Capitulo 24: El Llamado a la Manada

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P.O.V. DAKOTA SWAN

El caos frente a mí parecía irreal. Seth, en su forma de lobo, estaba enfrascado en una brutal batalla contra aquella bestia oscura que había emergido de entre los árboles. El suelo temblaba bajo el peso de sus movimientos, y cada golpe que se lanzaban resonaba en el aire, como si la tierra misma estuviera sufriendo las consecuencias de su enfrentamiento.

No podía apartar los ojos de Seth. Verlo luchar con tanta ferocidad me llenaba de una mezcla de miedo y desesperación. Intenté gritarle, pero mi voz apenas se escuchaba entre los rugidos de la pelea. Las lágrimas se acumulaban en mis ojos mientras observaba a mi mejor amigo al chico que literal ha estado conmigo desde que llegue acá, enfrentarse a algo que ni siquiera podía comprender.

De repente, un aullido rompió la tensión en el aire. No era un aullido cualquiera. Era un llamado, un grito de auxilio que resonó en lo más profundo del bosque. Al instante, lo supe: Seth había convocado a la manada.

El aire cambió. Sentí un estremecimiento en el ambiente, como si la misma naturaleza estuviera reaccionando al llamado de los lobos. No pasó mucho tiempo antes de que los primeros ecos de otros aullidos respondieran en la distancia, cada uno más cercano que el anterior. El sonido era como un trueno rodando por el horizonte, acercándose rápidamente.

Mi corazón dio un vuelco. Los demás estaban en camino.

La criatura que luchaba con Seth se detuvo por un segundo, como si también hubiera sentido la presencia inminente de la manada. Era gigantesca, mucho más grande de lo que parecía a primera vista, con una piel oscura que casi se camuflaba con las sombras del bosque. Su mirada bestial brillaba con un odio primitivo, algo más allá de lo que había visto en cualquier vampiro.

Seth, en su forma de lobo, no retrocedió ni un centímetro. Aunque la criatura era más grande, él estaba listo para luchar hasta el final. Sin embargo, su resistencia no duraría para siempre. Ya podía ver algunas heridas en su pelaje, marcas rojas que me desgarraban el alma. Definitivamente iba a quedar mal.

Y entonces, llegaron.

El suelo vibró bajo mis pies cuando los otros lobos irrumpieron en la escena. El lobo que creía yo que era de Jacob, enorme y furioso, apareció primero, seguido por los que también creía eran Embry y Quil. Sus cuerpos se movían con una sincronización perfecta, sus ojos llenos de determinación y furia. No había necesidad de palabras; su objetivo estaba claro.

En un abrir y cerrar de ojos, los tres lobos se lanzaron hacia la bestia. El ataque fue brutal, coordinado, como si supieran exactamente cómo atacar juntos. Jacob se abalanzó primero, mordiendo con fuerza el costado de la criatura, mientras que Embry y Quil atacaban desde los flancos, rasgando con sus garras.

La criatura gruñó, furiosa y sorprendida, intentando liberarse de los ataques que ahora venían de todos lados. Seth, aprovechando la distracción, se unió a los demás, lanzándose contra el cuello del monstruo con bastante ferocidad.

El sonido de la lucha era ensordecedor. Gruñidos, chasquidos de dientes, el crujido de ramas y árboles que caían al suelo. Era como si el mundo se estuviera desmoronando a su alrededor. A pesar de que los lobos ahora superaban en número a la criatura, esta no cedía, peleando con una fuerza descomunal, como si estuviera alimentada por algo más oscuro y profundo que cualquier cosa que hubieran enfrentado antes.

—¡Seth! —grité, incapaz de quedarme quieta.

No podía soportar verlos luchar sin poder hacer nada. Mi cuerpo estaba congelado por el miedo, pero mi mente gritaba que hiciera algo. Cada vez que uno de los lobos lograba herir a la criatura, esta respondía con más furia, lanzando zarpazos salvajes que arrancaban trozos de tierra y árbol. Jacob fue arrojado contra un tronco con tal fuerza que el aire se llenó del sonido del impacto. A pesar de ello, se levantó de inmediato, cojeando, pero sin detenerse.

Justo cuando parecía que la criatura podría liberarse del ataque de los lobos, un aullido más profundo, más poderoso, resonó en el aire. Sam había llegado.

El alfa de la manada quien supongo que es Sam por ser el más grande emergió de entre los árboles como una fuerza de la naturaleza, su figura aún más imponente bajo la luz de la luna que se filtraba entre las nubes. Su mirada estaba llena de furia, y su entrada cambió el curso de la batalla. Con un salto impresionante, Sam se lanzó directamente hacia la criatura, clavando sus colmillos en su costado, y con su fuerza, la bestia finalmente se tambaleó.

La criatura rugió en un intento final de resistir, pero ya estaba debilitada. Los lobos la rodearon, atacando sin descanso. El aire estaba cargado de electricidad, como si la misma tierra respondiera a la intensidad de la batalla. Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras veía a la manada pelear por sus vidas y la mía.

Finalmente, con un rugido de agonía, la criatura colapsó.

El silencio que siguió fue ensordecedor.
Los lobos se quedaron inmóviles, respirando pesadamente, mirando el cuerpo inerte de la bestia. El suelo estaba cubierto de marcas de la batalla, ramas rotas, tierra rasgada, y el olor a sangre llenaba el aire. Sentí que mis rodillas temblaban, y me dejé caer al suelo, incapaz de mantenerme en pie.

Los lobos, uno por uno, empezaron a transformarse de nuevo en sus formas humanas. Jacob fue el primero en acercarse a mí, su cuerpo todavía temblando por el esfuerzo de la pelea. Se arrodilló a mi lado, con los ojos llenos de preocupación.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz ronca.

Asentí lentamente, sin palabras para describir lo que acababa de presenciar. Seth, todavía en su forma de lobo, caminó hacia mí, herido, pero aún de pie. Acaricié su pelaje suavemente, las lágrimas cayendo por mi rostro.

—Gracias —susurré, sin saber si podía escucharme realmente.

Seth gruñó suavemente, como una respuesta, antes de transformarse nuevamente en su forma humana. Estaba cubierto de rasguños y cortes, pero su mirada se mantenía fija en mí, con una preocupación más allá de sus propias heridas.

—Lo logramos —dijo en voz baja, su respiración entrecortada.

Pero antes de que pudiéramos relajarnos, el gruñido bajo de Sam rompió la calma. Se giró hacia la criatura caída, sus ojos fijos en su cuerpo. La tensión en el aire volvió a aumentar, y supe que algo no estaba bien.

—Esto... no ha terminado —murmuró Sam, su voz grave.

Los demás lo miraron, y el miedo volvió a asentarse en mi pecho.

La bestia que habíamos enfrentado no era el verdadero enemigo. Algo más, algo peor, estaba en camino.

DESTINO IMPRIMADO - SETH CLEARWATERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora