Cita para comer

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Aún podía sentir las manos de Lucifer sobre todo su cuerpo, aferrándose a él, sus manos cálidas entrelazadas mientras la magia de Lucifer los hacía elevarse. Su cintura con un agarres firme ayudándole a moverse sobre la música.

Muy difícil. Su día había sido muy, muy, muy difícil. Después de la actividad cada uno se dispersó, grabó los programas del Podcast que le tocaban, hizo la emisión de la tarde de su programa, todo normal.

De normal no había nada en aquel día.

Estaba con su bata de satén y una copa de vino mientras miraba la ropa que había llevado durante ese día tirada sobre uno de los sillones de su cuarto. Esa maldita ropa había sido la principal causa de su continuo descentramiento durante todo el día.

¿Magia de ángel? No. Magia de Lucifer.

Era culpa de ese anormal.

Alastor se llevó una mano al cuello, acariciando la piel donde la correa de Lucifer estaba en teoría, ya no podía oler a Lucifer en él, pero si en su ropa. Volvió a bajar su mano, hasta tomar la camisa en la que Lucifer se había agarrado varias veces, y no tendría que haberlo hecho, pero se la llevó al rostro y enterró la nariz. Que bien olía.

No. No.

Tiró la camisa al suelo, con una muy convincente intención de alejarse de esas prendas, pero entonces apreció como una tela negra sobresalía del bolsillo de sus pantalones. No podía ser. Se inclinó de nuevo y como si fuese material peligroso agarró la tela con el índice y el pulgar, tirando despacio de ella hasta que la sacó por completo.

Los guantes de Lucifer. Los dos. Los guantes que él le había quitado justo antes de bailar. Antes de bailar y que el rey los hiciera volar. Giró la mano lentamente hasta que la tela quedó tendida sobre su palma, podía olerlo a la perfección, podía oler a Lucifer.

Lo odió tanto cuando apareció en el Hotel, era esclavo de su esposa, ese ser a ojos de Alastor era también culpable de sus siete años de destierro, de haber caído en ese trato con la puta reina del infierno, pero cuando se hizo el acuerdo ni estaban realmente juntos. Lucifer llevaba siglos solo, encerrado en una torre con ideas demenciales, tan demenciales como hacer un hotel de redención de pecadores.

Alastor anduvo hasta uno de los sillones de su cuarto, se sentó y dejó la copa en la mesa a su lado para tener ambas manos libres con las que tocar los finos guantes. Eran muy finos, una tele cara. Dejó uno de los guantes en su regazo y con cuidado trató de meter una de sus manos en el otro, pero no eran de su talla, evidentemente. Se llevó el guante despacio al rostro, oliendo cada vez a Lucifer, percibiendo los matices que contenían los guantes y...

¿Qué cojones estaba haciendo?

Dejó caer el guante junto el otro sobre su regazo mientras se tapaba los ojos con la mano, agotado de sí mismo, no podía más. ¿Qué le estaba pasando? Si un día Lilith volviese, si se enterase que su pacto había quedado anulado y que él estaba teniendo estos... impulsos, por su marido. Joder, cuando esa puta bruja vuelva.

Había hecho un trato con ella, ella le dio la fuerza necesaria para imponerse sobre sus enemigos, le devolvió a la radio con más fuerza que nunca, a cambio él aceptaba encargos de asesinatos, no demasiados para lo que pensó que sería una reina del infierno y no poder aumentar su poder sin su consentimiento.

Siete largos años escondido, esperando. Esperando un vacío legal en ese trato.

Hasta que apareció ese extraño Hotel sin ningún rastro de la puta de Lilith.

Hazbin Hotel Series: Jaque al CiervoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora