Me recosté de lado, abrazando mis rodillas, encogida, como si quisiera poder regresar de nuevo al vientre de mi madre y flotar ahí eternamente en silencio. Escondí la cara entre las manos y sinceramente me hubiera hundido en la desesperación, pero traté de ser coherente o al menos parecerlo.
Volví a recordar una y otra vez el momento en el que abrí la puerta de la pequeña oficina y vi a Jennie y Estela; ese momento en que sus cuerpos se separaron tan rápidamente cuando notaron mi presencia, que pareció como si algo hubiera explotado entre ellas y una invisible onda expansiva las hubiera obligado a separarse. Intenté examinar aquella complicada situación desde todos los ángulos posibles, a ver si lograba convencerme de que aquello tenía alguna explicación, como insinuó mi amiga Jisoo.
Preocupada empecé a preguntarme cómo íbamos a seguir viéndonos cada día después de aquello. Pensé que sería algo así como «Buscando a Wally» yo tratando de esconderme para que no me viera y no verla a ella tampoco. Pensaba que, si nos veíamos directamente, me sentiría avergonzada y triste al mismo tiempo, pero en fin... hice lo posible por tranquilizarme.
Hablar con Jisoo había calmado un poco mis nervios, cerré los ojos y traté de dormir, no tenía fuerzas para nada más. Tardé un buen rato en quedarme profundamente dormida, cuando decenas de imágenes comenzaron a formarse en mi cabeza, parecían ser situaciones de mi vida y de mis emociones, y aunque no era consciente, estaba teniendo una pesadilla.
Estaba en mi casa, me levanté, entré en la cocina. Saqué algo de comer, no recuerdo lo que era... De pronto, mi boca se llenó de sangre y comenzaron a caerse mis dientes, los escupí sobre mi mano, cada vez que intentaba comer escupía otro puñado de dientes, pero no sentía ningún dolor. De repente, ya no estaba en mi casa... aparecí en la calle. No sabía dónde estaba, pero estaba completamente desnuda, me dio muchísima vergüenza, había mucha gente que me miraba y se burlaba de mí... corrí rápido hasta que vi el coche de Jennie. Estela y ella estaban dentro, intenté abrir la puerta, pero no me dejaban entrar, se reían... y yo lloraba desconsolada...
Desperté sudando y con un tremendo dolor de cabeza. Me levanté, fui al baño y me miré en el espejo. Mi cara era un poema de terror. «¡Dios, Lisa!», pensé, «¡Estás horrorosa!»
Tenía los ojos hinchados y rojos, me lavé la cara con agua fría tratando de disminuir un poco la inflamación de mis parpados. Caminé durante unos minutos sin rumbo fijo, como si aquella fuera una casa encantada y yo un fantasma que arrastra bajo sus pies una cadena, una pesada y larga cadena. Busqué en los cajones de mi mesa de noche un paracetamol o algo con que aliviar un poco mi dolor de cabeza, me sentía como si tuviera una resaca horrible, lancé la enorme pastilla contra mi garganta con fuerza y bebí un sorbo de limonada directamente del jarrón.
Recogí los platos que tenía acumulados en la cocina y de pronto me sentí tan perdida que tuve que parar lo que estaba haciendo y mirarme las manos durante un buen rato, no me cabía en la cabeza que aquella persona que estaba lavando los platos fuera realmente yo.
No sé cuánto tiempo permanecí sentada en el sillón, con la mirada fija en el televisor apagado como si fuera un muerto viviente que permanece a la espera de un estímulo para moverse lenta y descoordinadamente.
Oí un trueno, el aire olía a lluvia, así que me apresuré a cerrar las ventanas y me quedé un rato mirando la lluvia. Una imagen apareció en mi cabeza, quería pensar en otra cosa, pero me resultaba imposible ignorarla y tenía menos fuerza para detener ese pensamiento que la que tiene una pluma empujando un muro. Di un paso atrás, me senté de nuevo y me puse a llorar. No podía dejar de pensar en ella... pero a mi cabeza venía la imagen de Estela y Jennie besándose, ¡Qué ridícula y tonta había sido al enamorarme así de Jennie!
Cuando por fin me puse de pie y me sequé los ojos con la camiseta del pijama, la lluvia casi había desaparecido, la calle estaba vacía y la playa desierta; durante un minuto, lo único que se podía escuchar era el sonido de las olas rompiendo contra las rocas.
El estómago comenzó a dolerme, llevaba muchas horas sin haber comido, así que me dirigí de nuevo a la cocina. Mi primera comida del día sería un café, prácticamente sobrevivía a base de café y magdalenas que, empapadas en aquel liquido caliente, eran el único alimento que me sentía capaz de tragar.
De repente, tres pequeños, pero fuertes golpes sonaron en la puerta, pensé que sería Alex que había venido preocupado por mi estado, mi sorpresa fue mayúscula cuando la vi al otro lado de la puerta.
―Hola Lisa, me gustaría hablar contigo, ¿puedo pasar? ―Su voz sonaba preocupada.
Me hice a un lado lentamente permitiéndole entrar, al pasar a mi lado el olor de su perfume me hizo estremecer.
―¿Cómo estás?
No me quedó más remedio que responder.
―En realidad... yo... bueno, la verdad es que no lo sé. ―Fijé la vista en el suelo.
―¿No lo sabes?
―¡No! ―afirmé con actitud desafiante.
Dio un pequeño paso hacia atrás y me miró desde cierta distancia, sujetó mi barbilla con los dedos y me obligó a levantar la vista.
―Lisa, lo que pasó en la oficina fue... ―hizo una pausa. ―Lo que viste... fue un malentendido. ¿Crees que sería capaz de hacer algo para lastimarte?
―No te esfuerces Jennie, ¡lo vi todo! Las vi besándose, ¿qué crees?... ¿que soy idiota?
Se alejó unos cuantos pasos de mí y contempló por la ventana el mar gris y embravecido. Me observó con frialdad cuando se giró para volver a mirarme.
―¿Quieres que me vaya? ―Preguntó.
― No. ―negué con la cabeza, durante lo que me pareció una eternidad me observó en silencio.
―Lisa, te prometo que no es lo que parece, por favor, deja que te lo explique.
Mis ojos se enceguecieron por las lágrimas, me resultó imposible contenerlas y comenzaron a caer por mis mejillas dibujando pequeños caminos. En mi garganta, esas mismas lágrimas se habían convertido en un maldito ácido que quemaba mi esófago con crueldad.
―¡No! ¡Por favor! ¡No llores, babe! No puedo soportar verte llorar así.
Tiró de mí y me abrazó con fuerza entre sus brazos. Me sentía indefensa, rota, no tuve fuerzas para rechazar su abrazo y dejé que me consolara.
―¡Jamás! ¿Me oyes? ¡Jamás haría nada para lastimarte!
Noté amargura en su tono de voz. Suspiró profundamente y continuó.
―Estela y yo... tuvimos una relación hace años, y aunque hace mucho que no hay nada entre nosotras, tengo que confesar que cometí el grave error de seguir acostándome con ella de vez en cuando tras nuestra ruptura.
―¡Cállate! ¡No quiero escucharlo! ―No podía soportar la idea de que otras manos la tocaran, de que otros labios recorrieran aquel cuerpo que sentía como mío.
―Escúchame Lisa, por favor. El otro día, mientras revisábamos unas facturas en su oficina, trató una vez más de seducirme. Me negué rotundamente, pero Estela es de esas mujeres que no admiten un no por respuesta, y se abalanzó sobre mí para besarme, justo en ese momento fue en el que entraste por la puerta. ―En su rostro apareció una expresión de arrepentimiento.
Estela era la típica mujer caprichosa, egoísta e insistente que cuando quería algo que le era negado se ponía como una fiera.
―Nunca debí acceder a sus deseos, fue un completo error. Cuando apareciste en mi vida, me di cuenta de que había estado vagando durante años sin rumbo, sin hogar... Una no puede acostarse con una persona, si está enamorada de otra. Te quiero Lisa, estoy profundamente enamorada de ti y ni un millón de Estelas podrían cambiar eso.
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Vinos y Acordes: El sonido de la pasión
FanficEn un mundo donde los sueños a menudo se ven empañados por la realidad, Lisa se encuentra atrapada entre su pasión por la música y el deseo de un amor verdadero. Cuando su destino se entrelaza con el de Jennie, sus vidas darán un giro inesperado al...