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Al día siguiente, Enzo se despertó con una sensación de vacío que no podía ignorar. Había algo en su pecho que le apretaba, como una carga que lo mantenía en silencio. El eco de la pelea con Julian de la noche anterior seguía rondando en su cabeza. Y aunque quería convencerse de que había hecho lo correcto, no podía dejar de pensar en cómo Julian se había alejado, con la bronca y decepción reflejadas en su cara.

Después de dar vueltas toda la mañana, decidió que necesitaba hablar con alguien. Otamendi era el único que lo conocía de verdad, su amigo de confianza y el único que no lo juzgaría, aunque fuera de esos temas que Enzo prefería mantener bajo llave.

Lo llamó y quedaron de encontrarse en el parque, donde siempre iban a charlar cuando necesitaban privacidad. Cuando Enzo llegó, Otamendi ya estaba ahí, con su remera ancha y gorra, esperándolo con esa mirada de siempre, que combinaba un poco de burla y otro tanto de preocupación.

—¿Qué onda, loco? —le dijo Otamendi cuando lo vio llegar—. Parecés un zombie, ¿qué pasó? ¿No dormiste?

Enzo soltó un suspiro, y se dejó caer en el banco a su lado, pasando las manos por su cara.

—Boludo, la cagué. Con Julian... la re cagué, gato. Le dije un par de cosas… no sé, cosas que ni yo me creo —respondió Enzo, mirando al piso, sin animarse a levantar la cabeza.

Otamendi se le quedó mirando, sin decir nada, dejando que Enzo hablara. Sabía que cuando su amigo se ponía así, era mejor no interrumpirlo.

—¿Te acordás que salimos un día? —dijo Enzo, con una sonrisa amarga, como si no terminara de creerlo él mismo—. Fue solo un día, Ota… pero no sé, loco, como que no puedo sacármelo de la cabeza. Ayer lo vi con Marcos, y… me puse como un boludo, viste.

Otamendi asintió lentamente, intentando entender lo que Enzo le contaba. Sabía de sobra que Enzo era orgulloso, que no era fácil para él admitir cuando algo o alguien le importaba.

—A ver, ¿y por qué no estás con él, entonces? —preguntó, sin vueltas.

Enzo se tensó al escuchar la pregunta. Ahí estaba el verdadero problema, la razón de toda esa maraña de emociones que le estaba enredando la cabeza.

—Es mi viejo… —respondió Enzo, sin mirarlo—. Siempre fue… no sé, viste, cerrado. Cero onda con… —tragó saliva—. Ya entendés.

Otamendi lo miró en silencio, asintiendo con la cabeza. No necesitaba que Enzo le explicara. Sabía lo complicado que era el tema de su familia, el peso de las expectativas de su viejo, y todo lo que Enzo había tenido que soportar por eso.

—Pero tu viejo ni se enteró, ¿no? —dijo Otamendi, intentando poner un poco de lógica en medio de todo ese lío.

Enzo negó con la cabeza, apretando los labios.

—No… pero igual, loco, es como… qué sé yo, un quilombo. Como que siento que si sigo con Julian, tarde o temprano se va a enterar, y… no quiero. No quiero que se entere y me meta en cualquiera.

Otamendi suspiró, apoyando una mano en el hombro de Enzo.

—Mirá, loco, a mí no me gusta meterme en tus dramas, pero te digo algo, ¿sí? Si el pibe realmente te gusta, no lo dejes ir por alguien que ni siquiera se enteró de nada. Si tu viejo nunca se entera, mejor. Y si sí, vas a tener que plantarte. Pero no te podés seguir escondiendo toda la vida.

Enzo se quedó callado, procesando lo que su amigo le decía. Sabía que tenía razón, que estaba huyendo, y que en el fondo, el problema no era Julian, sino su propio miedo a enfrentarse a todo lo que había aprendido a evitar.

—¿Y qué hago ahora, Ota? —preguntó en un susurro, sintiendo por primera vez que estaba completamente perdido.

Otamendi se rió suavemente y le dio una palmada en la espalda.

—Andá a buscarlo, chabón. Pedile perdón, y hacete cargo. Peor es quedarte así, con esa cara de muerto.


























 Peor es quedarte así, con esa cara de muerto

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cruzando líneas // enzulian AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora