Realidad y Destino

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Anoche había sido perfecto. Anueng vino a verme y a consolarme, aunque mi mujer era buena en eso. No importaba, porque ella estaba ahí para mí. Ahora, considero a Anueng mi mujer, pues ayer se entregó a mí, y eso solo podía ser una señal. Aunque realmente me sentía bien, en mi mente solo estaba el pensamiento de que le había faltado el respeto a todas esas personas que confiaron en que yo cuidaría de Anueng. Pero no podía parar, ambas sentíamos algo, y ese algo crecía cada día hasta el día de hoy. Solo sabía que debía afrontar lo que hice. En un momento pensé en pedirle que lo olvidáramos, pero eso sería inmaduro de mi parte. Después de lo que sucedió, debía enfrentar las consecuencias.

Estaba en mi cuarto, mirando por la ventana cómo la gente pasaba, mientras Anueng seguía dormida. Me dispuse a prepararle el desayuno. Una hora después, escuché cómo alguien se movía en la cama, así que puse todo el desayuno en un plato y se lo llevé.

Al entrar al cuarto, vi la imagen de una diosa despertando. Me apresuré a dejar el desayuno en la mesita de noche y me acosté a su lado. Aún somnolienta, Anueng se levantó un poco, y pude ver algunas marcas en su cuerpo. Claramente, yo las había hecho, pero eso me alegraba, porque era una señal de que ella llevaba algo mío. Al verme, me sonrió, como si estuviera soñando, pero no la culpo, porque yo me sentía igual.

—No fue un sueño, qué felicidad —dijo ella, acercándose a mí para abrazarme.

Cuando estuvo en mis brazos, la cogí y empecé a llenarla de besos por toda su cara, mientras escuchaba su risa y me pedía que parara.

—Esto no es un sueño, princesa, esto es realidad, y ya no puedo ocultarlo más. Si tú quieres, podemos empezar algo más serio —dije, mientras la abrazaba. Pero de repente, escuché un sollozo.

—Amor, te dije eso y ya estás llorando. ¿Qué pasa? —le pregunté mientras la consolaba. Después de un rato, se calmó, y nos dispusimos a desayunar.

Aunque ella tenía clases, me dijo que se quedaría porque no quería dejarme sola. Aunque me negué al principio, al final se quedó. Después de desayunar, me observaba desde la cama, así que le pregunté:

—¿Por qué sigues viéndome? ¿Tienes algo que preguntarme?

Después de un rato en silencio, ella dijo:

—¿Significa que estamos juntas? ¿Que puedo estar contigo para siempre?

No le respondí con palabras, solo le di un beso. Para ella, eso fue suficiente, porque empezó a saltar en la cama de felicidad. No me importaba lo que vendría en el futuro. Sabía que, si era con ella, todo estaría bien.

Cuando el amor llamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora