Vinos y Acordes: El sonido de la pasión

(EPISODIO 01) - Parte 1

Jamás olvidaré la sensación que tuve al escuchar las primeras notas de aquella canción que hasta hoy es una de mis favoritas y por la que creo, fue la primera vez que me enamoré en mi vida. Recuerdo perfecto, fue a mis nueve años, cuando mi papá me llevó a un concierto de música clásica en el Teatro Concord. Sentí alegría y escalofríos. Su increíble belleza y su melodía fueron directo hacia mí alma. Observé aquella obra con el corazón apretado y los ojos abiertos como dos enormes lunas. La música es la más conceptual de las artes y aquella, más que una canción, era una obra de arte que inevitablemente provocó un cambio en mí... Mi favorita siempre, La Suite número 1 de J.S Bach.

Me obsesionó tanto esa música y esa manera de tocarla, que estoy segura que fue allí, mi verdadera iniciación por llamarlo de alguna forma. Mi Papá estaba fascinado con mi obsesión y después de unas semanas, me inscribió en una academia de música que quedaba cerca de casa.

Mi papá no era un hombre muy cariñoso, más bien era perfeccionista, inteligente y un apasionado de todos los tipos de artes. Su mayor pasión y a la que dedicó la mayor parte de su vida, incluso más que a su propia familia, era la enología y la viticultura. Provenía de una familia de bodegueros y para él, el vino, al igual que la música, era como poesía.

Cuando era niña, mis abuelos tenían una pequeña bodega donde creaban sus propios vinos con características muy especiales. Cada verano, nos íbamos de vacaciones unas semanas a su casa y mi papá me llevaba todos los días a caminar por los viñedos. Me hablaba con pasión sobre sus cepas favoritas, diferentes tipos de vinos, sus aromas y sabores que los distinguían. Aunque en ese entonces yo era una niña pequeña y muchas cosas se me escapaban y no las entendía, poco a poco fui aprendiendo. Durante años me dejé guiar por él en ese mundo sin quejarme, y aunque todo esto de los vinos, lo encontraba interesante, lo que realmente me apasionaba era la música. Pasaba mis días estudiando libros de música, mientras mis maestros intentaban que me enfocase en otras materias.

En ese momento yo no lo comprendía, pero la relación entre mis padres llevaba años rota. Mi padre nunca llegó a amar realmente a mi madre; seguía a su lado solo por mí. Sin embargo, mamá llegó a un punto en el que no pudo soportar más esa situación y decidieron separarse cuando yo tenía catorce años. Papá se fue a vivir con sus padres y se refugió en los viñedos, mientras que mamá quedó devastada, vacía por dentro, como si algo en ella se hubiera quebrado. Se sentía menos mujer y como si hubiera malgastado gran parte de su vida con el hombre equivocado, buscando un amor que jamás fue correspondido.

A mi madre no le dolía nada y no parecía estar enferma, pero pasaba días sin levantarse de la cama consumida por una profunda tristeza, como si se hubiera convertido en un zombie. Al verla en esa condición, solía pensar que lo peor en la vida era "estar sola", pero eso no es cierto, lo peor en la vida es estar con alguien que te "haga sentirte sola".

Así, durante mi primer año de secundaria, empecé a cocinar, me ocupé de la casa y cuidé de mi madre con todo el amor que tenía. La rabia hacia mi padre me llevó a abandonar la academia de música, y hubo momentos en los que llegué a odiarlo. Me sentía culpable por haber pasado toda mi vida sin darme cuenta de la infelicidad de mi madre. Sentía que debía compensarla de alguna forma; si mi padre nunca la amó, entonces yo lo haría por los dos.

Poco a poco, y con el paso del tiempo, mi mamá por fin fue recuperando sus fuerzas, su ilusión y su cordura, saliendo de ese estado vegetal en el que había estado durante meses.

  ― Cariño, quiero darte las gracias por todo lo que has hecho.

  ― Mamá... no es necesario que digas nada.

  ― Por supuesto que lo es Lisa, de no haberte tenido a mi lado, no sé qué habría sido de mí.

  ― No pienses más en eso, ahora lo importante es que estás bien y por fin podemos seguir adelante con nuestras vidas.