RECUERDOS ENTRE RISAS Y CARICIAS

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Esa fue la primera de muchas veces que pase los recreos con Araceli, yo aprendi a no ponerme roja cada vez que hablaba con ella, y empece a pasar momentos de calidad con ella, y de su parte sentía que correspondía a eso, hasta llegue a pensar que a veces prefería pasar mas tiempo conmigo que con su novio..

Era un día soleado, el tipo de día que invita a salir y disfrutar del aire fresco. Nos encontrábamos en el parque, el lugar donde nuestras risas solían mezclarse con el canto de los pájaros. Araceli estaba a mi lado, sentada en la manta que habíamos extendido sobre la hierba. Su risa era contagiosa, y yo no podía evitar sonreír cada vez que la escuchaba.

—¿Te acordás de aquella vez que intentamos hacer un picnic y terminó lloviendo? —le pregunté, recordando el caos que habíamos vivido.

—No me digas, fue un desastre total —respondió, mientras se reía, sus ojos brillando como si recordara cada detalle.

—Pero al menos logramos comer unas empanadas bajo la lluvia. Eso sí fue una aventura —dije, riéndome junto a ella.

Un silencio cómodo se instaló entre nosotras. Era un momento perfecto, pero, al mismo tiempo, mis manos comenzaron a sudar. ¿Debería agarrar su mano? Podía sentir el cosquilleo en mi pecho, la incertidumbre y la emoción. Sin pensarlo, decidí arriesgarme. Con un movimiento suave, entrelacé mis dedos con los suyos.

—A veces me pregunto si las mejores historias son las que vivimos —dijo Araceli, mirándome con una expresión que me hizo sentir como si estuviera flotando.

—Y las que aún nos quedan por vivir —contesté, sintiendo cómo el nerviosismo crecía dentro de mí. Sus ojos se mantuvieron fijos en los míos, y en ese instante, el mundo se detuvo.

—Ojalá cada día fuera así —murmuró, su voz suave como una melodía.

—Sí, y ojalá pudiera pasar todos mis días contigo —respondí, mi corazón latiendo más rápido.

—¿De verdad? —me miró, un brillo travieso iluminando su rostro.

—Claro, me encanta pasar tiempo contigo —dije, apretando su mano un poco más. Araceli me devolvió el gesto, y sentí una calidez recorrerme.

Luego, se inclinó hacia mí, y por un instante, pensé que podría acercarse a darme un abrazo. Pero en lugar de eso, se quedó cerca, mirándome a los ojos. La distancia entre nosotras era mínima, y la tensión palpable.

—A veces creo que eres la única que realmente me entiende —confesó, y mis mejillas se sonrojaron.

—Y tú eres la única que me hace sentir así —dije, incapaz de contener mi sinceridad.

Araceli se rió suavemente, y en un arrebato de valentía, la abracé. Su cuerpo se sintió cálido contra el mío, y el abrazo se prolongó más de lo que había imaginado. Sus brazos me rodearon con delicadeza, y pude sentir su respiración cerca de mi oído.

—¿Sabés? Este momento es perfecto —dijo, separándose un poco para mirarme.

—Lo es —respondí, sintiendo que cada palabra era un eco de mis sentimientos.

A medida que el sol comenzaba a ocultarse, el cielo se teñía de colores vibrantes, y allí estábamos, juntas, compartiendo risas y secretos. Con cada mirada coqueta, cada abrazo y cada instante, sentía que nuestra amistad se transformaba en algo más profundo, más hermoso.

Mientras el día llegaba a su fin, sabía que esos momentos quedarían grabados en mi memoria. Porque con Araceli, cada recuerdo era una joya, cada risa, una melodía que resonaría en mi corazón para siempre.

Después de aquel día en el parque, Araceli me invitó a su casa. La emoción burbujeaba dentro de mí mientras caminábamos juntas, nuestras manos entrelazadas como si fueran un secreto que solo nosotras compartíamos.

Al llegar, el ambiente era acogedor. Su casa estaba llena de colores y luces cálidas. Araceli me llevó a su habitación, donde una pila de almohadas y mantas nos esperaba.

—Vamos a hacer una fortaleza —dijo, con una sonrisa traviesa.

—Me encanta la idea —respondí, sintiendo cómo mi corazón latía más rápido.

Mientras construíamos, nuestras risas llenaban el espacio. De repente, Araceli se giró para abrazarme, atrapándome en un torbellino de almohadas. Su risa era contagiosa, y en medio del juego, nos encontramos en el suelo, cuerpo a cuerpo, riendo.

—Esto es increíble —dijo, sonriendo mientras mantenía sus brazos alrededor de mí.

—Sí, es lo mejor —contesté, sintiendo su calor cerca del mío.

Pasaron unos momentos y, a medida que nos acomodábamos, Araceli se inclinó un poco más, haciendo que nuestros rostros estuvieran a solo unos centímetros. La tensión en el aire era palpable, y en ese instante, el tiempo se detuvo.

—¿Te gustaría ver una película? —sugirió, sus ojos brillando de emoción.

—Claro, pero primero... —dije, casi sin pensar.

—¿Qué? —me preguntó, acercándose aún más.

—Déjame... —comencé a murmurar, y antes de que pudiera terminar, ella me abrazó con fuerza, como si quisiera hacerme desaparecer en su abrazo.

—A veces siento que solo quiero quedarme así contigo —susurró, su voz suave y tierna.

Y así, nos quedamos abrazadas, sintiendo cómo la calidez del momento envolvía nuestros corazones. Después de un rato, nos sentamos, todavía muy cerca. Araceli me miró con esos ojos que parecían explorar cada rincón de mi alma. La intimidad era abrumadora, y me sentía expuesta, vulnerable.

Sin darme cuenta, nuestras manos se rozaron. Fue un roce accidental, pero el contacto hizo que una corriente eléctrica recorriera mi cuerpo. Sus labios se curvaron en una sonrisa traviesa.

A medida que la película comenzaba, Araceli se acurrucó más cerca, su brazo rodeando mi hombro. Mi corazón latía con fuerza, cada latido resonando en mis oídos.

De repente, se giró hacia mí, su rostro tan cerca que podía sentir su aliento. Con un movimiento suave, me dio un beso en la mejilla, pero su labios casi rozaron los míos, dejando un rastro de calidez. El mundo exterior desapareció y todo se centró en ese pequeño instante.

—A veces me pregunto si esto es real —dijo, mirándome a los ojos, luego bajando lentamente hacia mis labios.

—Me pregunto lo mismo —respondí, mi voz casi un susurro.

La tensión entre nosotras se intensificó. Sus ojos regresaron a los míos, y podía sentir el calor en mis mejillas. Fue un momento que parecía durar una eternidad. Me encontraba atrapada entre el deseo y la realidad, sabiendo que todo podía cambiar en un abrir y cerrar de ojos.

—Esto es solo una película, ¿no? —preguntó con una sonrisa nerviosa, tratando de romper la tensión.

—Sí, solo una película —confirmé, aunque mi corazón decía lo contrario.

Así, entre risas, abrazos y miradas intensas, nos sumergimos en un mundo donde la amistad se entrelazaba con algo más, algo que aún no podíamos definir pero que nos llenaba de esperanza y confusión al mismo tiempo.

Así, entre risas, abrazos y miradas intensas, nos sumergimos en un mundo donde la amistad se entrelazaba con algo más, algo que aún no podíamos definir pero que nos llenaba de esperanza y confusión al mismo tiempo

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