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Liam no podía creerlo.

Estaba de camino a casa de sus padres, el único lugar que no necesitaba ir en esos momentos y de seguro sería el último al cual iría en caso de no existir otro lugar al cual ir, lo peor era que Derek iba con él y no era buena idea de que su padre lo conociera ahora, cuando aún no se había divorciado.

El coche avanzaba por las calles que conducían hacia la enorme mansión familiar, y con cada kilómetro que recorrían, sentía que sus manos sudaban más y más. No podía controlar el temblor en sus dedos, así que los limpiaba constantemente en sus pantalones, intentando deshacerse de la humedad y los nervios que lo consumían.

Desde el asiento del copiloto, Derek lo observaba de reojo, captando cada movimiento inquieto, cada suspiro contenido.

El silencio en el coche era denso, casi palpable, roto solo por el ocasional sonido de los limpiaparabrisas que luchaban contra una fina capa de lluvia. Liam, concentrado en el camino, apenas podía pensar con claridad. Su corazón latía tan fuerte que temía que Derek pudiera escucharlo. El destino que le esperaba al final de ese trayecto era incierto, pero una cosa estaba clara: tendría que enfrentarse a su padre con Derek a su lado, y eso lo aterrorizaba.

Cuando el coche finalmente se detuvo frente a la enorme casa, Liam sintió que el aire abandonaba sus pulmones. La mansión de su familia se erguía imponente, una estructura que mezclaba elegancia y poder, rodeada de altos árboles y protegida por una reja de hierro con guardias en cada esquina. Derek observó el lugar con una mezcla de asombro y curiosidad. No tenía idea de que Liam venía de una familia acomodada, nunca había imaginado algo de esa magnitud. El tamaño de la propiedad, los detalles ostentosos... era como si hubiera entrado en otro mundo.

— Bueno, ya llegamos —murmuró Liam, su voz quebrada por la ansiedad mientras apagaba el motor. Sentía que su corazón daba un vuelco en su pecho, como si estuviera a punto de salir corriendo.

Derek, siempre atento a sus emociones, posó una mano tranquilizadora en su hombro. —No te pongas nervioso, cielo. Estoy a tu lado.

Liam lo miró y, por un breve momento, esa sonrisa cálida de Derek calmó el caos en su interior. Pero solo por un segundo. Aún tenía que enfrentarse a su padre. Ambos se bajaron del coche, el sonido de sus pasos en la grava parecía resonar demasiado fuerte en el silencio de la noche.

—Luego me vas a explicar cómo es que vienes de una familia millonaria y nunca mencionaste nada —dijo Derek mientras observaba con asombro las altas rejas, los guardias uniformados y la imponente entrada que los recibía.

Liam tragó seco, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Sabía que ese momento llegaría. No solo tendría que lidiar con su padre, sino también con las preguntas de Derek sobre por qué, viniendo de una familia como esa, había terminado casándose con Jaison y trabajando en una hamburguesería. Pero esas explicaciones tendrían que esperar.

—Lo haré... te lo prometo —respondió, su voz apenas un susurro mientras sus ojos se dirigían a la puerta principal. La sensación de estar caminando hacia su propia ejecución era inevitable.

Cuando alcanzaron la puerta, uno de los guardias se acercó, reconociendo a Liam al instante. El hombre inclinó la cabeza respetuosamente antes de abrirles el portón con un gesto, invitándolos a entrar.

Las enormes puertas se abrieron con un eco resonante, como si la mansión misma diera la bienvenida al regreso de Liam. La luz tenue del interior se extendía como un manto sobre el suelo de mármol, y las sombras proyectadas por los candelabros y las esculturas parecían cobrar vida. A pesar del tiempo transcurrido desde la última vez que estuvo allí, todo seguía igual. La misma fachada surrealista que recordaba de su infancia, con sus columnas antiguas y ese aire de castillo abandonado que lo hacía sentirse pequeño y, a la vez, atrapado en un mundo que ya no le pertenecía.

Bilogía Sangre Y Poder: Perversa Ambición II || BlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora