UN VISTAZO AL PASADO

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OMNISCIENTE

Los problemas con Aenys no habían comenzado en el onomástico de Viserra, sino mucho antes. Desde que ella había entrado en su vida, Maegor se dio cuenta de que no podía prohibirle nada; su amor por ella era tan profundo que no sabía cómo rechazarla, cómo decirle que no ante sus peticiones. Siempre le había dado la libertad de ser quien lo empujara hacia el abismo de la devoción y el deseo, pero esa dinámica nunca se rompió. Quizás era porque le permitía volar libremente o porque su amor por él era tan inquebrantable que nunca había considerado alejarlo.

Sin embargo, escuchar cómo Aenys anhelaba a Viserra para él lo hizo hervir de cólera. La idea de que su hermano, con su arrogancia de heredero, pudiera pensar que tenía algún derecho sobre ella le provocaba una rabia que nunca había experimentado. Cada palabra que salía de los labios de Aenys resonaba en su mente como un eco de traición, y nunca había imaginado que podría sentir una ira tan visceral hacia su propio hermano.

La tensión creció en el instante en que Maegor vio a Aenys estrechar a Viserra contra su cuerpo y plantar un beso en su cuello. Un impulso de furia le recorrió, el deseo de apartarlo de ella con violencia, de dejarle claro a su hermano mayor que no tenía ningún derecho sobre su amada. Pero sabía que no podía hacer nada en ese momento. Apenas era un crío a los ojos de muchos, un joven que ya sentía el peso de ser el hijo no deseado, el hijo de una mujer a quien Aegon nunca había amado, sino solo cumplido por obligación.

Golpear a Aenys ahí mismo no solo sería inútil, sino también arriesgado. Sin embargo, contener la rabia fue una tortura. La mandíbula de Maegor se tensó y sintió el sabor metálico en la boca al morderse la lengua. Tragó su propio fuego, intentando calmar el odio que hervía en su interior.

Los ojos de Maegor ardían, observando cada gesto entre Viserra y Aenys con creciente rencor. Sentía el aguijón de la impotencia y la humillación; ver a su hermano mayor aprovechando su posición, confiado en que podía reclamar todo, incluso la atención de Viserra, lo quemaba por dentro. Pero en el fondo, sabía que no podía actuar... aún no.

Aenys siempre se había sentido inquieto, como si algo entre Viserra y Maegor se le escapara de las manos. Aunque intentaba justificarlo como una preocupación por el vínculo tan cercano entre su hermano y su hermana menor, en el fondo sabía que su molestia iba mucho más allá. No era simple incomodidad o el deber de un hermano mayor que se siente responsable. Era celos, un ardor persistente que se anidaba en su pecho cada vez que veía cómo Viserra gravitaba hacia Maegor sin esfuerzo, sin necesidad de palabras.

La conexión entre ellos era natural, casi instintiva. Maegor no necesitaba esforzarse para ganarse la devoción de Viserra. Cuando la furia de su hermano amenazaba con desbordarse, ella estaba ahí, siempre dispuesta a calmarlo, a acariciar su rostro, a envolverlo en un abrazo como si ese contacto pudiera domar hasta el fuego más feroz. Y Aenys observaba, consumido por el deseo de que cada caricia, cada beso, cada suave sonrisa, fueran solo para él.

La idea de que Maegor tuviera a Viserra de esa manera, tan íntimamente, era intolerable para Aenys. No podía soportar verla acercarse a su hermano con esa devoción que jamás había tenido hacia él, el primogénito, el príncipe heredero. Quizás era el peso de su posición lo que lo empujaba a sentir que todo debía ser suyo, incluso el afecto de su hermana. Pero en el fondo, también sabía que su deseo era menos noble que eso. Quería a Viserra solo para él, y cada risa compartida entre ella y Maegor, cada mirada cómplice que se intercambiaban, le quemaba como una herida abierta.

Maegor sentía hervir la sangre cada vez que Aenys desplegaba su aire de fragilidad, solo para captar la atención de Viserra. La dulce inocencia de su hermana la llevaba a socorrer a Aenys sin dudar, compartiendo con él risas y dulces para apaciguar su ánimo sombrío. Para Maegor, esa cercanía entre ellos no era más que un juego distorsionado, una forma de manipulación en la que Aenys se deleitaba. Su mente, marcada por una mezcla de posesión y celo, transformaba cada gesto en un desplante dirigido a él.

OUR LOVE ── 𝐦𝐚𝐞𝐠𝐨𝐫 𝐭𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora