13. Cáliz de Fuego

419 60 4
                                    

— Buenas noches, damas, caballeros, fantasmas y, muy especialmente, buenas noches a nuestros huéspedes —dijo Dumbledore, dirigiendo una sonrisa a los estudiantes extranjeros—. Es para mí un placer darles la bienvenida a Hogwarts. Deseo que su estancia aquí les resulte al mismo tiempo confortable y placentera, y confío en que así sea. El Torneo quedará oficialmente abierto al final del banquete — explicó Dumbledore—. ¡Ahora los invito a todos a comer, a beber y a disfrutar como si estuvierais en vuestra casa!

Como de costumbre, las fuentes que tenían delante se llenaron de comida. Los elfos domésticos de las cocinas parecían haber tocado todos los registros. Ante ellos tenían la mayor variedad de platos que Harry hubiera visto nunca, incluidos algunos que eran evidentemente extranjeros.

— ¿Quieres un poco, Harry? —ofreció Angelica, señalando una larga sopera llena de una especie de guiso de marisco que había al lado de ella.

— No soy fan de la bullabesa, Angie —respondió Harry.

— ¿Lo has probado antes? —dijo Angelica

— Mi tía preparaba este tipo de platillos cuando se reunía con sus amigas —dijo Harry, cambiando un poco la historia.

El Gran Comedor parecía mucho más lleno de lo usual, aunque había tan sólo unos veinte estudiantes más que de costumbre. Quizá fuera porque sus uniformes, que eran de colores diferentes, destacaban muy claramente contra el negro de las túnicas de Hogwarts. Una vez desprendidos de sus pieles, los alumnos de Durmstrang mostraban túnicas de color rojo sangre.

A los veinte minutos de banquete, Hagrid entró furtivamente en el Gran Comedor a través de la puerta que estaba situada detrás de la mesa de los profesores. Ocupó su silla en un extremo de la mesa y saludó a Harry.

— ¿Están bien los escregutos, Hagrid? —le preguntó Harry.

— Prosperando —respondió Hagrid, muy contento.

En aquel momento dijo una voz: —«Pegdonad», ¿no «queguéis» bouillabaisse? Se trataba de la misma chica de Beauxbatons que se había reído durante el discurso de Dumbledore. Al fin se había quitado la bufanda. Una larga cortina de pelo rubio plateado le caía casi hasta la cintura. Tenía los ojos muy azules y los dientes muy blancos y regulares.

— Puedes llevártela —le dijo Harry, acercándole a la chica la sopera.

— ¿Habéis «tegminado» con ella? 

— Sí —repuso Angelica un poco ruborizada—. Sí, es deliciosa.

La chica cogió la sopera y se la llevó con cuidado a la mesa de Ravenclaw.

Cuando Angelica se dio cuenta de la mirada divertida sobre ella, ya era demasiado tarde. Harry se echó a reír, y el sonido de su risa pareció enrojecer aun mas a la morena.

— Oh, cuando Oliver se entere de esto...—le dijo Harry entre risas, burlándose de la chica mayor.

— Te lo prohíbo, Potter —Susurró venenosamente, frunciendo el seño y mirándo al chico con irritación.

— Solo por que eres mi amiga, mantendré el secreto —Sonrió con suficiencia— Aunque no te culpo, el encanto de las Veela's es poderoso, y afecta a cualquiera que le atraiga la forma femenina... ¡Ay!

Harry soltó un débil gemido de dolor cuando Angélica clavó su codo en las costillas del castaño.

— Bien, bien, no diré nada.

Entonces, cuando los dos miembros del equipo de Quidditch comenzaron a reir entre si, Dumbledore decidió interrumpir. Todos habían terminado de cenar, y todos en el gran comedor parecían emocionados y nerviosos.

— Ha llegado el momento —Dumblefock anunció, sonriendo a la multitud de rostros levantados hacia él—. El torneo de los tres Magos va a dar comienzo. Me gustaría pronunciar unas palabras para explicar algunas cosas antes de que traigan el Cáliz. Sólo para aclarar en qué consiste el procedimiento que vamos a seguir. Pero antes, para aquellos que no los conocen, permítanme que les presente al señor Bartemius Crouch, director del Departamento de Cooperación Mágica Internacional —hubo un asomo de aplauso cortés—, y al señor Ludo Bagman, director del Departamento de Deportes y Juegos Mágicos.

Aplaudieron mucho más a Bagman que a Crouch, tal vez a causa de su fama como golpeador de quidditch, o tal vez simplemente porque tenía un aspecto mucho más simpático. Bagman agradeció los aplausos con un jovial gesto de la mano, mientras que Bartemius Crouch no saludó ni sonrió al ser presentado.

— Los señores Bagman y Crouch han trabajado sin descanso durante los últimos meses en los preparativos del Torneo de los tres magos —continuó Dumbledore—, y estarán conmigo, con el profesor Karkarov y con Madame Maxime en el tribunal que juzgará los esfuerzos de los campeones. 

A la mención de la palabra «campeones», la atención de los alumnos aumentó aún más. Quizá Dumbledore percibió el repentino silencio, porque sonrió mientras decía: 

— Señor Filch, si tiene usted la bondad de traer el cofre...

Filch, que había pasado inadvertido pero permanecía atento en un apartado rincón del Gran Comedor, se acercó a Dumbledore con una gran caja de madera con joyas incrustadas. Parecía extraordinariamente vieja. De entre los alumnos se alzaron murmullos de interés y emoción.

— Los señores Crouch y Bagman han examinado ya las instrucciones para las pruebas que los campeones tendrán que afrontar —dijo Dumbledore mientras Filch colocaba con cuidado el cofre en la mesa, ante él—, y han dispuesto todos los preparativos necesarios para ellas. Habrá tres pruebas, espaciadas en el curso escolar, que medirán a los campeones en muchos aspectos diferentes: sus habilidades mágicas, su osadía, sus dotes de deducción y, por supuesto, su capacidad para sortear el peligro.

Ante esta última palabra, en el Gran Comedor se hizo un silencio tan absoluto que nadie parecía respirar.

— Como todos sabéis, en el Torneo compiten tres campeones — continuó Dumbledore con tranquilidad—, uno por cada colegio participante. Se puntuará la perfección con que lleven a cabo cada una de las pruebas y el campeón que después de la tercera tarea haya obtenido la puntuación más alta se alzará con la Copa de los tres magos. Los campeones serán elegidos por un juez imparcial: el cáliz de fuego.

Dumbledore sacó la varita mágica y golpeó con ella tres veces en la parte superior del cofre. La tapa se levantó lentamente con un crujido. Dumbledore introdujo una mano para sacar un gran cáliz de madera toscamente tallada. No habría llamado la atención de no ser porque estaba lleno hasta el borde de unas temblorosas llamas de color blanco azulado.

Aunque casi imperceptible, Harry notó la mirada de Dumbledore y el destello de magia que lanzó al caliz.

Dumbledore cerró el cofre y con cuidado colocó el cáliz sobre la tapa, para que todos los presentes pudieran verlo bien. 

—Todo el que quiera proponerse para campeón tiene que escribir su nombre y el de su colegio en un trozo de pergamino con letra bien clara, y echarlo al cáliz —explicó Dumbledore—. Los aspirantes a campeones disponen de veinticuatro horas para hacerlo. Mañana, festividad de Halloween, por la noche, el cáliz nos devolverá los nombres de los tres campeones a los que haya considerado más dignos de representar a suscolegios. Esta misma noche el cáliz quedará expuesto en el vestíbulo, accesible a todos aquellos que quieran competir.

»Para asegurarme de que ningún estudiante menor de edad sucumbe a la tentación —prosiguió Dumbledore—, trazaré una raya de edad alrededor del cáliz de fuego una vez que lo hayamos colocado en el vestíbulo. No podrá cruzar la línea nadie que no haya cumplido los diecisiete años.

»Por último, quiero recalcar a todos los que estén pensando en competir que hay que meditar muy bien antes de entrar en el Torneo. Cuando el cáliz de fuego haya seleccionado a un campeón, él o ella estarán obligados a continuar en el Torneo hasta el final. Al echar vuestro nombre en el cáliz de fuego estáis firmando un contrato mágico de tipo vinculante. Una vez convertido en campeón, nadie puede arrepentirse. Así que debéis estar muy seguros antes de ofrecer vuestra candidatura. Y ahora me parece que ya es hora de ir a la cama. Buenas noches a todos.

Flechas ObsidianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora