CAP 2

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La mudanza de Sana llegó mucho más rápido de lo que había imaginado. En menos de una semana, su casa estaba llena de cajas, y la fecha para irse a Japón se acercaba con cada segundo que pasaba. Apenas había tenido tiempo para asimilarlo, y mucho menos para despedirse adecuadamente de sus amigas.

Jihyo y Tzuyu la acompañaron esa tarde, ayudándola a empacar mientras intentaban mantener la conversación ligera, pero ambas sabían que el aire estaba cargado de una tristeza que ninguna de las tres quería mencionar.

—Tzuyu, ¿me pasas esa caja? —pidió Sana mientras intentaba sonreír, aunque la pena se le notaba en los ojos.

Tzuyu asintió, pero no pudo evitar notar que Sana evitaba mirarlas directamente, como si sostener una mirada prolongada hiciera todo más real.

—Oye —dijo Tzuyu de repente, su tono más animado—, ¿qué tal si hacemos algo especial esta noche?

—¿Especial? —repitió Sana, parpadeando.

—¡Sí! Una pequeña fiesta de despedida, solo nosotras tres —respondió Tzuyu mientras le lanzaba una mirada cómplice a Jihyo.

Jihyo, que había estado callada, sonrió, apoyando la idea al instante.

—Podemos ir a la casa de Tzuyu. Su jardín es perfecto para pasar una última noche juntas —agregó Jihyo, y Sana sintió un leve alivio en el pecho. Tal vez una despedida no sería tan mala si estaba acompañada de buenos recuerdos.

Esa noche, bajo un cielo estrellado, las tres amigas se sentaron en una manta en el jardín de Tzuyu. Unas luces colgantes brillaban suavemente, iluminando el ambiente mientras comían bocadillos y reían por cualquier cosa que les recordara lo felices que habían sido juntas.

—¿Recuerdan la primera vez que fuimos a nadar juntas? —preguntó Jihyo, riendo al recordarlo—. Sana casi me ahoga porque no sabía cómo flotar.

Sana se sonrojó al recordar ese día.

—¡Yo solo estaba nerviosa! —dijo, cruzándose de brazos—. Pero luego tú me ayudaste y aprendí a nadar bastante bien.

Tzuyu sonrió, aunque se quedó algo callada. Mientras las risas de Jihyo y Sana llenaban el aire, Tzuyu no pudo evitar sentir un leve pinchazo de tristeza en su pecho. Sabía que la conexión entre Sana y Jihyo era especial, pero en momentos como ese, se sentía un poco fuera de lugar.

—¿Y qué hay de cuando Sana me enseñó a andar en bicicleta? —intervino Tzuyu, intentando unirse a la conversación.

—¡Oh, sí! —dijo Sana, con una sonrisa que iluminó su rostro—. Estabas tan nerviosa, pero luego lo lograste.

—Y tú gritabas como loca cada vez que ibas a caerte —agregó Jihyo, riendo de nuevo. Sana se unió a la risa, pero el eco de las risas dejó a Tzuyu algo distante.

Al caer la noche, después de compartir sus recuerdos, las tres se prometieron mantenerse en contacto. Jihyo fue la primera en sacar la idea de escribir cartas.

—No importa dónde estés —dijo, sosteniendo la mano de Sana—, siempre podemos escribirnos. Yo te escribiré cada semana si es necesario.

Sana asintió, apretando la mano de Jihyo un poco más de lo que esperaba. La presencia de Jihyo siempre había sido reconfortante, pero esta noche se sentía aún más significativa. Tzuyu observó cómo Sana y Jihyo se acercaban cada vez más, sintiendo una punzada de dolor.

Ella también iba a extrañar a Sana, pero cada vez que intentaba intervenir en la conversación, era como si la conexión entre las otras dos fuera algo inquebrantable, dejándola un poco al margen.

Finalmente, cuando la noche terminó, Tzuyu se despidió con un abrazo que duró un segundo más de lo normal, pero sin decir nada de lo que realmente sentía.

Sana, por su parte, solo podía pensar en cuánto extrañaría a Jihyo, preguntándose si lo que sentía por ella era algo que algún día se atrevería a revelar.

EL DILEMA DEL CORAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora