Julián y Enzo estaban sentados en el living de la casa de Julián, todavía adaptándose a la nueva dinámica entre ellos. La charla de la tarde había sido un punto de inflexión, pero ambos sabían que las cosas no cambiarían de la noche a la mañana. Julián miraba su celular con una mueca de indecisión.
—¿Qué pasa? —preguntó Enzo, inclinándose para ver la pantalla.
—Paulo me mandó un mensaje para que salgamos todos mañana. Dice que está organizando algo en su casa. —Julián hizo una pausa, dudando—. No sé si quiero ir.
Enzo arqueó una ceja, sonriendo levemente.
—¿Por qué no? No podemos escondernos para siempre, Julián. Además, estaría bueno verlos a todos juntos otra vez. Hace rato que no compartimos con los pibes.
Julián lo miró de reojo, todavía inseguro, pero finalmente asintió.
—Está bien. Pero no quiero que sea raro, ¿entendiste? Nada de andar diciéndole a todos lo que pasó.
Enzo soltó una risa suave.
—Tranquilo, che. Me portaré bien… por ahora.
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La casa estaba llena de risas, música y conversaciones cruzadas. El grupo de amigos se reunió en el amplio patio, donde Paulo había organizado un asado. Julián y Enzo llegaron juntos, aunque mantuvieron una distancia prudente para evitar preguntas incómodas.
Paulo fue el primero en acercarse.
—¿Y? ¿Van a seguir jugando al misterio o qué? —bromeó, dándole un golpe amistoso en el hombro a Julián.
—No hay misterio, Paulo. Solo estamos tranquilos, ¿ok? —respondió Julián, rodando los ojos.
—Tranqui, no te molesto más. —Paulo sonrió, pero la chispa de curiosidad no desapareció de sus ojos.
Mientras tanto, Enzo estaba junto a Nahuel y Otamendi, quienes no perdieron la oportunidad de hacer preguntas.
—¿Y vos? —preguntó Nahuel, dándole un codazo—. ¿Cuándo vas a soltar la bomba?
—Bomba no hay, Nahu. De verdad, estamos viendo qué onda. —Enzo suspiró, aunque su sonrisa lo delató.
La noche continuó entre bromas y comentarios insinuantes de los amigos, pero tanto Enzo como Julián lograron esquivar las preguntas más incómodas. Sin embargo, al final de la velada, mientras el grupo comenzaba a dispersarse, Lisandro se acercó a Julián en un momento a solas.
—Che, Ju, fuera de joda… ¿cómo estás con todo esto? —preguntó con una mezcla de curiosidad y preocupación.
Julián se encogió de hombros.
—No lo sé, Licha. Estamos intentándolo, supongo. Pero todavía hay cosas que no puedo olvidar.
Lisandro asintió, dándole una palmada en el hombro.
—Solo espero que no vuelvas a salir lastimado, amigo. Merecés estar bien.
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