Capitulo 30: Casa Cullen

16 2 0
                                    

La casa de los Cullen siempre había sido un refugio de calma, un lugar donde lo antiguo y lo moderno se encontraban en perfecta armonía. Sin embargo, en ese momento, la mansión parecía haber perdido su esencia de seguridad. Y dentro de esas paredes, la incertidumbre se había convertido en el invitado no deseado. Con la llegada de Bella a la vida de Edward y los Cullen ha sido tanto para bien como para mal.

La familia Cullen estaba dispersa por la casa, cada miembro lidiando con la tensión a su manera. Carlisle estaba en su estudio, con su característico estoicismo. Las paredes de la habitación estaban cubiertas con estanterías repletas de libros médicos y manuscritos antiguos, pero su atención no estaba en ninguno de ellos. Con los brazos cruzados y la frente fruncida, pensaba en Bella. Había visto muchos tipos de milagros y horrores en su larga vida, pero la situación de Bella era algo que escapaba incluso a su vasto conocimiento.

—Esto no puede continuar mucho más —murmuró para sí mismo, sabiendo que el tiempo para soluciones se agotaba. Carlisle siempre había sido la roca para su familia, pero ahora, hasta él sentía el peso de la desesperación.

En la sala de estar, Edward estaba sentado junto a Bella. Sus dedos inmortales trazaban lentamente círculos en el dorso de su mano, como si ese simple gesto pudiera ayudar a aliviar el dolor que ella estaba soportando. El silencio entre ellos era tenso, pero cargado de una comunicación que no requería palabras. Bella, aunque visiblemente agotada, mantenía su expresión serena, decidida a seguir adelante.

—Te ves cansada y pálida —dijo Edward, su voz salió quebrada, aunque sabía que sus palabras caerían en oídos sordos.

Bella se limitó a mirarlo, con una pequeña sonrisa que trataba de ser reconfortante. Ella lo entendía, pero también sabía que no había marcha atrás. La criatura que crecía dentro de ella, su hija, estaba drenándola, pero eso no importaba. Ella no iba a renunciar.

De pie junto a una ventana, Alice miraba al horizonte, su pequeña figura inmóvil como una estatua. Sus ojos brillaban de preocupación, pero también de frustración. Su habilidad para ver el futuro había sido su mayor don, pero ahora parecía inútil. Había visto a los Vulturi merodear por acá, sabía que Aro ya sabía lo del embarazo de Bella, el destino de Bella era una nube borrosa que Alice no podía penetrar.

—No puedo ver nada —dijo finalmente, rompiendo el silencio de la habitación. Su voz era baja, pero cargada de frustración—. Cada vez que intento ver más allá, es como si una neblina estuviese cegando. No sé cuánto tiempo tenemos.

Esme, se acercó a Alice y le puso una mano en el hombro. La suavidad de su toque pretendía ofrecer consuelo.

—No es tu culpa, Alice —dijo Esme suavemente—.. Encontraremos una manera.

Alice, sin embargo, no podía sacudirse la sensación de fracaso. Para una vidente como ella, la falta de claridad era más aterradora que cualquier amenaza física. Giró la cabeza hacia Edward, buscando una respuesta que ni siquiera él tenía.

—Carlisle está buscando todas las soluciones posibles —intervino Esme, mirando hacia su esposo—. Pero necesitamos más tiempo. Y no sé si lo tenemos.

Rosalie, que había estado de pie en la esquina, finalmente rompió su silencio. Su conexión con Bella había sido algo tensa desde un principio, no podía no sentir pena por la desgracia que estaba pasando su "cuñada".

—Bueno todos lo sabíamos tarde o temprano esto iba a suceder —dijo Rosalie, su tono era cortante—. Claro que, como ahora eres parte de esta familia no queda de otra que enfrentarnos a lo que sea que venga.

Emmett, que estaba sentado cerca, asintió. Su habitual actitud relajada había desaparecido. Emmet quería mucho a Bella como a una hermana, y se sentía triste por su lamentable situación. Y no dudaría ni un segundo en protegerla si había algún peligro.

—Si esos malditos Vulturis se atreven a venir aquí, no dudaré en arrancarles la cabeza —dijo Emmett, con una sonrisa de medio lado, aunque sin alegría real—. Solo estamos esperando que hagan el primer movimiento.

—No será tan simple, Emmett —interrumpió Jasper, que hasta ahora había estado observando en silencio, sintiendo cada emoción que flotaba en la sala. La tensión lo golpeaba como una tormenta que no podía evitar, y su rostro mostraba la seriedad de la situación—. No estamos hablando de un simple enfrentamiento. Los Vulturis no vendrán solos, y si creen que lo que está dentro de Bella es una amenaza para la existencia vampírica, no dudarán en destruirlo... y a todos nosotros.

Las palabras de Jasper hicieron que un silencio espeso cayera sobre la habitación. Sabían que tenía razón. Los Vulturis eran más que un clan; eran el sistema de gobierno de su mundo. Un enemigo formidable que no podía ser derrotado fácilmente.

—Lo sé —admitió Emmett, su voz menos animada—. Pero eso no significa que nos quedemos sin hacer nada.

Bella miró a todos, sintiéndose un poco más pequeña en medio de esa familia inmortal que estaba dispuesta a luchar hasta la muerte por ella y por el bebé. Se sentía mal y no solo físicamente, sino que también emocionalmente, por Dios su bebe no había ni nacido y ya querían armar una guerra. Estaba aterrada. Sabía que esto no era solo su lucha, sino la de todos. Pero también sabía que la batalla más difícil no era contra los Vulturis, ni siquiera contra los temores de su familia, sino contra su propio cuerpo.

Carlisle salió de su estudio, apareciendo en la sala con una carpeta de documentos en la mano. Aunque su rostro mostraba calma, sus ojos transmitían preocupación. Se acercó a Edward y Bella, sabiendo que era el momento de ser franco.

—Bella, Edward... —dijo con su habitual tono suave—. He revisado todas las opciones que tenemos, pero la situación es cada vez más crítica. Bella está perdiendo fuerza rápidamente, y no sé cuánto más su cuerpo podrá soportar. Hemos intentado mantenerla estable, pero no hay garantías. Si la criatura sigue creciendo a este ritmo...todo indica que en menos de lo que pensamos podría dar a luz.

Carlisle no terminó la frase, pero no hacía falta. Todos sabían lo que significaba.

Edward apretó la mandíbula.

—Tiene que haber otra opción —dijo Edward, su voz era dura como un trueno, preocupada también—. No puedo perderla.

Carlisle asintió lentamente.

—Estamos haciendo todo lo que podemos Edward. Pero necesitamos estar preparados para lo peor. No solo por Bella, sino por la amenaza que representa lo que está creciendo dentro de ella. No podemos ignorar que esto es algo desconocido, y los Vulturis no tardarán en llegar para investigar. No esperarán que estemos listos.

Bella se aclaró la garganta y habló, su voz era ronca, y débil.

—No me arrepiento de nada —dijo, mirando a cada uno de ellos, pero especialmente a Edward—. Sé que esto es peligroso, pero amo a este bebé. Estoy dispuesta a arriesgarlo todo por ella.

Edward cerró los ojos, como si estuviera tratando de absorber la fuerza de sus palabras, pero lo único que podía sentir era el miedo que lo consumía.

—No puedo perderte, Bella —repitió, su voz más quebrada esta vez.

Bella apretó su mano, y por un momento, el mundo parecía desaparecer, dejándolos a los dos en ese espacio donde solo importaba el amor que compartían. Pero la realidad, implacable, los rodeaba de nuevo.

—Tenemos que estar listos para lo que venga —dijo Carlisle, mirando a su familia—. Ya hemos sentido la presencia de los Vulturis en nuestras tierras, aunque nadie los haya visto. Están esperando su momento, vigilando. Debemos mantenernos unidos, más que nunca.

Alice miró a todos con sus ojos oscuros llenos de preocupación.

—No puedo ver cuándo van a moverse, pero sé que están esperando a que algo cambie. Algo grande. Y cuando eso suceda, vendrán con todo.

El aire en la sala se sentía más denso, más pesado. Todos entendían lo que estaba en juego. El futuro de Bella, su bebé y la supervivencia de la familia Cullen estaban en una balanza.

Carlisle, la columna vertebral de la familia, finalmente tomó aire y concluyó:

—Mantengamos al margen todos. No sabemos cuánto tiempo tenemos... Bella esta a punto de dar a luz....

DESTINO IMPRIMADO - SETH CLEARWATERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora