieron de la casa para caminar pocos pasos y abrir la panadería que se encontraba al lado. Mientras ella sacaba las mesitas redondas y las sillas llegó César que trabajaba también ahí.
—Hola, Esperanza.
—Hola —le respondió con sequedad.
—¿Cómo estás?
—Bien —contestó, pero ella no le devolvió la pregunta.
—Yo estoy bien también por si querés saberlo, más ahora que te veo.
—Sería bueno que llegues a la hora acordada porque todos los domingos te toca abrir a vos la panadería —le dijo tajante.
El hombre apretó la boca y caminó hacia la entrada de la panadería, pero antes de entrar la miró y le habló:
—Más altanera te ponés y más deseoso estoy porque seas mía —expresó y luego entró.
La chica quedó perpleja de lo que le dijo y ni siquiera le respondió, prefirió ignorarlo antes que meterse en su juego.
Desde aquel momento, el día no había pasado tan agradable porque a pesar de que se quedaba callado cuando entraban los clientes a comprar o a sentarse en las mesas de afuera, él tenía una oportunidad para decirle cosas fuera de tono o invitarla a salir.
Cuando cerraron la panadería, César se acercó a ella para volver a invitarla a tomar algo, pero ella una vez más le dijo que se alejara y se fuera porque no iba a ir con él. Aquellas palabras las escuchó Aurelio e intervino.
—Esperanza no seas tan pretenciosa porque ningún otro hombre se fijará en vos, no esperes tener algo mejor en la vida —admitió su padre.
—¿Por qué no salís vos con él que son tal para cual y a mí me dejan los dos tranquila? —cuestionó tan molesta que apretó la mandíbula sin darse cuenta.
El padre se acercó más y le dio un sopapo mientras César se rio por lo bajo.
—A mí me contestás bien, juntarte con esas dos amigas te está afectando porque hablás como una descarriada —le dijo y Esperanza apretó los labios para no tener que decirle unas cuantas verdaderas.
Aurelio entró a la casa y los dos se quedaron solos en la calle.
—Vamos —él amagó para tocarle el brazo y ella se alejó.
—No voy a ir a ningún lado con vos —le respondió con firmeza—, ni siquiera a la esquina, podemos compartir un trabajo, pero no me gustas, no tengo ganas de salir con vos, ¿por qué no lo querés entender?
—No soy un tarado como para no entender lo que me estás diciendo, pero tu papá quiere que salgamos y luego nos casemos, llevar la panadería juntos, tener hijos y que vos los críes mientras te quedas en la cocina. Solo servís para eso Esperanza porque con ese defecto ningún otro te va a querer.
—Pero vas a tener que quedarte con ese pensamiento porque yo no pienso salir con vos —insistió con énfasis.
—No te hagas la difícil porque sé que solo lo estás haciendo para provocarme.
—Podés pensar lo que quieras —le expresó con burla—, hasta mañana.
Esperanza se dio media vuelta, pero César le sujetó con fuerza la muñeca y la tironeó hacia él, le dio un beso en la boca y ella lo empujó para luego darle una cachetada.
—¡Sos un asqueroso y atrevido! —le gritó ardida.
Dio unos ligeros pasos y se metió en la casa cerrando la puerta con llave y pasador.
—Perdón —notificó César.
—¡Raja de acá, repugnante!
—En serio, perdón, Esperanza —se disculpó de manera fingida.
—No quiero hablar con vos, ¡te vas de acá ya! —alzó la voz de nuevo.
—Podemos hablar.
—César no quiero hablar y tampoco verte, no voy a abrir la puerta.
El hombre dio unos pasos hacia atrás y se alejó de la casa. Ella se calmó cuando todo quedó tranquilo, sollozó con lo que le había pasado, pero al darse media vuelta, su padre la estaba a punto de regañarla de nuevo.
—No quiero tu sermón otra vez, bastante me tengo que aguantar al cerdo de tu empleado —le dijo sin poder decirle algo más su padre y subió las escaleras.
No tenía ganas de cenar y se desvistió para meterse a bañar y ponerse el pijama. Se secó el pelo y decidió irse a dormir. Prefirió estar tranquila en su cuarto sin que él la moleste.
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Un Dios llamado Pecado ©
RomansSinclair es el pecado encarnado. Esperanza es la inocencia encarnada. La noche en que se conocen, sus vidas trazan un hilo que nada ni nadie podrá romper. 🍸🍸🍸🍸🍸🍸🍸 Inicia: 01 de Octubre Finaliza: