AMOR SOBRE DEBER

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OMNISCIENTE

Sentada sobre la cama estaba sentada la nueva esposa. El titilar del fuego de las antorchas creaba una atmosfera pesada que hundía aún más el corazón de Ceryse, debería alegrarse, eso es algo que diría su madre. No estaba siendo profanada por un pagano que decía amar a su hermana como si aquello fuera algo común.

Su vestido brocado que parecía pesarle como un yugo, sus ojos llorosos miraban con anhelo hacía la puerta, esperando que su esposo, Maegor, regresara. Que entrará por aquella puerta a consumar el matrimonio, hacerla suya, su esposa en la intimidad no solo por ley. Pero la incertidumbre la envolvía como una sombra, y cada crujido del suelo bajo sus pies hacía que su pulso se acelerara.

En su mente, había imaginado ese momento como un inicio glorioso, lleno de promesas y dulces susurros, pero la realidad era otra. Esperaba que aquella distancia que empezó a crecer entre ambos hermanos la llevaría a tener un matrimonio ameno, tal vez no desbordante de amor, pero con un poco de cercanía entre ellos.

Que ilusa era, una total ilusa.

Ella es el amor de todos, los sirvientes la aman, su familia, aunque disfuncional, adoraban el piso por donde ella caminaba. Ella no tenía el peso del deber, de ella no se esperaba nada más que ser una bonita princesa. ¡Tenía quince onomásticos y no se le exigía casarse! Y eso la hacía hervir la sangre, llenarse de colera y querer destruirlo todo.

¡Ceryse Hightower odiaba a la favorita del reino! Porque eso era Viserra: la favorita. Un título que le fue otorgado por los plebeyos y afirmado por todos los que convivían con ella. Tan hermosa, con esos cabellos blancos que podrían confundirse con las nubes mismas, y esos ojos... ¡Malditos ojos! Con aquella forma peculiar y ese maldito color violáceo que tanto aborrecía.

Al principio, la belleza de los Targaryen le parecía majestuosa, casi irreal, como si fueran figuras sacadas de una fantasía imposible. Una belleza tan etérea que podía admirarse desde la distancia, con reverencia. Pero todo cambió cuando llegó a Rocadragón.

Viserra fue la primera en dejarle en claro que jamás sería parte de la familia, y lo hizo sin siquiera necesidad de palabras. Desde el primer encuentro, cada gesto, cada mirada, le transmitió con cruel certeza que Ceryse nunca pertenecería a ese mundo que tanto anhelaba.

Esa hostilidad sutil, disfrazada de cortesía, se clavaba en Ceryse como mil agujas. Viserra no necesitaba hacer esfuerzos para ser querida; los demás gravitaban hacia ella de forma natural, como si su sola presencia fuera un imán irresistible. Y Ceryse, siempre observando desde las sombras, sabía que, a pesar de ser esposa del príncipe, nunca podría competir con aquella que todos llamaban "la favorita del reino".

Pero, sobre todo, Ceryse odiaba que, en ese momento tan especial para ella, Viserra pudiera arruinarlo todo. Su boda, un caos total; la sangre bañaba el salón, los gritos resonaban como ecos de desesperación en el aire. Todo cambió cuando vio a su cuñado tirado en el suelo y a Viserra siendo consolada por su madre, la reina Visenya, una madre capaz de matar por sus hijos. Ceryse lo supo con certeza cuando la reina le advirtió, con una mirada helada, que si realmente valoraba su vida, debía alejarse de sus hijos.

La amenazó con aquella espada tan afilada que daba miedo con solo mirarla. Pero más le dolió ver a su recién esposo gritar por Viserra, reclamándola como suya con un fervor que jamás había pensado que fuera posible, cuando se lanzó a golpear a los guardias para alcanzarla. Viserra era su única preocupación; al verla, él olvidaba todo lo demás. Las lágrimas que brotaron de sus ojos al no tenerla a su lado eran un testimonio del amor que le profesaba.

Ceryse entendió, con cada grito y cada gesto, que jamás sería amada como él era capaz de amarla. Viserra era su mundo, y él, un devoto dispuesto a honrarla y venerarla. ¡Él sería capaz de matar por ella! Esa devoción ardiente que él le profesaba a su rival solo hacía crecer la rabia y el dolor en el corazón de Ceryse. Mientras el caos la rodeaba, se sintió atrapada en una pesadilla de la que no podía despertar.

OUR LOVE ── 𝐦𝐚𝐞𝐠𝐨𝐫 𝐭𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐲𝐞𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora