epílogo

248 45 2
                                    


El sol comenzaba a ocultarse detrás de los edificios, bañando el living de Julián con tonos cálidos y anaranjados. Enzo estaba tirado en el sillón, esta vez completamente dormido, con el control remoto aún en su mano y el volumen de la tele casi al mínimo. Julián, sentado en el suelo con la espalda apoyada contra el sillón, miraba de reojo a su "invasor profesional".

Se quedó observando por un momento. Enzo tenía el ceño ligeramente fruncido, como si incluso en sueños estuviera discutiendo algo. Julián sonrió para sí mismo y negó con la cabeza.

—Sos insoportable hasta dormido —susurró, aunque el tono de su voz no tenía ni una pizca de enojo.

Dejó el mate vacío sobre la mesita y se levantó, dispuesto a acomodar a Enzo antes de que su cuello terminara hecho un desastre. Pero cuando se inclinó para sacarle el control remoto, Enzo abrió los ojos de golpe.

—¿Qué hacés? —preguntó con voz ronca, adormilado.

—Ah, mirá vos. ¿Ahora te hacés el despierto? Te iba a salvar el cuello, pavote.

Enzo se incorporó lentamente, estirándose con un suspiro mientras Julián lo miraba, medio divertido, medio molesto.

—Siempre tan considerado, Juli. Sos un amor. —Le lanzó una sonrisa torcida, esa que a Julián siempre lo descolocaba aunque jamás lo admitiera.

—Andate a tu casa, Enzo. De verdad.

Enzo lo miró fijamente por un momento, como si estuviera evaluando si hacer otra broma o no. Pero, para sorpresa de Julián, no dijo nada gracioso.

—No quiero irme —respondió al final, su tono mucho más serio.

Julián sintió que algo en su pecho se apretaba, pero decidió no dejarse llevar.

—¿Por qué no? Tu casa está a cinco cuadras. Ni que te quedaras sin techo.

Enzo bajó la mirada por un segundo, como si estuviera buscando las palabras correctas. Luego, se puso de pie y dio un paso hacia Julián, quedando a solo centímetros de él.

—Porque mi casa nunca se sintió como un hogar. Pero acá… —Hizo un gesto con la mano, abarcando el pequeño living, las cortinas que dejaban entrar el último rayo de luz del día, el mate sobre la mesa, y finalmente a Julián—. Acá es distinto.

Julián abrió la boca para decir algo, pero nada salió. ¿Cómo respondías a algo así?

—Dejá de chamuyar, Enzo. No soy tan fácil.

—No es chamuyo, Juli. Te lo digo en serio. —Su voz era firme, sin rastro de burla.

Por primera vez en meses, Julián vio al verdadero Enzo, el que estaba detrás de las sonrisas confiadas y las bromas constantes. Y por alguna razón, esa vulnerabilidad le hizo bajar las defensas.

—Sos un quilombo, ¿sabías?

—Y vos sos el único que lo aguanta. —Enzo sonrió, pero esta vez su sonrisa era suave, sincera.

Julián suspiró y rodó los ojos, aunque finalmente dejó escapar una pequeña sonrisa.

—Bueno, entonces no rompas nada mientras estés acá.

Enzo tomó eso como una victoria y, sin pensarlo dos veces, lo abrazó. Julián, aunque protestó débilmente, terminó apoyando la frente en su hombro.

Al final, ninguno de los dos dijo más nada. No hacía falta. El silencio compartido hablaba más que cualquier palabra.

Esa noche, mientras la ciudad seguía su ritmo frenético afuera, en el pequeño departamento de Julián, ellos encontraron un rincón de paz. Una pausa. Un lugar que, para ambos, empezaba a sentirse como casa.
























cruzando líneas // enzulian AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora