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A la mañana siguiente, Enzo apenas había pegado un ojo. Pasó toda la noche dando vueltas, pensando en lo que iba a decir, repasando mil veces las palabras. Sabía que tenía que ponerle freno a su ego, ese que siempre lo había hecho escudarse en las mentiras y en el “todo me da igual”. Porque esta vez no le daba igual, y Julian se lo había dejado claro. Esta era su última oportunidad, y, si no lo convencía, iba a perderlo para siempre.

Se levantó temprano, se pegó una ducha y se vistió con lo más decente que tenía. Nada de la ropa que usaba para impresionar, para hacerse el “canchero”; Julian vería eso como otra pose más, y lo último que quería era darle motivos para desconfiar. Salió de casa una hora antes y caminó por el barrio, esperando que pasara el tiempo. En el fondo, se sentía extraño, vulnerable, sin la coraza que solía llevar. Pero sabía que tenía que mostrarle a Julian quién era realmente, sin chamuyos, sin vueltas.

A las seis menos cinco ya estaba en la plaza, nervioso, y entonces lo vio llegar. Julian venía caminando, con las manos en los bolsillos de su campera cara, esa que a Enzo siempre le había parecido un exceso, pero que en él se veía perfecta. Era obvio que venía con mil dudas, con ganas de decirle todo lo que había guardado en las semanas de distancia. Se saludaron apenas con un gesto de cabeza; las palabras iban a venir después.

—¿Bueno? Acá estoy —dijo Julian, cruzándose de brazos—. Hablá. ¿Qué es tan importante?

La mirada de Julian era fría, y a Enzo se le hizo un nudo en la garganta. Tragó saliva, respiró hondo y empezó, tratando de mantener la voz firme.

—Mirá, Ju… Primero, quiero que sepas que no estoy acá para chamuyarte ni nada —comenzó, con un tono mucho más tranquilo de lo habitual—. Ya sé que no te la creés, que después de cómo me porté… bueno, no hay mucho que te haga confiar en mí. Y la verdad, lo entiendo.

Julian no decía nada, solo lo observaba. Su cara no reflejaba ninguna emoción. Era como si estuviera esperando ver hasta qué punto Enzo era capaz de bancarse ese silencio, ese vacío que dejaba. Enzo tragó saliva y continuó.

—Yo la cagué, Ju, y no sabés cuánto me arrepiento. Ese día en el auto… yo… me dejé llevar por el miedo. Sabés que mi viejo es un cabeza de termo, homofóbico. No quería que ni se enterara de lo que estaba pasando conmigo, y me mandé una cagada gigante. Te metí en el medio, y eso no estuvo bien. —Hizo una pausa, buscando las palabras—. No sé qué más decirte, además de que… realmente lo siento.

Julian levantó una ceja, apenas escéptico. Finalmente, suspiró y respondió.

—Enzo, si esto es solo porque te sentís mal, entonces estamos en la misma. A mí me re dolió todo eso. Me abrí con vos, te di una oportunidad… y me tiraste todo en la cara porque a tu viejo no le cabe la onda. ¿Vos entendés cómo me hizo sentir eso? Como si yo no valiera nada.

Enzo sintió cómo esas palabras le pesaban en el pecho. Nunca se había detenido a pensar cómo había afectado a Julian. Siempre estaba tan concentrado en sus propios miedos que nunca pensaba en lo que le hacía sentir al otro.

—Tenés razón, Ju. La re cagué, y entiendo si no querés saber nada más de mí. Yo… no te voy a pedir que me perdones. Pero, posta, quiero que sepas que de verdad te extraño. No pasa un día sin que piense en cómo sería si no hubiera actuado como un boludo. Y aunque sé que esto no va a arreglarlo, quiero cambiar. Quiero que me des una chance de demostrarte que puedo ser alguien mejor.

Julian lo miraba, todavía con desconfianza, y Enzo sintió un vacío en el estómago. Sabía que no iba a ser fácil convencerlo, y menos ahora que veía la frialdad en sus ojos.

—¿Y por qué tendría que creerte? —preguntó Julian, sin perder esa mirada desafiante—. ¿Cómo sé que no es otro chamuyo más?

Enzo sintió que se le aceleraba el corazón. Estaba al borde, a punto de perder la poca esperanza que le quedaba.

—No sé, Ju. No te puedo decir nada que te lo demuestre ahora mismo. Solo puedo decirte que estoy dispuesto a hacer lo que sea. Si querés, no volvemos a salir; podemos ser solo amigos y ver cómo se da. Pero no quiero perderte así nomás. Si tenés que ponerme a prueba, poneme a prueba. Pero… dame una oportunidad de demostrarte que puedo estar a la altura.

Julian suspiró, mirándolo con una mezcla de frustración y algo más profundo, una emoción que Enzo no alcanzaba a descifrar. Era como si quisiera creerle, pero su orgullo y el dolor lo mantenían firme.

—Mirá, Enzo, entiendo que te sientas así ahora, pero para mí no es tan fácil. No soy un juguete. No puedo estar para vos solo cuando te pinta. Yo también tengo mis límites, y vos ya los cruzaste —contestó, con voz firme, aunque en sus ojos había algo que no coincidía del todo con su tono—. No voy a mentir, me gustás… pero no pienso volver con vos si eso significa volver a ponerme en segundo plano. Mi dignidad no es algo que podés negociar cuando se te da la gana.

Las palabras de Julian eran duras, pero Enzo sabía que tenía razón. A pesar del dolor, no estaba dispuesto a irse. Sabía que tenía que insistir.

—Entiendo, Ju. No quiero que me perdones de una. Te voy a demostrar que quiero hacer esto bien, aunque no volvamos. No sé si te va a alcanzar, pero me la banco —dijo, con la voz temblando un poco—. Decime qué tengo que hacer, qué querés, y lo hago.

Julian lo miró en silencio, y después de un momento, se acercó un poco, sin perder la dureza en la mirada.

—Para empezar, dejá de esconderte. Si de verdad querés arreglar las cosas, tenés que dejar de actuar como si todo esto te diera vergüenza. Nada de esquivar miradas, nada de sentirte incómodo si alguien sospecha. Quiero que seas capaz de bancarte ser vos mismo sin miedo a lo que piense tu viejo o cualquiera.

Enzo asintió sin dudar, aunque el corazón le latía fuerte. Sabía que eso iba a ser difícil, pero si quería que Julian volviera a confiar en él, tenía que asumir el desafío.

—Me la banco, Ju. Te lo prometo.

Julian lo miró un rato, como si evaluara si realmente creía en él, si iba a poder cumplir con su promesa.

—Está bien, Enzo. Entonces, hacé lo que prometés. Y mientras tanto, yo… bueno, supongo que podemos ir viendo. Pero no esperes que sea como antes. Y no te confundas: todavía no confío en vos. Tenés que demostrarme que vale la pena arriesgarme de nuevo.

Enzo asintió, aliviado y nervioso al mismo tiempo. Sabía que el camino iba a ser largo, que Julian no le iba a dar la confianza de inmediato. Pero, al menos, había conseguido una oportunidad, y estaba dispuesto a todo para aprovecharla. No sabía si lo iba a lograr, pero esta vez estaba seguro de que quería intentarlo, aunque tuviera que enfrentarse a todo lo que lo asustaba.






















































































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Holii, que onda? Espero y les guste el cap
Su quieren que suba mañana díganme, bayy

cruzando líneas // enzulian AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora