Parte 38

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  ―Mi amor... ―dijo sujetándome la cara para obligarme a mirarla. ―no debes tener celos, ni de Estela ni de nadie, pero de ella menos aún. Por una parte... ¡no creas! me halaga que te sientas celosa, eso significa que me quieres mucho, ¡pero ya!, un poquito está bien, pero nada más, ¿de acuerdo?

  ―De acuerdo ―contesté sin mirarla.

  ―Mira Lisa, sentir celos de una ex al principio de toda relación puede ser normal, pero que sea normal no significa que sea lógico, ni mucho menos que sea bueno. Lo que sí me parece coherente es que lo hablemos con sinceridad y cerremos el asunto ¿ok?

  ―Lo siento, a veces pienso demasiado... tengo miedo de perderte y que todo esto se acabe de repente. Te quiero demasiado, tanto que me duele, ¡que me asusta!, estoy un poco superada por tantos sentimientos.

  ―Babe, escúchame... yo te comprendo perfectamente ¿sí?, pero amar no es mirarse la una a la otra todo el tiempo, es mirar juntas en la misma dirección, ¿se entiende?

  ―Perdóname amor, tienes toda la razón, es algo irracional, lo sé, pero tengo miedo, no quiero volver a perderte, no podría soportarlo.

  ―Está bien Babe, no pasa nada, ¿de acuerdo? Estoy profundamente enamorada de ti y te amo con toda mi alma.

  ―Lo sé y yo también a ti ―sonreí.

Entrelazó sus dedos con los míos y entramos en casa. Nada más al cerrar la puerta, tiré de su brazo obligándola a darse la vuelta. En sus ojos, había una expresión de asombro, aunque solo le hizo falta un segundo para darse cuenta de lo que expresaban los míos. Deseo y pasión... Tenía las pupilas dilatadas y la respiración entrecortada, aquella forma de comunicación que iba más allá de las palabras era algo intangible pero tan intenso que nos hacía temblar de pies a cabeza.

  ―Esa forma que tienes de mirarme es... estremecedora. Cualquier mujer en su sano juicio se volvería completamente loca por ti Lisa.

  ―Hazme el amor ―supliqué. ―como nunca se lo has hecho a nadie.

Se acercó despacio a mí y nuestros alientos se encontraron, nos besamos muy suavemente, recorriendo cada milímetro de nuestros labios, sedientas y enamoradas.

Nos arrastramos hasta el dormitorio entre besos y caricias, quitándonos la ropa hasta quedarnos desnudas, me recosté sobre la cama con los brazos por encima de la cabeza y me contempló unos instantes antes de tirarse cuidadosamente sobre mí. Me besó los brazos, los hombros, el cuello, todo mi cuerpo. Hicimos el amor hasta el amanecer, acoplándonos tan perfectamente que nos convertimos en un solo ser...

Cada una de nosotras se concentraba en el placer de la otra, sintiéndolo íntimamente como el suyo propio y miles de sensaciones recorrían nuestros cuerpos. Miradas, caricias, sonrisas, ternura, deseo, locura, excitación, amor... Era sencillamente maravilloso, como estar en el mismo cielo.

  ―¿Sabes?, a mí... ―dijo mientras besaba mis labios. ―me encanta tu sabor, podría pasarme la vida así, disfrutándote, saboreando cada centímetro de tu piel, lentamente ―murmuró.

Nos movíamos de forma tan suave que nuestras sensaciones más intensas parecían esfumarse, abarcando la totalidad de nuestra piel. Lo que sentíamos la una por la otra era tan grande que simplemente el calor de nuestros cuerpos nos hacía estremecer. Nuestros cuerpos completamente unidos latían a la vez, nuestros corazones estaban repletos, nuestros ojos fijos la una en la otra. Tan solo nosotras y nuestra intimidad. Poco a poco, el contacto, las caricias, los besos y la presión a un ritmo continuado provocó lo inevitable... hasta que todo movimiento se detuvo en un punto que sería recordado para siempre, y entonces no distinguí su placer del mío, mi cuerpo del suyo, caímos y nuestras almas se unieron en una... el mundo se desvaneció a nuestro alrededor.

Horas después, me despertó un dolor agudo en el estómago que identifiqué rápidamente, habíamos pasado una noche de amor tan infinita que nos habíamos olvidado de todo, incluso de comer.

Estaba hambrienta, me levanté y fui hasta la cocina para preparar el desayuno. Tostadas, café, jugo de naranja y un bol lleno de fruta fresca. El día estaba tan hermoso que, mientras esperaba a que estuviera listo el café, salí al jardín, respiré el olor a césped y a jazmines, tomé unas margaritas de varios colores en un ramillete y las puse en un pequeño jarrón para decorar con ellas la bandeja del desayuno. Cuando entré en el dormitorio, Jennie aún dormía, puse la bandeja en la mesita de noche y me senté a los pies de la cama unos minutos para mirarla, me pareció lo más hermoso que había visto jamás, dormía plácidamente, su respiración era lenta y profunda. Me acerqué despacio y la olí como un animal, tratando de impregnarme de ella. Retiré un mechón de su cabello de su frente y la besé. En cuanto mis labios rozaron su piel, abrió los ojos y levantó la cara para darme un beso.

  ―Buenos días vida mía ―sonrió.

  ―Buenos días amor, te preparé el desayuno.

  ―Mmm, eres un cielo ―dijo y volvió a besarme.

Mientras desayunábamos en la cama, bromeamos, reímos y hablamos de muchas cosas, de sus proyectos, de los míos y de los nuestros. Hacíamos planes para el futuro, teníamos todo el tiempo del mundo para soñar. No sabíamos a ciencia cierta lo que ocurriría con nosotras, pero cada una, trabajaría para que la vida real y el proyecto personal se parecieran y coincidieran lo máximo posible. Habíamos elegido vivir en pareja a pesar del gran desafío que eso representaba.

Vinos y Acordes: El sonido de la pasiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora