7. Apodos.

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Hi~ Seguimos hoy desde el punto de vista de Ash porque debe resolver el lío que él mismo dejó ayer, así que nos metimos en eso y ya va apareciendo bien presente el ambiente de conflicto entre las mafias, así que ojito con algunas cosas.

Mil gracias por el tremendo cariño, se les quiere muchísimo.

Mil gracias por el tremendo cariño, se les quiere muchísimo

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—¡Corre, Shorter! ¡No dejes que te atrapen!

—¡Esa debería ser mi línea!

—¿Eh?

—¡Cuidado, Ash!

Shorter dispara, aunque no se halle bendecido con los dotes de Ash tiene la puntería suficiente como para que la bala roce su mejilla blanca y le vuele la cabeza al tipo de atrás, el espectáculo es grotesco, los sesos salpican las paredes formando parte del grafiti de la ciudad, más, no hay tiempo para lamentarse, deben seguir huyendo porque Arthur se metió en su territorio y la cosa acabó mal, muy, pero muy mal.

Así que corren por sus vidas.

Corren y corren.

Sus zapatos de cuero yacen untados de sangre y mugre, la lluvia no ha cesado en toda la noche, el estridente eco de los charcos fundido con el resuello de sus respiraciones retumba ante los callejones mohosos, las luces de los postes parpadean dándoles una precaria vista de a dónde están, ¿Downtown? No, están cerca del centro, ¿a dónde pueden ir? Los casquillos caen y caen a sus pies. Plic. Plic. Plic. Ash toma la delantera. Es el líder de la manada.

Es el mejor tirador y los chicos dependen de él para huir intactos, los escucha seguirlo aún bajo los gritos y jadeos frenéticos, su confiable Smith and Wesson 357 magnum no ha fallado ningún tiro a menos de 25 yardas a pesar de ser cañón corto, todavía la siente caliente en su mano, no deben quedarle muchos cartuchos para escapar, retirarse es la mejor opción, no tiene idea de cuántos hombres Arthur mandó para irrumpir. Y tiene que salir vivo. Eiji aún no lo ha perdonado.

—Mierda. —Shorter lo para detrás de un basurero—. Estás sangrando mucho, amigo.

—¿Yo? Pero si no me han dado.

—Jefe. —Alex impresiona preocupado—. Está chorreando.

Ash baja la mirada, percatándose de que tiene un hombro abierto y le ha dejado un camino rojo al enemigo. Bravo. Brillante. Ni siquiera sintió el dolor a causa de la adrenalina, sin embargo, al haber tomado conciencia pronto esa herida arde, es como si alguien estuviera escarbando con una pluma metálica sus ligamentos abriéndose paso entre los músculos y la grasa, hurgándolo y hurgándolo hasta lijar los huesos, es una sensación que le taladra el cerebro, carajo, debería andar con un pito para casos de emergencia.

—Nos vamos a separar. —Es la orden definitiva—. Si los únicos hombres que quedan son todos los que nos siguen estamos a salvo, pero si hay más estamos muertos los ataquemos en grupo o no, en ambos casos prefiero exponerme solo y asumir las consecuencias.

Moulin rouge.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora