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Julian se encontraba frente a su computadora, tratando de concentrarse en el trabajo de la universidad. Sus dedos tamborileaban nerviosamente sobre el teclado mientras sus pensamientos, una vez más, volvían a Enzo. Por más que intentara, no podía olvidar la mirada de desprecio que había recibido. Qué asco. Esa frase se le había quedado grabada en la mente como una herida que no sanaba.

Habían pasado semanas desde que Enzo lo había rechazado, pero el dolor seguía latente. Aunque intentaba concentrarse en sus estudios, la realidad era que Julian estaba destrozado por dentro. Había conocido a Enzo por casualidad, cuando se encontraron en aquella fiesta y julian le tiro los tragos. Las conversaciones que tenian cuando ambos se confesaron eran de lo mas lindo, haciendole creer que podrian llegar a formar un futuro juntos. Pero lo que había crecido en él era solo ilusión. La fría respuesta de Enzo, llena de repulsión, lo había destruido.

Julian suspiró y cerró el portátil, incapaz de continuar. Sentía que todo era inútil. Estaba atrapado en ese dolor, en esa sensación de rechazo que lo consumía poco a poco.

Por el lado de Enzo, estaba detrás del mostrador del quiosco donde trabajaba. Era un trabajo aburrido, pero al menos le ayudaba a ganar algo de dinero y, sobre todo, a mantenerse ocupado. Pasaba la mayor parte de su tiempo en ese lugar, con la radio sonando de fondo y las pilas de revistas apiladas en las estanterías.

No podía dejar de pensar en lo ocurrido con Julian. Aunque intentaba mantenerse firme en su rechazo, una parte de él sabía que todo estaba enredado con el odio y el asco que había crecido dentro de él, algo que no era realmente suyo, sino de su padre. Desde pequeño, su padre había sido brutalmente claro en sus creencias. “Los hombres no se portan así”, solía decir. “Esos maricas son una vergüenza. Tú no serás uno de ellos, ¿verdad?” Esa era la realidad que Enzo había vivido desde siempre, y había absorbido ese odio como si fuera parte de él.

Pero Enzo no solo sentía el asco que su padre le había inculcado hacia Julian; lo sentía también hacia sí mismo. Cada vez que pensaba en el día que habían salido juntos, un nudo de repulsión se le formaba en el estómago. Había algo que lo atraía hacia Julian, algo que no quería admitir, y ese era el verdadero motivo detrás de su desprecio.

Esa tarde, Julian decidió salir un rato. Necesitaba despejarse, alejarse de su propio dolor, aunque fuera solo por unos minutos. Caminó sin rumbo fijo por las calles de la ciudad hasta que, casi sin darse cuenta, sus pies lo llevaron al quiosco donde Enzo trabajaba.

Se detuvo en la acera, mirando el lugar desde el otro lado de la calle. Por un momento, pensó en darse la vuelta y marcharse, pero algo dentro de él lo empujaba a enfrentarse a esa situación. Sabía que probablemente no lograría nada, pero necesitaba respuestas. O tal vez, necesitaba ver con sus propios ojos el odio en la cara de Enzo, confirmar que todo lo que habían compartido realmente había sido una mentira.

Con paso decidido, cruzó la calle y entró al quiosco.

Enzo estaba detrás del mostrador, hojeando una revista de deportes cuando escuchó el sonido de la puerta al abrirse. Levantó la mirada y su cuerpo se tensó al ver a Julian parado ahí. Un sudor frío le recorrió la espalda, y de inmediato, sintió que la repulsión y el miedo lo invadían.

Julian avanzó hacia el mostrador, sus ojos fijos en los de Enzo. Por un momento, ninguno de los dos dijo nada. La tensión en el aire era palpable, como si el espacio entre ellos estuviera lleno de palabras no dichas y heridas abiertas.

—Necesito saber por qué —dijo Julian finalmente, su voz firme pero cargada de dolor.

Enzo apretó los labios, incapaz de mirarlo directamente. El asco que sentía no solo era hacia Julian, sino hacia lo que Julian representaba, lo que hacía que sus propios sentimientos se agitaran dentro de él.

—No tiene sentido hablar de eso —respondió Enzo fríamente, girando la mirada hacia las revistas, como si estuviera más interesado en cualquier otra cosa que en la conversación que Julian intentaba iniciar.

—Tiene todo el sentido para mí —insistió Julian, dando un paso más cerca—. Solo quiero entender por qué me miraste con tanto.... asco?. ¿Qué hice mal?

Enzo sintió que su corazón comenzaba a latir con fuerza, la presión interna aumentando. Las palabras de su padre resonaban en su mente: “No seas débil. No te mezcles con esa gente. Son sucios, dan asco.” Las había escuchado tantas veces que ahora eran una segunda piel para él.

—No es nada personal —dijo Enzo, su voz tensa—. Simplemente no… no puedo estar cerca de alguien como vos.

Julian lo miró, su rostro reflejando la mezcla de dolor y desconcierto. ¿Alguien como yo? Las palabras de Enzo eran como un golpe. Julian había pensado que, tal vez, Enzo estaba asustado o confundido, pero ahora estaba claro que lo que sentía era mucho más profundo, algo que no cambiaría con el tiempo.

—¿Es por lo que soy? —preguntó Julian, sabiendo ya la respuesta, pero necesitando escucharla de labios de Enzo.

Enzo levantó la mirada, y por un segundo, la furia y el asco se apoderaron de él. Lo que veía frente a él no era solo Julian, era todo lo que su padre odiaba, todo lo que él mismo había aprendido a despreciar.

—Sí —respondió con frialdad—. Me das asco.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Julian sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. No había forma de suavizar lo que acababa de escuchar. Enzo realmente lo despreciaba, y ese desprecio estaba arraigado en algo mucho más profundo que el simple rechazo. Era un odio inculcado, algo que Julian no podría cambiar, no importa cuánto lo intentara.

—Sabes qué, Enzo… —dijo Julian, su voz temblorosa, pero firme—. Lamento haberte conocido. Porque nunca te hice nada para merecer esto, y vos, vos ni siquiera te conoces a vos mismo. Sos un cobarde.

Julian giró sobre sus talones y salió del quiosco, el sonido de la puerta al cerrarse resonando en la pequeña tienda.

Enzo se quedó allí, congelado en su lugar. Su corazón latía con fuerza en su pecho, y aunque había dicho las palabras que creía necesarias, una parte de él sintió algo más profundo: un vacío, una pérdida que no podía explicar. El asco seguía ahí, pero también lo hacía la culpa, como una sombra que lo perseguiría, sin importar cuánto intentara ignorarla.























































































Uy uy uy...
Que bobo que es enzo, por dios!!!
(Voten y pongan comentarios, bayy lo quiero!!!)

cruzando líneas // enzulian AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora