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El día amaneció con un cielo gris, reflejando el estado de ánimo de Taeyong. Caminaba por los pasillos de la universidad con una pila de invitaciones para el baile de otoño, repartiéndolas entre sus compañeros, aunque no podía ocultar el malestar que lo acompañaba. No le gustaban los eventos sociales, y mucho menos tener que forzar interacciones. Sin embargo, sus maestros creían que lo estaban ayudando insistiendo en que participara más. Taeyong no lo veía así. Para él, solo hacía que todo fuera más incómodo.

Con cada invitación que dejaba en las manos de alguien o que dejaba caer en una canasta, sentía que el día se hacía más largo. Las miradas distraídas y las sonrisas forzadas de los demás no hacían más que reforzar su sensación de aislamiento. Siempre había estado acostumbrado a sentirse fuera de lugar, y este día no era la excepción.

Finalmente, con las invitaciones repartidas, suspiró aliviado. Se dirigió al gimnasio donde su maestra y el resto de la clase estaban decorando y organizando todo para el baile. El eco de las voces y el sonido de los pasos en el pasillo parecían alejarse mientras caminaba. No prestó atención a los chicos que se reían un poco más atrás, hasta que sintió que algo se movía en su mochila.

Giró la cabeza, frunciendo el ceño en confusión, solo para ver a dos estudiantes riéndose mientras se alejaban rápidamente. No entendía el motivo, pero pronto lo descubriría. Con un ligero suspiro de resignación, empujó la puerta del gimnasio y entró.

El gimnasio estaba lleno de actividad. Su maestra caminaba de un lado a otro, dando instrucciones a los estudiantes que colgaban luces y globos. Taeyong se acercó con la canasta de invitaciones en mano, con la intención de devolvérsela a su maestra y avisarle que había terminado su tarea. Pero justo cuando estaba a unos metros de ella, sintió algo extraño. Un sonido de impacto, un eco que retumbó en el suelo. Sus cuadernos habían caído al suelo, esparciéndose por todo el gimnasio.

Su mochila estaba abierta. Ahora todo tenía sentido. Los chicos que se habían reído probablemente habían abierto su mochila mientras caminaba sin que él lo notara. Un suspiro más pesado escapó de sus labios, pero no era sorpresa. Estaba acostumbrado. Se agachó, recogiendo uno por uno los cuadernos que se habían caído.

Justo cuando alargaba la mano hacia el último cuaderno, una segunda mano apareció de la nada.

Taeyong levantó la vista, sorprendido, y sus ojos se abrieron de par en par. Era él. El hombre de ayer, el mismo que lo había mirado en la multitud con una intensidad inexplicable. Su corazón se detuvo por un segundo, y todo el aire pareció desaparecer del gimnasio. Sentía que estaba soñando nuevamente, pero no era un sueño. Era real. Él estaba ahí, justo frente a él.

Los ojos de aquel hombre, Jaehyun, eran los mismos. Profundos, intensos, pero serenos. Y aunque Taeyong no lo conocía, algo en su interior le decía que ya había visto esa mirada antes, en otro lugar, en otro tiempo. Se quedó inmóvil, incapaz de decir algo, con la boca ligeramente abierta, pero las palabras no salían. Su mente se llenaba de preguntas, pero ninguna de ellas podía articularse.

Antes de que pudiera reaccionar o preguntar algo, Jaehyun se levantó, ofreciéndole el cuaderno que se le había caído. Taeyong lo imitó casi por inercia, sus movimientos torpes y nerviosos mientras aún no lograba despegar la vista de aquel hombre extraño, pero tan familiar.

—Taeyong

La voz de su maestra lo sacó bruscamente de su trance. Giró la cabeza hacia ella, todavía aturdido. Le tendió la canasta con las invitaciones y murmuró, casi mecánicamente.

—Entregue todas las invitaciones, Maestra Choi

—Muchas gracias taeyongie, estaba apunto de llamarte

Hundred Long Years| JaeyongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora